La ciudad salvaje

La ciudad salvaje

Hubo un tiempo lejano en el que cuando los viajeros de Madrid llegaban a Barcelona, hablaban y no paraban del civismo de nuestra circulación. De su respeto por las normas. Mientras allí debían proteger los carriles bus con conos y otros artilugios para evitar la colonización de los coches, aquí bastaban con unas rayas de pintura. Pero todo esto ha cambiado, tanto, que ahora la ley del más fuerte ha invadido el territorio del más débil, el ecológico ciudadano que anda, el anciano, la mujer con el cochecito de niño, la pareja que pasea.

Pero no hay mal que por bien no venga, porque cuando me levanto cada mañana y salgo confiado a la calle para incorporarme a mis conciudadanos, caminantes de aceras, de la que en su día fue una gran ciudad, me siento seguro.

En Barcelona cada día se produce una violación; algo más de una, en términos estadísticos

Ahora me doy cuenta del extraordinario servicio que me prestan los largos años de práctica de judo, karate, kendo, y sobre todo jiu-jitsu. Todo ello me da capacidad para andar por las salvajes aceras de Barcelona. Doy gracias a Colau porque ha hecho renacer en mí la necesidad de supervivencia, y así mantener una hora de entrenamiento seis días por semana. Es la única posibilidad de andar por nuestras aceras y sobrevivir, porque en ellas solo impera la ley de los feroces ORI, los objetos rodantes identificados, dañinos y traicioneros, que siempre caen sobre el más débil, el más lento. También me ha servido para entrenar la visión periférica, porque ciclistas y patinadores eléctricos acostumbran a embestir desde los lados, y a desarrollar el oído para prevenir el abordaje desde atrás. Algunas técnicas básicas me han resultado vitales, y más que ninguna el tai sabaki, que te permite con rapidez y economía de esfuerzo apartarte de la trayectoria del ingenio volador que busca tu cuerpo.

Gracias a las aceras salvajes de Barcelona que nos proporciona Colau estamos en forma, a un coste elevado, eso sí. Y ¡ay de ti que no lo estés!, porque de nuestras aceras ha desaparecido todo orden y autoridad. La Guardia Urbana, de la que cada año nos anuncian que se refuerza, es una especie en riesgo de extinción y merece ser pro­tegida.

Pero hay más y peor, no son solo nuestras calles las que se han vuelto salvajes, es la ciudad, sus lugares de ocio. Hay una realidad mucho más amplia, más trágica, que se ha multiplicado en estos años y que no acepta ironías de ninguna clase.

Nuestra ciudad es cruelmente salvaje porque cada día se produce una violación; en realidad en términos estadísticos algo más de una. Un abuso sexual con penetración al día, 192 casos en seis meses, 32 al mes. La tasa por 100.000 habitantes de este delito es de 11,5. Madrid, para situar otra gran ciudad, tiene una cifra tres veces menor, 3,58. ¿Cómo puede ser? En la capital de la adalid del feminismo de género, la que instituye centros para las nuevas masculinidades, la que nos satura con discursos, anuncios, subvenciones y campañas contra el machismo; ahora mismo tiene en marcha otra para celebrar durante una semana el día internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. ¡Qué parodia de celebración en la capital de la violación! Mientras la realidad persigue a las mujeres, Colau paga con nuestros impuestos actos, espectáculos, talleres, y reparte premios contra el machismo. Carecen de vergüenza escénica.

Y es que en la ciudad crece la violencia. 16 homicidios en los primeros seis meses del año, por solo 14 Madrid con el doble de población. Sus respectivos índices por 100.000 habitantes son de 0,96 contra 0,4. Y los robos con violencia, los peores por el daño y el miedo que causan, tres cuartos de lo mismo. Fueron 7.965, durante aquel periodo de tiempo. 1.327 al mes, 44 cada día; casi dos a la hora. Esto representa un índice por 100.000 habitantes de 478,6, lejos del madrileño, de 168,5.

¿Qué le ha sucedido a Barcelona para llegar a este punto? ¿Qué le has hecho, Ada Colau? Danos una explicación de por qué sucede todo esto. No huyas escondida entre campañas y subvenciones. Reconozcámoslo: vivimos bajo un peligroso problema. Quienes gobiernan la ciudad no saben qué hacer por una razón fundamental, porque no pueden reconocer que es su ideología y la cultura que han promovido con ayuda de otros, bastantes más, la que ha desencadenado el clima que propicia tanto desmán.

La cuestión es dónde está y quién promueve la cultura y la política que ha de regenerar Barcelona.

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