La invasión amarilla

La invasión amarilla

Hay objetos que son rematadamente feos, obsesivamente inútiles. Un esteta como Oscar Tusquets dice que lo peor de un objeto es cuando uno busca emoción y solo encuentra intrascendencia. Lo malo es cuando estos artilugios nos los imponen en nuestros paisajes. No debería formar parte de una candidatura municipal alguien que no hubiera leído Del criterio del gusto, de Hobbes. Sin duda uno de los elementos urbanos más espantosos que un día invadieron Barcelona para mayor gloria de eso que se ha venido en llamar urbanismo táctico fueron las New Jersey, esas barreras amarillas que en plena pandemia invadieron el asfalto para ganar espacio para la restauración a cambio de eliminar aparcamientos o para ampliar los entornos escolares libres de coches. Unos obstáculos que acabaron en los tribunales por el peligro que suponían para ciclistas y motoristas. Un joven jugador de waterpolo, Martí Estela, perdió la vida al estrellarse su motocicleta contra estas malditas New Jersey. Hasta 1.500 se instalaron en la calzada, eliminando 2.600 aparcamientos.

El urbanismo táctico recula y empieza a retirar las New Jersey de Barcelona

Han sido tantas las críticas que al final se adjudicó un presupuesto de poco más de medio millón de euros para retirarlas del espacio público. El Consistorio asegura que antes de fin de año no quedarán barreras de hormigón y que ya ha retirado el 23% de los veladores de las terrazas.

En cualquier caso, Barcelona se ha puesto en la historia por utilizar las New Jersey, que se utilizaban como separador de flujos de tráfico, para delimitar zonas de obras o a fin de proteger instalaciones militares. Si buscan en Wikipedia, además de conocer que se llaman así porque fue en este estado donde empezaron a usarse, sabrán que “a partir del 2020, coincidiendo con la epidemia por SARS-CoV-2, son utilizados en la ciudad de Barcelona para proteger las terrazas de bares y restaurantes ampliadas a la calzada”. La capital catalana, a la que se calificó de museo al aire libre por sus inmuebles modernistas, ha sido desdibujada por el urbanismo táctico. Suerte que hace unos meses la propia alcaldesa dijo en voz alta que las New Jersey eran realmente feas y alguien reculó en su despropósito. Igual le regalaron el librito de Hobbes.

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