Da que pensar

Da que pensar

Dicen que cuanto es capaz de imaginar el hombre se hace realidad, más tarde o más temprano. Todo cuanto imagina el hombre, no la mujer, puntualiza una amiga mía, muy feminista, que le ha declarado la guerra al uso genérico e insiste en que esa realización de lo imaginado por los hombres nada tiene que ver con lo imaginado por las mujeres. Como le planteo dudas, me advierte: que se lo pregunten a las de Kabul, que imaginaron una realidad normal en la que continuarían teniendo derechos, como en el régimen anterior y se les han negado. Algunos eran tan sencillos, como el de vestirse a su gusto, no con ropas invisibilizadoras y con burkas carcelarios que solo permiten ver el mundo entre rejas, con la excusa cínica de devolverles la dignidad. Además, hace poco, la autoridad incompetente, para terminar de cuajo con algunas díscolas y señalar la pertenencia de todas las mujeres a los varones de su familia, lo que significa considerar a las mujeres menores de edad por decreto, acaba de dictar leyes en las que se responsabiliza a padres, maridos o hermanos de la vestimenta de hijas, esposas o hermanas amenazándolos con castigarlos a ellos si ellas no llevan el chadari, ese fantasmal vestido azul, o hacen amago de quitárselo.

Mi amiga feminista sigue defendiendo que el genérico hombre no puede usarse como inclusivo y me pone más ejemplos de los horrores de los talibanes contra las mujeres. Seguro, argumenta, que la imaginación de estos ha conseguido hacer realidad un mundo en el que las mujeres no son otra cosa que esclavas y cuyo único destino es estar a perpetuidad sometidas al poder masculino. Los talibanes han logrado que esos sueños hegemónicos, ese machismo recalcitrante se impusiera de nuevo y se olvidaran los avances conseguidos en la Constitución del 2004, recuperando aspectos que ya estaban en la de 1964, en la que se contemplaba una igualdad que les fue arrebatada en la década de los noventa.

La “cultura de la violación” es la normalización de ciertas conductas sexistas

Aquí en nuestro país, continúa, las cosas tampoco andan bien. Le digo que no vaya a compararnos con Afganistán, que, gracias a los dioses y a las diosas, estamos muy lejos de los horrores talibánicos. La paridad anda por buen camino, y aunque todavía las mujeres cobran salarios más bajos en muchos sectores solo por el hecho de serlo y hay menos mujeres en puestos de responsabilidad, igual que en las instituciones culturales de mayor relieve, las cosas están cambian… Me corta con ¿qué me dices del incremento de agresiones por manadas de menores como las de Burjassot y Vila-real? Para los hombres las violaciones en comandita son un aliciente importantísimo para sentirse en plenitud erótica y en la consecución de su deseo de pertenencia a un mundo macho, considerado de primera categoría, un mundo totalitario y supremacista.

En efecto, en algunos medios se habla ya de la “cultura de la violación”, que responde a la normalización de ciertas conductas sexistas y delictivas en entornos de ocio. Quienes así se comportan es posible que al experimentar esas conductas cumplan con el deseo de haber hecho realidad lo que antes imaginaron. En este sentido, el hecho es inversamente proporcional al de las mujeres que imaginan que por salir solas de noche no les va a pasar nada, que eso será una realidad, como insiste mi amiga feminista. Y a veces, demasiadas veces, ocurre lo contrario. Según ella, hombres y mujeres imaginan la consecución de realidades distintas y además solo las de ellos siempre o casi siempre se cumplen. Da que pensar.

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