Besar la lona, morder el polvo

No sé por cuál temporada vamos ya de la serie Que n’aprenguin , protagonizada por Joan Laporta as himself . Una mezcla de Juego de tronos y House of cards , con ingredientes locales de Nissaga de poder y Oh Espanya .

En la primera temporada descubrimos a un joven apuesto y ambicioso que gracias al impulso de la plataforma Elefant Blau consiguió acabar con el nuñismo representado en su última función por Joan Gaspart. Luego llegaron los capítulos de su presidencia del Barça, donde el club recuperó su orgullo a base de partidos de madrugada regados con gazpacho, con Ronaldinho, con Deco, con Eto’o, a los que le cogió el relevo Messi. Con ligas y Champions, y el éxtasis de la era Guardiola.

¿Qué nos habría parecido a los culés si Florentino hubiese hecho lo mismo en la Travessera de Les Corts?

En la tercera temporada despilfarró el capital acumulado, emborrachándose de ostentación y Moët Chandon, pero sin abandonar ni el éxito deportivo ni su gracejo. Como buen populista al frente de un club de fútbol, llegó a la política, primero al Parlament y luego al Ayuntamiento de Barcelona. En algún momento dio la sensación de que podía convertirse en un tsunami electoral, pero no acabaron siendo esos sus años más gloriosos. Para recuperar el glamur perdido pretendió volver ser presidente del Barça con escaso éxito.

Y ahora, después de unos años en el dique seco, lo vuelve a intentar. Exhibiendo (o impostando) una imagen moderada, lejos de sus habituales histrionismos rollo “al loro que no estamos tan mal”, Laporta se nos presenta con look de jefe de la planta de electrodomésticos de El Corte Inglés, dispuesto a vendernos una cafetera Dolce Gusto. Y lanza su nueva temporada al estilo Netflix: con una gran lona en un edificio en obras muy cerquita del Bernabeu. Espectacular. Desde Narcos que no se veía nada igual.

En mi casa me enseñaron que no hiciese a los demás lo que no quiero que me hagan a mí. En varias ocasiones de mi vida no lo he cumplido. Pero lo seguiré intentando. Por eso me ha sorprendido el entusiasmo y la práctica unanimidad que ha despertado en Catalunya la acción propagandística del “puto amo” ­Joan Laporta. No he visto a mucha gente haciendo el ejercicio de ponerse en el lugar del otro: ¿qué nos habría parecido a los culés si Florentino Pérez hubiese hecho lo mismo en un edificio en obras de la Travessera de Les Corts? Seguramente los que ahora aplauden a rabiar la astucia y el indudable éxito propagandístico de Laporta saldrían en tromba contra el presidente madridista. “¿Quién se ha creído que es este, que viene aquí a provocar?”. Y nos haríamos los ofendiditos. Detecto una corriente, no exclusiva de Catalunya, que cuando los nuestros son los astutos, nos parece una jugada maestra. Pero cuando son los otros los que nos pasan la mano por la cara, son unos provocadores arrogantes.

La campaña de la lona es la constatación de que hay un sector del barcelonismo que no puede vivir sin el Real Madrid, igual que hay un sector del independentismo que no puede vivir sin España. Véase Joan Canadell, la nueva estrella del carlismo (de Carles Puigdemont). Dependen tanto de lo español para ensalzar lo catalán, que lo último que les conviene a personajes así es la independencia. No hay nadie más dependiente de España que ellos mismos.

Me imagino al propio Puigdemont, un crack en los golpes de efecto vacíos, pensando “joder, ¿cómo no se me ha ocurrido a mí lo de la lona para arrancar la campaña de las autonómicas”. ¿O ya no son autonómicas y vuelven a ser plebiscitarias, que es que me lío? Ha sido un espectáculo ver como muchos recuperaban el orgullo culé herido y besaban la lona laportiana, que en términos de boxeo significa todo lo contrario, significa estar KO. Pero no es el caso de Laporta, que ahora más que nunca es el gran favorito para volver a ser presidente del Barça. Que tantos besen su lona, detrás de la cual solo hay andamios, es la consecuencia de llevar mucho tiempo, como club y como país, mordiendo el polvo.

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