Olvidar Irán

Olvidar Irán

Por triste que resulte, a veces es mejor seguir el consejo de Voltaire y dedicarse a cultivar el jardín sin esperar nada bueno del futuro. Se lo digo a propósito de Irán, un país del que hablamos en contadas ocasiones y que ahora sacude nuestra pálida conciencia con el asesinato de una muchacha, Mahsa Amini, cuyo código indumentario no era del gusto del Gobierno de los ayatolás: ese consorcio de clérigos que ejercen de intérpretes de la voluntad de un dios extrañamente obsesionado con la peluquería, el corte y la confección. Es lo que pasa cuando los curas se meten a políticos, que se convierten en nihilistas de lo absoluto a los que acaban importando un bledo la fe y la compasión.

Porque nada va a cambiar próximamente en Irán, y no tardaremos demasiado en olvidar­ a esos manifestantes que desafían, en las calles de Teherán, Isfahán y Shiraz, un poder que es la prueba evidente­ del mal que pueden llegar a hacer los que dicen estar al servicio del bien.

A protester shows a portrait of Mahsa Amini during a demonstration to support Iranian protesters standing up to their leadership over the death of a young woman in police custody, Sunday, Oct. 2, 2022 in Paris. Thousands of Iranians have taken to the streets over the last two weeks to protest the death of Mahsa Amini, a 22-year-old woman who had been detained by Iran's morality police in the capital of Tehran for allegedly not adhering to Iran's strict Islamic dress code. (AP Photo/Aurelien Morissard)

 

Aurelien Morissard / AP

Ya los hemos olvidado otras veces. En realidad, lo venimos haciendo desde 1979, cuando el ayatolá Jomeini regresó desde su exilio en París como líder supremo de un régimen teocrático sin más objetivos que los de combatir todos los fundamentos de la modernidad y culminar una revolución que aspiraba a cambiar la naturaleza humana con las instrucciones de un catecismo redactado muchos siglos antes. El inicio de un periodo completamente coherente; de esos que cumplen lo que prometen: el horror.

Entonces, la izquierda occidental contempló ese cambio con simplona complacencia. Moralistas de tertulia, conspiradores melancólicos que habían visto fracasar todas sus grandes causas y disidentes de la razón ilustrada –de esos que consideran una advertencia de la Guardia Urbana una grave violación de sus derechos civiles– celebraron la imposición despiadada de la sharía a gentes lo bastante apartadas de sus restaurantes exóticos. Es así como juega a veces el kilómetro sentimental: uno es más comprensivo con los dogmas cuanto más lejos operan de su casa.

Las mujeres, los homosexuales y los impíos saben bien a qué me refiero. Cuando un gobierno se concibe como divino –un caso de soberbia francamente alarmante– la disidencia solo puede entenderse como una blasfemia. Tal vez por eso se pueden acometer con la conciencia tranquila todo tipo de abusos. Solo hace falta echarle un vistazo al Código Penal iraní (de 1996, no de tiempos de Saladino y las Cruzadas), que instaura como “normal” la pena de flagelación, prescribe latigazos para las mujeres que no vistan como impone su concepción del islam y castiga con la muerte las ofensas al ayatolá Jomeini.

Nuestra capacidad de atención es limitada y otras tragedias amortiguarán el impacto de las actuales

Pero nuestra capacidad de atención es limitada y otras tragedias amortiguarán en breve el impacto de las tragedias actuales. Sobre todo porque no sabemos qué hacer. Hace ya tiempo que cuando Occidente se inmiscuye por razones pretendidamente humanitarias en los asuntos de otros países los resultados son pavorosos. Olvidaremos por eso; y porque nos conviene olvidar.

Y no solo por el petróleo y la guerra de Ucrania –que están propiciando una complicidad tóxica entre Putin y Ebrahim Raisi–, sino por las consecuencias que ocasionaría para los intereses de Occidente la desestabilización de Irán.

Hoy por hoy, e, irónicamente, gracias a la coalición internacional que derrocó a Sadam Husein, Irán ha visto como desaparecía su enemigo más próximo y ha ganado influencia política y militar. El Irán chiita (que apoya a la parte de Siria de Bashar el Asad, el Irak central y meridional y las milicias de Hizbulah en Líbano y Hamas en Gaza, a la vez que contiene los intereses de Arabia Saudí y los suníes en Yemen) toca con la punta de los dedos la dominación regional empleando actores no estatales vinculados ideológicamente a Teherán. Es el jugador con que hay que contar para cualquier partida en la zona. Un jugador que, además, está a un paso de conseguir armamento nuclear. Sobre todo ahora que Biden ha rectificado la espantada de Trump y ha vuelto al tratado nuclear del 2015 dando por bueno que un régimen como ese tan sólo puede desear un programa atómico pacífico.

Lo siento por Mahsa y sus compañeros caídos en estos días de represión, pero tengan la seguridad de que Occidente compondrá una expresión compungida, gastará toneladas de retórica solidaria y hará bueno aquello de que la hipocresía es el homenaje que el crimen rinde a la virtud. Y de que los olvidaremos en breve.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...