Pavese, setenta años
El 27 de agosto de 1950 era domingo y en la habitación 346 del hotel Roma, en Turín, encontraron el cadáver de Cesare Pavese. Se había tomado veinte dosis de somnífero y cuentan que estaba vestido y que se había quitado los zapatos. Setenta años después las versiones se enriquecen o se corrompen con detalles y aportaciones que contradicen datos precedentes. Todo contribuye a que el pasado se contamine a través de las elucubraciones y la distancia. Incluso hay forenses de la psicología póstuma que han detectado en los textos de Pavese la evidencia de que sufría eyaculación precoz. De la noche antes del suicidio, se explica que Pavese telefoneó a varias amigas-amantes para invitarlas a cenar, pero que ninguna aceptó. Es un dato que también ha alimentado la acusación de misoginia, desmentida por los que sí lo conocieron, que afirman que era misántropo, que no es lo mismo. Durante muchos años el hotel Roma de Turín (allí sigue) mantuvo la habitación a disposición del público, ajena a las remodelaciones. La fascinación por la autodestrucción, sobre todo cuando tiene que ver con un artista, puede ser una oportunidad turística museística. El hotel conservaba el teléfono negro de pared, la cama individual y la ventana con vistas a la Piazza Carlo Felice.
De la noche antes del suicidio se explica que Pavese telefoneó a varias amigas
Hace setenta años Pavese tenía cuarenta y dos y un pasado político lo bastante controvertido para soportar una etapa filofascista precoz y, más tarde, una fase comunista cuestionada cuando se supo que durante la guerra se había aislado en vez de comprometerse. Aquí, a finales de los sesenta y principios de los setenta, Pavese era un mito. Quizá porque se le identificaba con el comunismo y la sofisticación editorial más avanzada. Quizá porque las muertes prematuras –no sufría ninguna enfermedad, solo ramalazos de exhibicionismo melancólico– despertaban un furor romántico retrospectivo irresistible en el mundillo –suerte tuvimos– de la cultura progre. Dejó una famosa nota: “ Perdono tutti e a tutti chiedo perdono. Va bene? Non fate troppi pettegolezzi” (“Perdono a todos y a todos pido perdón. ¿De acuerdo? No chismorreen demasiado”. La caligrafía de la nota también ha sido minuciosamente analizada y hay quien ha calculado el espacio que ocupa la firma en relación con el resto del texto para atribuirle una patológica egolatría. Han pasado setenta años y sigue maravillando que, en italiano, para referirse a los chismorreos hablen –bravo– de fare pettegolezzi.