Unamuno y Millán-Astray
Amenábar es un director sobrio y elegante que ha plasmado el episodio de Salamanca con ecuanimidad. Es imposible saber cómo fue aquello, pero en la película Mientras dure la guerra nos hacemos una idea visual del clima del famoso incidente en que Unamuno le dice al general Millán-Astray, jefe de la Legión: “Yo, que me he pasado la vida estudiando paradojas, no puedo permanecer callado entre la repelente paradoja proferida por el general (¡viva la muerte!). Este es el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote. ¡Venceréis, pero no convenceréis!”.
Y cuando después le llamó tullido y le comparó para mal con Cervantes, se puede imaginar uno la que se armó en aquel paraninfo de la Universidad de Salamanca en octubre de 1936.
Admiramos a don Miguel porque se ha convertido en el arquetipo de la nobleza castiza, el honor y la valentía
Como tantos otros, Unamuno, que era rector vitalicio de la universidad, se vio cogido entre dos fuegos porque los franquistas ocuparon Salamanca. Sin entrar en la indescifrable cuestión de quién mató más y mandó más, todos sabemos por experiencia familiar lo que pasó en los dos lados. La película no carga las tintas ni en la maldad de los rebeldes ni en el caos de los republicanos, cuenta un episodio paradigmático de la Guerra Civil en que la inteligencia se enfrenta a la fuerza. Podía haber sucedido en el otro lado, pero uno piensa que la personalidad individualista e irreductible de Unamuno se merecía llevarse la escena.
Sus ideas no eran ni fascistas ni comunistas, eran las de un profesor de griego que escribía poesía y novelas y que se sintió forzado a llevar al país por el buen camino. Para ello proponía sumergirse en el pueblo y abrirse a Europa –cosas bastantes dispares–: “Bajo una atmósfera soporífera, se extiende un páramo espiritual de una aridez que espanta”. “Vivimos en un país pobre, y donde no hay harina, todo es mohína. La pobreza económica explica nuestra anemia mental”. “Y no es nuestro mal tanto la pobreza cuanto el empeño de aparentar lo que no hay”. “Sobre esta miseria espiritual se extiende el pólipo político”. Todo esto, para Unamuno, “ es el desquite del viejo espíritu histórico nacional, que reacciona contra la europeización”. “Es obra de la Inquisición latente. Los caracteres que en otra época pudieron darnos primacía nos tienen decaídos. Reaparece la Inquisición íntima: la incapacidad de comprender”. Aquí viene a la memoria el despiadado aforismo de Machado: “Castilla miserable, ayer dominadora / envuelta en sus harapos, desprecia cuanto ignora”.
“Fue grande el alma castellana cuando se abrió a los cuatro vientos y se derramó por el mundo; su ruina empezó el día en que gritaron: mi yo, que me arrancan mi yo, y se quiso encerrar en sí”. “España está por descubrir, y sólo la descubrieron españoles europeizados”.
“Quisiera sugerir con toda la fuerza al lector la idea de que el despertar de la vida de la muchedumbre difusa y de las regiones tiene que ir de par y enlazado con el abrir de par en par las ventanas al campo europeo para que se oree la patria. Tenemos que europeizarnos y chapuzarnos en pueblo. El pueblo, el hondo pueblo, el que vive bajo la historia, es la masa en común a todas las castas, en su materia protoplasmática”. “ Era mi deseo desarrollar la idea de que los casticismos reflexivos, conscientes y definidos, los que se buscan en el pasado histórico, no son más que instrumentos de empobrecimiento espiritual de un pueblo, que la miseria espiritual de España arranca del aislamiento en que nos puso toda una conducta cifrada en el proteccionismo inquisitorial que ahogó en su cuna la Reforma castiza (¿?) e impidió la entrada a la europea; que sólo abriendo las ventanas a vientos europeos, europeizándonos y chapuzándonos en el pueblo, regeneraremos esta etapa moral”.
Por el otro lado, el general Millán-Astray era un practicante de la ironía más magra, si nos atenemos a la imagen que presenta Amenábar. Su explicación de la baraka de Franco no tiene desperdicio: “Soy tuerto, manco y cojo, en cambio a Franquito no le da ni una bala”. Sabemos cómo era Franco, yo al menos lo sé, porque me lo han contado personas que le conocieron, como don José María de Areilza o Lucía Bosé, incluso Josep Pla. Pero no sabemos cómo sería Millán-Astray en su fuero interno. Creo que habría algo más que sus desafueros de jockey como “Muera la inteligencia” y “Viva la muerte”, pero Amenábar no tenía a Jack Nicholson.
Sí tiene la habilidad de contar bien esa historia y enfocarla en la mano amable y salvadora de doña Carmen Polo, que se llevó a Unamuno de aquel berenjenal peligroso en que se había metido por contestar. Y por eso admiramos todos a don Miguel, porque se ha convertido en el arquetipo moderno de la nobleza castiza, el honor y la valentía. Estas palabras muchos tendrían que ir a buscarlas al diccionario, pero para quienes las sabíamos de corazón, aún cuentan mucho, estén en el bando que estén.
De ahí mi deuda de gratitud con Amenábar por haber conseguido con ellas y su relato filmado una catarsis carpetovetónica de mucho cuidado.