Norman Mailer fue enviado por la revista Esquire a seguir la convención demócrata, donde fue elegido John F. Kennedy para disputar la presidencia a Richard Nixon. Mailer escribió un largo artículo titulado Superman desembarca en el supermercado . En él describía la llegada de JFK al acto político de Los Ángeles como el aterrizaje del héroe americano, rodeado de la aureola de sus hazañas durante la II Guerra Mundial, “reconocible por su bronceado de monitor de esquí” y “la blancura de sus dientes, visible desde 50 metros”. El autor calificó al candidato como la encarnación del espíritu del supermercado, este universo comercial y homogéneo que la recuperación de la economía había convertido en la metáfora del sueño americano. Mailer resaltaba la distancia entre la política idealizada y la realidad de los electores, cargados de tantos sueños como frustraciones. Desde entonces la distancia entre estos dos mundos solo ha hecho que ensancharse, entre otras razones porque los superhéroes ya no funcionan ni en los cómics y entre los electores hay cada vez más agnósticos de la política.
Ni siquiera una pandemia que ha arrasado vidas y economías ha permitido emerger ya nuevas personalidades con otra manera de transmitir mensajes y acercarse al ciudadano. Basta mirar a Europa para ver la falta de inteligencia emocional de sus líderes. O pensar en España, con los partidos a la greña y sin acabar de enviar un mensaje de esperanza, ni ponerse de acuerdo en cómo abordar la reconstrucción del país. Y por no hablar de Catalunya, con seis meses sin presidente y donde nadie es capaz de unir a la sociedad catalana en un proyecto ilusionante de futuro, mientras asistimos a una batalla por el poder que empieza a resultar vergonzosa.
La empatía en política no cambia la realidad, pero contribuye a hacerla más soportable
El politólogo Antonio Gutiérrez-Rubí defendía esta semana la biopolítica, es decir la política regenerada a partir de la cercanía con las personas. “Es el momento de volver a hablar de la vida, de lo íntimo y personal, como la mejor manera de hablar del interés personal y del bien común”. Y, añadiría, con discursos basados en la empatía, que no cambian la realidad pero contribuyen a hacerla más transitable. En esta pandemia, los gobiernos nos han limitado libertades, nos han reñido mucho y nos han multado incesantemente. Y ahora, cuando se intuye la salida del túnel, nuestros dirigentes son incapaces de animarnos, de darnos una palmada en el hombro y de devolvernos la esperanza. Y ni siquiera tienen los dientes blancos de Kennedy cuando sonríen.