Lo ‘normal’ crece

Lo ‘normal’ crece

Vox ha sido tratado por la mayoría de los partidos políticos y grandes medios como una opción normal y el resultado de ello es que una parte con­siderable de electores han pensado que, efectivamente, se trata de una opción perfectamente normal. No son necesarios sesudos estudios académicos para concluir que, si nos dedicamos a normalizar al fas­cismo, lo que ocurre es que el fascismo se convierte en normal y se agranda. Es lo que ha ocurrido en España en las últimas elecciones generales.

El debate que organizó la Academia de Televisión durante la campaña fue un ejemplo de la actitud errónea del resto de partidos ante los ultras, con la excepción de Podemos. Sólo los de Pablo Iglesias y los nacionalistas y soberanistas vascos y catalanes (ausentes del mencionado debate) se atreven a desmontar el discurso tóxico y falaz (con frases tomadas directamente del credo falangista) de Santiago Abascal y su camarilla. Es grave que ni socialistas ni populares repliquen de forma contundente la retahíla de propuestas inquietantes que emiten los dirigentes de Vox.

En España, la derecha extrema no puede dejar de ser franquista, es su tradición y su filiación

En el terreno de la sociedad civil, llama la atención la escasez de voces relevantes del mundo económico y empresarial que han expresado su preocupación por el aumento espectacular del número de escaños de Vox, algo que contrasta con las diversas manifestaciones reticentes o abiertamente contrarias al acuerdo de gobierno entre socialistas y podemitas. ¿Por qué determinadas elites dan tan poca importancia a 52 diputados ultras? Algunas fuentes conocedoras del Madrid de la pomada me ofrecen una perspectiva que no se ve desde Catalu­nya: en el núcleo dirigente de Vox están varios personajes que, por apellido y posición social, forman parte de los círculos capitalinos de poder e influencia, figuras (antes cercanas al PP) que se han puesto el casco y las botas del neofascismo sin abandonar los salones donde son recibidos con total normalidad. Según un buen conocedor de este escenario, “la normalización pública de Vox viene precedida por la normalización inadvertida en los entornos donde sus impulsores son tratados, desde siempre, como elementos para nada marginales”.

Otro frente de normalización de la oferta ultra proviene de esos ejercicios de clasificación recreativa a los que se prestan algunos intelectuales que afirman que Vox no es franquista ni fascista, que sólo se trata de imitadores de Salvini o de extremistas modernos. ¿Por qué gente ilustrada se dedica a quitar hierro a una organización que es mucho más que nacionalpopulista? Para estos profesionales del lenguaje y las ideas no sería complicado rastrear los trazos de retórica franquista, falangista y nacionalcatólica que impregnan los mensajes de Vox, por encima y por debajo de los discursos simplistas sobre inmigración, globalización y políticas de género, copiados de sus homólogos europeos. No deja de ser chocante que muchos de los que califican a Quim Torra de “supremacista” sean tan moderados a la hora de etiquetar a los de Abascal.

Que Vox tenga en sus filas a expertos en batallas culturales con capacidad para imitar lo que hacen los ultras italianos, franceses y polacos no les aleja ni un ápice de los restos de franquismo social y cultural que existen por las Españas, y que ahora se sienten llamados por una marca que adoptan como la puesta al día de su universo sentimental e ideológico. Es obvio que no todos los que votan Vox son ni se consideran franquistas, pero Vox no tendría sentido si no guiñara el ojo a los que todavía justifican la dictadura. En España, la derecha extrema no puede dejar de ser franquista, es su tradición y su filiación, desde los tiempos de Fuerza Nueva (con el notario Blas Piñar al frente) hasta Vox, por mucho que algunos de sus ideólogos se consideren finos neocons de inspiración estadounidense. Por eso ondea su gran obsesión con los catalanes y vascos, como base de la supuesta anti-España, elemento constitutivo de su proyecto político. Vox añade al enemigo exterior de todos los neofascistas europeos (la inmigración) el enemigo interior (los independentistas catalanes y, por extensión, lo catalán y lo vasco como sospechoso y anómalo), al que hay que eliminar. La noche electoral el eslogan más coreado ante la sede de Vox fue “a por ellos”.

Mucho se ha hablado de Vox como producto crecido a raíz del proceso catalán, hasta el punto de presentar a los soberanistas como responsables del despertar del monstruo. Está claro que la crisis catalana ha servido para avivar las brasas del fascismo cañí, pero no debe olvidarse el papel esencial que ha tenido Ciudadanos preparando la pista de aterrizaje de los ultras. El españolismo hipercentralista, uniformista y excluyente de la formación de Albert ­Rivera (como antes el de UPyD) calentó al personal con un discurso diario de odio hacia el catalanismo y el vasquismo, repleto de mentiras, difamaciones y campañas para desacreditar partidos, dirigentes e instituciones. La ironía amarga es que Vox ha acabado devorando a quienes, sin saberlo, crearon el marco propicio para que Abascal entrara al galope.

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