Las cien carretas

José Antonio Labordeta contó en sus memorias la petición más insólita que se recibió en su tiempo en el Congreso de los Diputados: que se permitiera castrar al párroco de un pueblo. No recuerdo que tuviera éxito. En mi aldea de Lugo ocurrió un hecho excepcional: un día dio a luz una de las mozas más piadosas y rezadoras. Debidamente interrogada la madre por si se tratara de un milagro, puesto que no se le conocía varón, confesó algún descuido con el señor cura. Mis vecinos asaltaron la rectoral, cargaron todos los enseres del reverendo en carros de vacas y se los pusieron en el límite de la parroquia con el amable aviso de que no se le ocurriera volver. Nadie lo ha vuelto a ver, aunque no está en las listas oficiales de desaparecidos.

FOTO: MERCÈ GILI 3-11-10 NOU BISBE DE SOLSONA XAVIER NOVELL I GOMÀ

Xavier Novell i Gomà 

Otros

Parece que la feligresía es poco indulgente con las debilidades de la carne de los tonsurados. Solo de los tonsurados, porque en mi misma aldea hubo un señor que, según la leyenda, tenía 18 hijos de otras tantas mujeres del entorno municipal, pero nunca le pusieron bienes y ropas al relente, con lo cual he llegado a la conclusión de que se le admiraba con razón: no todo el mundo sobrevive a la cantidad de cuernos que crecen entre tanta y tan dispersa paternidad. Y además, qué diablos: el poliamoroso paisano no tenía voto de castidad ni hablaba a las damas en el susurro y las confidencias del confesionario, que es donde el celoso intuye el peligro.

La feligresía es poco indulgente con las debilidades de la carne de los tonsurados

Me recordó estos episodios el caso de don Xavier Novell Gomà, de quien tanto discrepé por prelado independentista y poco comprensivo con el movimiento gay y los anticonceptivos. Hoy lo defiendo como pecador. Es fácil el recurso a las dos tetas y las cien carretas, porque la idea de un obispo enamorado no entra en la previsión de la grey. Pero su his­toria es una gran historia de amor. Nadie sabe cuánto hay que querer a una mujer para renunciar al Reino de los Cielos por una compañía siempre efímera y carnal. Nadie sabe cuántas noches hay que pasar sin dormir, aterrado ante el paso que va a dar, ante la familia que presumía de obispo, ante las señoras que le habían confesado sus pecados… Por todo eso lo compadezco, ilustrísima, pero le digo: cambiar mitra por mujer no es pecado. El pecado tiene que ser la doble militancia: si en política está prohibida, en el culto merece la excomunión.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...