El poder de las amenazas

El poder de las amenazas

Madeleine Albright, que fue secretaria de Estado con Bill Clinton, ha escrito recientemente un artículo en The New York Times en que explica su primer encuentro con Vladímir Putin. El presidente ruso estaba sentado ante un pequeño escritorio, en las antípodas de las mesas inacabables en las que le hemos visto durante esta crisis: “Me llamó la atención de inmediato el contraste entre Putin y su grandilocuente predecesor, Borís Yeltsin. Mientras que Yeltsin nos había engatusado, fanfarroneado y halagado, Putin habló sin emociones y sin notas de su determinación de resucitar la economía de Rusia y de aplastar a los rebeldes chechenos”. De vuelta a casa, Albright escribió en sus notas: “Putin es pequeño y pálido, tan frío que parece un reptil”. Y pensó que, además, sabía el poder de la palabra.

Estos días hemos oído frases muy contundentes de Putin, del estilo “quien quiera estorbarnos o amenazar a nuestra nación y nuestro pueblo ha de saber que Rusia responderá inmediatamente y la respuesta tendrá consecuencias como jamás se ha visto en la historia”. Pero también de su ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, que ha intentado aterrorizar al mundo diciendo que Occidente debe entender que “una tercera guerra mundial sería nuclear y devastadora”. La réplica ha venido de Joe Biden. El presidente de EE.UU. ha respondido que “Putin va a pagar un precio muy alto” por su agresión y por sus errores de cálculo.

Havel fue quien dijo que las palabras pueden ser más poderosas que diez divisiones

La propaganda es la banda sonora de toda guerra, así que no debe de extrañarnos esta dialéctica. Václav Havel, el dramaturgo que presidió la República Checa, escribió que a veces las palabras pueden ser más poderosas que diez divisiones militares. También lo ha sugerido la autora de novela negra, Fred Vargas, en Un lugar incierto, cuando le hace decir a un instructor que “la palabra es la más mortífera de las balas si sabéis alojarla en plena cabeza”. En medio de esta retórica belicista, se agradece el tono comedido de Emmanuel Macron, que mantiene abierta la línea con Putin para buscar una salida. Macron cree que las palabras tienen poder por sí mismas, sin necesidad de retorcerlas, ni de emplearlas como arma arrojadiza.

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