Uno, miembro del Jurado de la Crítica de la 26.ª edición del Festival de Málaga, salía de cada una de las sesiones cinematográficas como Mary Shelley tras la muerte de su marido. Buscando jurados para gritarles: “¿Dónde estás, Shelley? Quiero saber la verdad. ¿Dónde estás? ¿Cuándo vamos a encontrarnos?”. No es difícil encontrar consensos en un partido de la NBA, una canción o una novela. No cuesta mucho entregar a cada bando sus muertos para que sean enterrados y firmar la paz o, si acaso, un armisticio. Pero eso no ocurre fácilmente con el fútbol o el cine. Quizás sean las dimensiones de ambas disciplinas. Demasiadas personas jugando, un terreno de juego, unas gradas inmensas, los avatares imposibles de prever, dónde decides explicar o contar, buscar o defender. Demasiadas opiniones y demasiado dinero. Demasiadas cabezas, pies y manos en un gran espectáculo, lo cual, por un lado, hace imprevisible el resultado final: excelente, horrible, insulso, correcto o interesante. E incluso cuando se consigue El apartamento, El espíritu de la colmena o la última final de la Copa del Mundo, se contemple esa perfección desde la perplejidad y la devoción insensata. Pero Erice y Guardiola siguen siendo cuestionados y lo serán siempre.
Fui un bocazas mientras el resto, cual taimados jugadores de póker, se guardaban gestos, palabras y muecas
En estos diez días de Festival de Málaga, a la salida de las sesiones, busqué a mis compañeros de jurado, a otros jurados, el Oficial, del Público, el de los Cortometrajes, el de Animación, el Jurado de los Jurados porque en el Festival de Málaga hay muchos jurados y premios porque la propia ausencia de tratar de explicarse de manera monolítica de la ciudad de Málaga hace que sea un festival con una vocación aperturista y desacomplejada. Que ha buscado ser un poco de todo sin dejar de ser nada, acercando el certamen a la ciudad y la ciudad al certamen y evitando la sensación de otros festivales de cine que parece que la Corte Real llega a visitar al pueblo llano. Su director, Juan Antonio Vigar, hace siempre énfasis en que talento, todo el que se quiera, pero también músculo en la industria. Por todo ello quizás, el Málaga apenas se va a sostener en Segunda División y aquí se ha visto y premiado desde ya hace años mucho cine en español, en catalán, gallego y euskera y se empeña en querer premiar los máximos trabajos ese juego asombroso que es hacer una película.
Es por eso por lo que es inevitable buscar una mirada, un indicio de que al otro, a tu compañero, tu hermano, tu igual en el jurado, la película le parece lo mismo que a ti. Al ser novato en estas lides, fui un bocazas los primeros días y las primeras sesiones. Mientras el resto, cual taimados jugadores de póker, se guardaban gestos, palabras y muecas, yo andaba de Mary Shelley: “¿Dónde nos encontramos?”. Con los días también frecuentas críticos, productores y periodistas, todos con su acreditación y su carita de sueño y aprendí a no ser el primero en hablar. De esta edición –adelanto que de las veinte películas, solo deseé quemar el cine Albéniz en una ocasión–, regreso con la convicción de que el crítico Enric Alberó y yo somos hermanos gemelos que nos separaron al nacer. Y bien que hicieron. Como en la canción de The New Raemon, tú me hablas de colchones, yo te agobio con canciones: yo soy Simon, tú, Garfunkel. Todo lo que a mí me gustaba, él lo detestaba. Y viceversa. Todo es todo.
Atención fumadores: no perdáis la esperanza en el cáncer de pulmón, vuelve el cigarrillo al cine
Dos decenas de largometrajes de sección oficial a razón de tres diarias, como las dosis de la apiretal cuando nuestros hijos tienen fiebre. El ejemplo no es baladí. Porque de hijos e hijas, hijas con madres, hijas e hijos sin pero, al mismo tiempo, con padres ausentes, muertos, evadidos, abducidos o en una pantalla de móvil hemos tenido una buena tunda. También algunos hombres chungos, pero ya como canciones de veranos pasados. Maternidades como peluches rellenos de alfileres. Muchas abuelas fuertes y sensatas que siempre andan colgando coladas en terrados y habiéndole pillado el rollo a la vida, ahora que se les termina. Gente chillándose en cocinas pequeñas como si se hubieran fabricado para eso. Casas de pueblo como refugio, paraíso y lugar rupestre pero con wifi, una película en un bosque con un plano secuencia cojonudo, pero tengo que ver qué es eso de plano secuencia, un director mexicano con una excelente película que sería brutal si nadie hubiera visto antes Paris-Texas, abejas, gente pobre que solo mola a los del cine si salen en el cine, muy poco sexo y, atención fumadores: no perdáis la esperanza en el cáncer de pulmón porque vuelve el cigarrillo al cine.
Todo eso y un montón de trocitos de representaciones de la vida, sentidos homenajes a Agustí Villaronga, Blanca Portillo y Carlos Saura, así como el emocionante y luminoso de y para Carla Simón que, como en sus películas dice sencillo, pero dice todo. Pocas comedias, una cafre y dos finas y bien contadas que a Enric no le gustaron y a mí me dieron ganas de ser vasco y arquitecto o argentino, viejo y tanguista ante la sospecha de que en Catalunya al parecer sonreír nos hace parecer menos profundos y, acaso, aún vivos.
Como en la canción de 'The New Raemon', tú me hablas de colchones, yo te agobio con canciones
Un atracón de cine diario que ya echo de menos en un festival imprescindible para construir el futuro de la industria. En la Sección Oficial ganó 20.000 especies de abejas, pero nosotros como premio de la Crítica se la dimos a la uruguaya, Desperté con un sueño. Por lo que dice, cómo lo dice, por lo bien colocados que están los frágiles andamiajes sobre los que se sostiene y porque nos gustó que no se edificará regodeándose y haciendo más grande la llaga, sino hacia la luz, la vida.
No se la pierdan si la estrenan. Tampoco Empieza el baile. Ni Rebelión o Zapatos rojos. O Matria o Una vida tan simple. O La llegada. En realidad, paro aquí porque van a descubrir la única que no nos gustó ni a mí ni a Enric Alberó.