Desnazificar los cereales

Desnazificar los cereales

El autócrata juega con el tiempo a su favor. Mientras quienes gobiernan en democracia hacen equilibrios porque la reelección depende de su gestión del descontento social, el primero sabe que es cuestión de días que la atención internacional se diluya como un azucarillo en relación con su nueva fechoría. Con la crítica interna neutralizada, afuera la fatiga informativa hará el resto. Se preguntaba Anna Politkóvskaya en La Rusia de Putin –al que comparaba con un memorable personaje de Gógol, el resentido Akaki Akákievich– por qué le tenía tanta aversión como para dedicarle un libro. Su respuesta: “Porque el tiempo pasa”. Nada en el horizonte hacía presagiar un cambio, y con su primer mandato la periodista ya intuyó lo que se avecinaba. No solo culpaba de la deriva autoritaria a la “negligencia, la apatía y la debilidad” de los rusos, sino también al “coro de apoyos a Putin en Occidente”, empezando por Berlusconi –cuyos canales tele­visivos hoy acogen a propa­gandistas del Kremlin–, siguiendo con Blair, Chirac o Schröder. Consulto en la hemeroteca la minicumbre franco-alemana del 2005 en París que sirvió, según el titular, para “respaldar la política de Putin”, al cual se invitó. A pesar de haber ocurrido ya la revolución naranja, el mandatario ruso lanzó un mensaje tranquilizador al decir que a nadie le interesaba la ruptura de Ucrania, y Chechenia se consideró un “tema delicado” sobre el que no se hicieron declaraciones. “Escribo de Vladímir Putin, pero no como se le suele ver en Occidente, a través de un cristal color de rosa”, dijo Politkóvskaya. Pues bien: los cristales han resistido dos décadas.

FILE PHOTO: An employee operates a combine as he harvests wheat in a field near the village of Hrebeni in Kyiv region, Ukraine July 17, 2020. REUTERS/Valentyn Ogirenko/File Photo
VALENTYN OGIRENKO / Reuters

Como dijo Hegel –y cantó Sting– lo único que nos enseña la historia es que de ella no aprendemos nada. El discurso de Putin del 24 de febrero, imaginado preludio de una guerra victoriosa, giró en torno a la política exterior estadounidense y la de sus aliados, percibidas (sui géneris) como una peligrosa amenaza. También aludió a la defensa de unos valores (impuestos mediante unas elecciones organizadas a su favor) y al (supuesto) genocidio contra “millones de personas” en el Donbass. Señaló a Kyiv, pero aseguró que su plan no era “ocupar territorio ucraniano”, sino protegerse de quienes mantenían al país vecino “rehén” de Occidente. El Kremlin habló de armas biológicas y genocidio, pretexto para su barbarie preventiva, y tres meses y medio después, sin pruebas de por medio, persisten las mismas acusaciones. Pero lo que sí es muy real es la ocupación y el “atentado contra los intereses de Ucrania y del pueblo ucraniano”, por mucho que se negara entonces. Y no solo eso: población inocente sufrirá ahora por una crisis alimentaria creada artificialmente. ¿Será que la exportación de grano a África y Asia también debe ser desnazificada? El autócrata, que juega con el tiempo a su favor, solo tiene que sentarse y esperar.

En 1942 el jurista judío polaco Raphael Lemkin acuñó el término genocidio para que ciertas conductas que conllevaban un peligro interestatal se tipificaran como delito. Cuando seis años después se adoptó la convención para la prevención y sanción del genocidio en la ONU, el concepto llegó mermado. Para que los países vencedores aprobaran el documento, su definición se restringió. Lemkin no elaboró la figura jurídica del genocidio de resultas de la guerra, sino de las hambrunas causadas en Ucrania por orden de Moscú –el Holodomor– acompañadas de deportaciones y aniquilación de la élite intelectual. En un primer momento, a lo que luego llamaría genocidio se refirió como “barbarie” y “vandalismo”, acciones encaminadas a “destruir los fundamentos esenciales de la vida: instituciones, cultura, lengua, medios económicos, salud, dignidad”, además de vidas humanas, una descripción en que encaja en varios puntos la destrucción rusa actual.

Población inocente sufrirá ahora por una crisis alimentaria creada artificialmente

A Ucrania le han arrebatado ya un 25% de tierras cultivables, y el cereal sale con cuentagotas por rutas alternativas. La diplomacia no ha logrado abrir un corredor seguro por el mar Negro. El hambre es, otra vez, elemento de presión. En 1940, en Chernovtsi, al sudoeste de Ucrania, arrestaron al genetista ruso más brillante de su generación, Nikolái Vavílov, por disentir de las teorías científicas oficiales. Había recorrido los cinco continentes para crear un importante banco de semillas con sede en San Petersburgo. Se propuso combatir el hambre en el mundo ante la pérdida de biodiversidad agrícola. Cruel paradoja: murió de inanición, represaliado en una celda de Sarátov. ¿Cuándo prevalecerá, por fin, la Rusia que encarnan Vavílov y Politkóvskaya?

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