Hermosa idea del monstruo

Hermosa idea del monstruo

Medio siglo antes de que Flaubert disfrutara de su crucero por el Nilo, Napoleón había conquistado Egipto. Emulando a Alejandro Magno, quería situarse en Siria y estrangular el imperio británico. La jugada le sale mal. Pierde la flota en la batalla de Abu Qir. Sus ejércitos flojean por Siria y Palestina. Napoleón regresa solo a París, con el rabo entre las piernas (aunque triunfa con el golpe de Estado del 18 de brumario). Francia aguantará poco en Egipto, hostigada por británicos y otomanos. Los egipcios no soportan una ocupación que implica ejecuciones, abusos, pillajes y una administración voraz e “infiel”. Crece la tensión entre los musulmanes y los cristianos locales (coptos, ortodoxos), percibidos como quintacolumnistas.

Flaubert describe esta tensión en una de sus cartas. En la región de Djebel El Teir, explica, un convento copto preside una colina sobre el Nilo. Cuando pasa una embarcación con europeos, los novicios se tiran al agua y, nadando, piden a gritos dinero a los “cawadja” o señores, “chistiani” como ellos. Los marineros musulmanes los reciben a golpes de palos y cuerdas, los insultan, alaban al profeta y les enseñan el culo.

Regatean el precio “de unas plumas de avestruz y de una niña de Abisinia”

En Nubia, el Nilo se estrecha entre acantilados de roca. Para evitar un accidente, 150 hombres desde una orilla tiran de la embarcación con una gran cuerda. Decenas de mozos han aparecido de la nada para ocuparse de dos franceses de clase media, dos turistas, diríamos hoy, a los que no basta toda una tripulación a su servicio. Más adelante, Flaubert y su amigo Du Camp se distraen con unos barcos de esclavos llenos a rebosar de mujeres africanas. Regatean el precio “de unas plumas de avestruz y de una niña de Abisinia”. No quieren comprarla, tan solo “quedarse más tiempo a bordo disfrutando de aquel espectáculo”: mujeres llorando, pequeños agarrados a los pechos de sus madres, mujeres peinando “largas cabelleras como largas crines de un caballo que pace a ras de tierra”.

Más adelante, mientras intenta cazar unos cocodrilos, Flaubert escribe: “Qué hermosa idea la del monstruo! ¡El animal cruel solo por el placer de ser cruel!”. Leo estas cartas de un clásico que cumple 200 años, mientras por la ventana oigo hablar de Afganistán. La crueldad y el dolor cambian de manos navegando por el impasible río de la historia.

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