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Más patrimonio nacional

Ahora que el verano se acerca, crece la lista de casos de urbanitas que se van a pasar unos días en un pueblo –o que se compran una casa– y luego protestan porque las peculiaridades de la vida rural les incomodan. Lógicamente, los rurales se mosquean y contraatacan. El último contraataque, con gran resonancia mediática, fue el de un pastor asturiano, hace un mes. Como aparte de pasear a las cabras graba vídeos y los cuelga en YouTube, hizo uno en el que aparece denunciando que cerca de un hotel rural han clausurado un gallinero porque a los huéspedes les molestaban los gallos: “A los inquilinos del hotelito rural les molestaba el canto de los pitus porque cantaban en horas intempestivas. ¿Qué horas son intempestivas, majos?”. Se quejaba también de que, en cambio, a las tres de la madrugada esos mismos huéspedes están en el jardincito con la música a todo trapo: ¡chunda, chunda, chunda! “¡Y nunca nadie protestó! Que un pollo cante a las siete de la mañana, cuando sale el sol, es lo normal. ¿Por qué venís a un pueblo a hacer turismo rural? Encima lo llamáis ‘turismo rural’. Lo rural tiene unas características determinadas: las gallinas cantan, las vacas cagan y los tractores meten ruido”.

Se trata de una pulsión habitual en ciertos homínidos: querer hacer cosas que salen de su rutina para, luego, quejarse. De la misma forma que van a pasar unos días en una casa rural y se quejan si el gallo canta, van a un restaurante tailandés y, si la comida es picante, ponen el grito en el cielo. ¿Por qué van a establecimientos que ofrecen platos picantes, los piden y luego se quejan? Pues que se queden en casa. O que imiten a Manuel Valls y vayan a chocolaterías de la calle Petritxol a tomar suizos con melindros. Así las guindillas no les ofenderán.

Evidentemente, en Francia, las quejas de los urbanitas cuando van a un pueblo siguen el mismo patrón. Aprovechando que estos días el debate ocupa titulares de la prensa francesa, el alcalde de Gajac, en la Gironde, ha lanzado una propuesta: que los sonidos rurales se inscriban en el patrimonio nacional, a fin de callar la boca a los domingueros. Una vez hecha la propuesta, confesó que no sabía cómo podía conseguirlo. Pero enseguida han aparecido personas que creen saber cómo hacerlo. Entre las cuales un diputado del departamento del Lozère, Pierre Morel-À-L’Huissier, que ve una posibilidad: “Creo que se podría pedir al Ministerio de Cultura y, si no es suficiente con los procedimientos legislativos en vigor, propondría una extensión jurídica”. Si lo consigue, en Francia el canto del gallo, los repiques de las campanas, el rebuzno de los asnos, el mugido de las vacas, el piar de los pájaros y el croar de las ranas serán patrimonio cultural, al mismo nivel que la torre Eiffel de París, por ejemplo. Si por casualidad a alguien se le ocurriera empezar aquí una iniciativa parecida, le pediría que a la lista de “sonidos rurales” de nuestro patrimonio nacional añada también los de las motosierras y los cortasetos, causa de tantas siestas frustradas y de mis blasfemias más abarrocadas.