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Siete poetas

De vez en cuando, da gusto poder hablar de algo que está bien. El lunes pasado asistí a un acto, en Madrid, que merece que le dedique unas líneas, por inusual y civilizado. Era una lectura de poesía en el Instituto Cervantes, a cargo de seis poetas –un catalán, una vasca, un gallego, un asturiano, una castellana y una argentina–, organizada por un séptimo poeta, el director del instituto, Luis García Montero.

La presentación (ciclo Lengua Diversa: Poesía Ibérica, Poesía de la Hispanidad) no era muy alentadora y confieso que fui en parte por sentido del deber, para que nadie pueda decir que soy de los que se pasan el día reclamando que se reconozca la diversidad de lenguas y la pluralidad de la sociedad española y cuando alguien organiza un acto precisamente para hacerlo y me invita, no voy. En Madrid, entre semana, a las siete de la tarde “o das una conferencia o te la dan”, según la máxima no sé si de Ortega y Gasset o de Eugeni d’Ors, y temía verme sumergido por un alud de lugares comunes previsibles sobre la diversidad lingüística. O peor: que resultara como aquellos chistes en los que se encuentran un francés, un inglés, un alemán, etcétera.

Pero no: fue tiempo bien invertido, aunque sólo fuera para ver que, en Madrid, hay gente que cree en la pluralidad. La sala estaba bastante llena. No éramos cuatro gatos: al menos éramos cuarenta o cincuenta. No estaba mal. Luis García Montero abrió el acto con unas palabras de rigor sobre la riqueza que supone la diversidad lingüística. Escuchándole, no pude evitar recordar aquella boutade de Jaume Perich: “Por una serie de razones ajenas a nuestra voluntad, los catalanes tenemos el problema del bilingüismo en vez de ser bilingües”.

A continuación, la poeta vasca Miren Agur Meabe afirmó que ella no se sentía parte de la poesía de la hispanidad, leyó un poema en euskera, impenetrable, y tuvo la gentileza de traducirlo. El poeta asturiano, Xuan Bello, antes de leer un par de poemas suyos, dijo que él sí se identificaba con la hispanidad y que el problema era que España no sabía manejar la riqueza que tenía. El poeta catalán, Àlex Susanna, leyó Promiscuïtat, un poema sobre una biblioteca en la que conviven libros de diferentes géneros, lenguas y movimientos. Más adecuado para la ocasión, imposible.

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Los días que vienen serán duros, comenzaba la versión castellana de un poema que leyó Miguel Anxo Fernán Vello, el poeta gallego, premonitorio. “Ya están aquí mordiéndonos el aire”, acababa. María Negroni, la poeta argentina, también eligió muy bien los poemas que leyó. Uno comenzaba con el verso: “Lo que debería oírse no se oye”. Otro, con la pregunta: “¿A qué jugamos?”.

En el debate, María Negroni preguntó a Miren Agur Meabe qué tenía contra la hispanidad y Miren Agur Meabe dijo que simplemente no le gustaba que la identificaran con la poesía española. Luis García Montero, que ejercía de moderador, quitó hierro al asunto diciendo que había que respetar todas las sensibilidades y Xuan Bello dijo que Franco había manchado muchas cosas. Algunas las habíamos limpiado, pero la hispanidad no. Quizá no sabía que Rubert de Ventós lo intentó, o tal vez no consideraba que hubiera tenido éxito.

Luis García Montero preguntó a Elvira Sastre, la más joven del grupo, que escribe en castellano, flamante ganadora del premio Biblioteca Breve con la novela Días sin ti, qué pensaba. Con mano izquierda, Elvira Sastre dijo que le daba pena que se utilizaran las lenguas como armas políticas y que había que protegerlas a todas. Más incisivo, Àlex Susanna dijo que echaba de menos los tiempos de los Encuentros de Escritores y Críticos de las Lenguas de España de Verines, reivindicó la necesidad de crear un nuevo espacio de intercambio y citó una afirmación de Gabriel Magalhães: “El problema español comenzará a resolverse el día que las diversas lenguas sean respetadas y sentidas como propias por todos”. Una fórmula de una simplicidad engañosa. Quizás es más difícil de lo que parece. O quizás no.

Un joven de Almería, entre el público, dijo que era la primera vez que oía un poema en euskera y que ahora se sentía más cerca del pueblo vasco. Miren Agur Meabe se lo agradeció diciendo que había valido la pena participar en el acto, que la poesía nos hacía sentir a todos más cerca, pero que también sería bueno que se acercaran un poco los que nunca quieren acercarse.

No sé si alguna vez se hará realidad lo que escribió Juan Valera a Narcís Oller, hace más de un siglo: “A la larga, o tal vez pronto, si siguen escribiendo ustedes mucho y en catalán, se venderán y leerán en catalán por toda España, sin necesidad de traducciones, como sin duda nos leen ustedes en Cataluña, sin traducirnos”. Probablemente, no. Pero al menos en algunas ocasiones es posible escuchar poesía en catalán, en euskera y en gallego en Madrid (primero en versión original y luego traducida).

No quiero pecar de ingenuo: aquel noble guirigay era como el arca de Noé de las lenguas españolas, con un animal de cada es­pecie. Podía haberse quedado en un show de folklore periférico, interpretado, eso sí, por siete escritores que tienen algo que decir y que saben cómo decirlo. Pero no fue así. Tampoco fue un acto reivindicativo. Fue, sencillamente, un acto normal: es decir,­ ­insólito.