La intolerable actitud de Vox
Vox ha enseñado su peor cara en la campaña electoral de la Comunidad de Madrid. Contraponer las pensiones que cobran las viudas madrileñas con el dinero destinado a la integración social y económica de los menores extranjeros no acompañados ( menas ) es un grave error que fomenta la xenofobia y el racismo. Para pedir más ayuda para un colectivo determinado no hay que menospreciar a otro. Pero más grave es la segunda línea roja de este partido situado en la extrema derecha que ha cruzado su candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid, Rocío Monasterio, al no haber condenado directamente, en el debate electoral de la Ser celebrado ayer por la mañana, las amenazas de muerte que han recibido el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias; el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, y la directora general de la Guardia Civil, María Gámez. Esta legitimación de la violencia, aunque sea indirecta, es muy grave. Debe haber tolerancia cero hacia quienes no se muestran categóricos en la defensa del derecho a la vida de las personas.
La candidata de Vox a la presidencia de la Comunidad de Madrid –aunque dijo que siempre ha condenado globalmente toda violencia– puso en duda la veracidad de las citadas cartas con amenazas de muerte, que iban acompañadas de varias balas de fusil Cetme, un modelo ampliamente utilizado en el pasado por el ejército español. En lugar de condenarlas, denunció la violencia de extrema izquierda que reiteradamente recibe Vox e instó de malas maneras a Pablo Iglesias a abandonar el debate e incluso el país. El líder de Unidas Podemos, ante la negativa de Rocío Monasterio a rectificar sus palabras, optó por efectivamente marcharse del lugar. Lo mismo hicieron después los candidatos del PSOE, Ángel Gabilondo, y de Más Madrid, Mónica García. El cabeza de lista de Ciudadanos, Edmundo Bal, también presente en el acto, decidió continuar, pero la moderadora del debate, la periodista Àngels Barceló, optó por suspenderlo. Edmundo Bal justificó la necesidad de haber continuado el debate para que el diálogo triunfara sobre la división política entre extremos.
Los partidos deben marcar una distancia muy nítida frente al odio y la intransigencia de Vox
Es igualmente grave que, después del debate, no se haya producido ninguna declaración contundente de Vox como partido contra las citadas amenazas de muerte. La formación liderada por Santiago Abascal únicamente ha adelantado su intención de personarse como acusación popular para denunciar las que llama “supuestas amenazas” y para que la investigación policial y judicial determine quién o quiénes son los autores de las cartas. En posteriores declaraciones, su candidata a la presidencia autonómica de Madrid justificó su rechazo a condenar directamente las amenazas contra Iglesias porque ella, al igual que muchos españoles, no se cree nada del Gobierno, al tiempo que reiteró que está en contra de toda violencia y que espera que Unidas Podemos rechace las amenazas que también recibe Vox.
Las amenazas de muerte, sean supuestas o no, deben rechazarse siempre, y desde el primer momento, para cortar de raíz la posibilidad de que pudieran hacerse realidad. La difusa posición de Vox en este caso no solo es un grave error político, sino un hecho preocupante en el escenario democrático español. Esta actitud del partido que lidera Santiago Abascal también obliga a adoptar una posición nítida a quienes han llegado a acuerdos de gobierno con dicha formación. En este caso, Ayuso ha dejado entrever que podría incluir a Vox en su futuro ejecutivo, lo que sería muy preocupante. El líder del PP, Pablo Casado, fue ayer muy explícito en la condena de la violencia y, en concreto, de las amenazas de muerte mencionadas. Pero son demasiadas las ocasiones en que su partido ha dejado pasar actitudes intolerantes por parte de Vox en aras de no perder cuota política en favor de la ultraderecha. No es fácil luchar contra este fenómeno populista, pero todos los partidos deben tener claro que es preciso marcar distancias claras, de palabra y de hecho, frente al odio y la intransigencia que pregonan para evitar normalizar esos comportamientos.