Ya tenemos aquí otra ofensiva de muy mal gusto contra los ricos: los papeles de Pandora, así llamados para vituperio de la primera mujer, según la mitología griega, que dejó sueltos todos los males y de aquí no paso porque luego me llaman machista y duermo fatal.
Ya está bien de meter a la pobre Pandora en líos, tertulias radiofónicas y luchas de clases. ¿Saben que en España solo hay 39 Pandoras, de 17,3 años de promedio, todas en Madrid o Barcelona, y que de seguir estigmatizando el nombre no encontrarán marido, aunque sea una birria de hombre?
Entre nosotros, ¿no le pondría cachondo tener una ‘offshore’ y dárselas de truhán?
Dejando de lado el nombre elegido –ya metidos a helenistas, yo les hubiese puesto “las cosas de Penélope”, que suena más cuqui –, el asunto es de una simplicidad extrema: a los ricos no les gusta pagar impuestos. ¡Como si a los pobres les gustase!
Entre nosotros, ¿no le pondría cachondo, muy cachondo, tener una offshore y ya de paso una compañía amiga en las islas Vírgenes, que como Valencia es la tierra de las flores, de la luz y del offshore ?
Lejos de las apariencias, la lista de adinerados que van de pantalla en pantalla hasta la evasión final –como otros que yo me sé, ¡qué cruz!– tiene su función social porque emplea a miles de abogados que se ganan así la vida y no se meten a jueces del Supremo, a pleitear o a dejarse la vista en una oposición a registrador.
Los ricos, ya se sabe, no son de gastar a espuertas y menos en impuestos. Pagar impuestos es muy vulgar, seamos francos, y provoca ataques de ciudadanía cansinos del estilo “¡mira lo que hacen con mis impuestos!”, muy acusados entre quienes menos sellos pegan.
A mí lo único que me molesta de los papeles de Pandora, nombre aparte, es que algunos de estos amigos del cante financiero y las offshore, pioneros de la globalización, vayan por la vida sentando cátedra y regalando lecciones a la gente, a diferencia de Julio Iglesias, que está en todos los paraísos y siempre ha dicho que es un truhán (por algo se empieza).
Y digo esto porque si también los ricos distraídos sueltan sermones, discursos y consejos a los pobres... ¿qué nos queda a los pobres?
¡Pagar impuestos!