Inmigración: El vestido de la emperatriz

Inmigración: El vestido de la emperatriz
Alfredo Pastor Profesor de Economía del Iese

El Consejo de Ministros de la Unión Europea ha acordado financiar la protección de sus fronteras exteriores, dotándolas de alambradas adecuadamente vigiladas con objeto de poner coto a la inmigración ilegal. Confieso que mi primera reacción ha sido de vergüenza, al imaginar a los inmigrantes que, al llegar al final de su periplo, chocaran con una de esas barreras y vieran, del otro lado, guardias y perros destinados a impedir su entrada. Vergüenza de ser europeo. Otros no lo hacen mejor, pero confiaba en que nosotros sí podríamos.

Antes de rasgarnos las vestiduras ante tamaña falta de compasión, tengamos presente que los ministros que han acordado las medidas de protección lo han hecho interpretando el sentir de sus electores. Esa decisión no se ha tomado a nuestras espaldas. Todos sabemos que el buenismo está a menudo en el origen de los partidos de extrema derecha: las consecuencias del “Sí, podremos” de la canciller Merkel están en la mente de todos. De manera que todos somos cómplices, en menor o mayor medida, de una decisión que puede inspirarnos una repugnancia instintiva.

Una buena política migratoria no se hace a base de grandes fórmulas, ni pretendiendo que cualquier deseo constituye un derecho fundamental. Hay que distinguir los motivos de cada inmigrante, hay que imaginar una trayectoria vital para él y ayudarle en ella; hay todo el derecho a no aceptarlo si no se considera que pueda aportar algo bueno al país de acogida. Es difícil cubrir todas las posibilidades mediante leyes; la interacción personal es indispensable, y los responsables deben ser capaces de actuar con compasión, pero también con rigor. De lo contrario, entre los inmigrantes acaba rigiendo la ley del más listo.

Efe

 

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Vayamos ahora a las cifras para situarnos: la población de la Unión Europea es de 447 millones de habitantes, el 5,6% del total, y consume casi el 20% del PIB mundial, con una renta media de 38.411 dólares al año (35.921 euros). Del otro lado del Sáhara, 1.181 millones de personas, el 15% de la población mundial, tiene algo más del 4% del PIB, con una renta de 1.600 dólares, más de veinte veces inferior a la nuestra.

Los países más pobres, casi el 10% de la población total, tienen el 1% del PIB, y una renta 54 veces menor que la nuestra. La distancia que les separa de nosotros no disminuye, sino que aumenta cada año. En la televisión que todos ven no salen aquellos de sus compatriotas que duermen en la calle, ni los suicidios, ni la soledad, ni los estragos de la drogadicción: solo ven la cara amable de nuestra existencia. Con esas imágenes en la cabeza, ¿creemos de verdad que las alambradas los detendrán?

Para una buena política migratoria hay que distinguir los motivos de cada inmigrante

Dedicar más talento, más recursos y más capital político a desentrañar los problemas de la inmigración es, pues, una cuestión difícil que debería ocuparnos mucho más, por nuestro bien. Es también una cuestión de justicia, porque Europa está en el origen de buena parte de la pobreza de esos países, y sigue apoyando a los gobiernos que sirven a los intereses europeos, aunque sea a costa de sacrificar a su pueblo. Si no sabemos hacer otra cosa que construir muros de protección­, después de siglos de pasearnos por el mundo vestidos de valores e ideales que decimos ser los nuestros, un día llegará en que un niño cualquiera de entre esos dos millones de pobres dirá, viendo pasar a Europa: “¡La emperatriz está desnuda!”. Y tendrá razón.

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