Castas (y divas)
MANUEL Valls dijo que negó el saludo a Quim Torra en la recepción posterior a la toma de posesión a Ada Colau porque en su discurso del día anterior en el Parlament había hablado de él como una casta. Valls, que regresó a Barcelona pensando que era posible reproducir el fenómeno de En Marcha en Francia, despertó el interés de determinados sectores tras su retorno a la ciudad en la que nació, lo que tenía su lógica siendo un ex primer ministro. Y hubo empresarios que se ofrecieron a ayudarle, aunque a la hora de la verdad han sido menos los que han contribuido a configurar su plataforma electoral. En cualquier caso, la campaña en las últimas semanas contra Valls ha sido brutal, sobre todo a partir del momento en que manifestó que iba a dar los votos para que Barcelona no tuviera un alcalde independentista a cambio de nada. Los medios cercanos al soberanismo no ahorraron páginas, ni adjetivos. Y Colau tuvo que escuchar en el papel y las redes que la iban a hacer alcaldesa las élites. Valls se convertía en el epicentro de eso que el propio president de la Generalitat calificaba de la casta.
En cualquier caso, deberíamos aceptar que las élites –o las castas– ya no son lo que eran. Fèlix Millet intentando definir lo que era el poder comentó en una ocasión, de eso hace veinte años: “Somos unos cuatrocientos y siempre los mismos”, refiriéndose a las personas que participaban en las instituciones económicas, financieras o culturales catalanas. Pero eso ha girado como un calcetín: el propio Millet acabó en la cárcel y ha sido borrado de las agendas. En los últimos años ha nacido una nueva casta, a menudo desde la proximidad al poder, pero también desde el desarrollo de nuevos negocios tecnológicos. Y algunos apuestan y son contribuyentes de los partidos cuyos líderes critican a Valls. Cada bloque ideológico tiene su casta y cada vez cuesta más distinguirles. Ni siquiera por su aspecto.