Polonia, lecciones de una independencia
Yo, Lech Walesa, a quien los polacos, la historia y la providencia han ofrecido el privilegio de tomar parte en los acontecimientos que han cambiado el destino de nuestra patria, en este centenario de nuestra independencia recobrada, inclino la frente ante los fundadores de la Segunda República (1918-1939): Jozef Pilsudski, Roman Dmowski, Ignacy Daszynski, Ignacy Paderewski, Wincenty Witos y Wojciech Korfanty. Inclino la cabeza ante todos los ciudadanos, hombres y mujeres, de diversos orígenes nacionales y religiosos que, en la hora de la gran prueba, con el pensamiento de “Polonia nos pertenece”, supieron unirse por el bien de su país.
Durante estos cien años, hemos tenido que reconstruir el Estado de Polonia en tres ocasiones. Durante la mitad de estos cien años no hemos sido un Estado libre. Hemos experimentado lo fácil que es perder la independencia. Bastan algunos políticos irresponsables en el momento decisivo.
Mi generación ha tenido la suerte de estar en el buen lugar en el buen momento. Hemos hecho lo que convenía hacer. La solidaridad, entonces, significaba: “Ayúdanos, amigo, porque nosotros solos no lo lograremos, es demasiado duro y difícil”. El peso que queríamos levantar era nuestra patria. Y diez millones de personas estuvieron de nuestro lado. Solidarnosc forma parte de la historia universal. Segura de sus valores, de su objetivo común y de su determinación. Gracias a la ética de Solidarnosc hemos triunfado, sin violencia, en el empeño de recobrar nuestra libertad y de transformar el sistema político. Hemos construido un Estado de derecho.
Hemos experimentado lo fácil que es perder la independencia; bastan políticos irresponsables en el momento decisivo
Otros países adoptaron nuestro ideal de una revolución sin baño de sangre que transformó el orden mundial. Y aunque nuestra transformación se hizo sin víctimas, eso no quita que cometiéramos errores. Pese a los esfuerzos extraordinarios de Jacek Kuron, no hemos sabido exprimir todo el potencial social y solidario del sistema que habíamos creado.
Sin embargo, hemos realizado el sueño de muchas generaciones anteriores, el sueño de una patria que vive con libertad y seguridad; hemos aprovechado la oportunidad histórica de hacer que Polonia ingresase en la OTAN y en la Unión Europea. Hombres de la talla de Karol Wojtyla (Juan Pablo II), Tadeusz Mazowiecki, Bronislaw Geremek, Zbigniew Brzezinski, Jan Nowak-Jezioranski o Wladyslaw Bartoszewski estaban convencidos, como lo estaba yo mismo, de que uniéndonos al más poderoso de los pactos militares y a la más moderna de las comunidades internacionales íbamos de una vez por todas a anclar Polonia en la civilización occidental.
No nos imaginábamos, entonces, con qué fuerza destructiva la sed de poder y los complejos serían capaces de desviar las aspiraciones de los polacos. Que un poder democráticamente elegido, en nombre de sus objetivos a corto plazo, pudiera causar el aislamiento, el debilitamiento y el desarme de Polonia. Y ello en una época de tensiones internacionales crecientes. Ahora bien, al este de nosotros está el Este. Es su lugar, está ahí, esperando a ver lo que vamos a hacer con nuestra libertad.
Para fortalecer un Estado se han de construir instituciones y procedimientos. Año tras año, elecciones tras elecciones, generación tras generación. Estamos impacientes porque históricamente hemos perdido tiempo. Como durante la Segunda República y una vez más durante la Tercera, tras una generación formada en el sistema democrático, el factor que ha triunfado es el reflejo de buscar atajos. Yo mismo he cedido a ello. Y por eso presento mis excusas a los polacos.
Por todo ello sé que todo intento de sustraerse a los procedimientos es una amenaza para la democracia. Los costes superan siempre los beneficios invocados. Hubiera sido necesario analizar cuáles eran las intenciones verdaderas y las ambiciones ocultas de quienes querían acelerar. No hubiéramos tenido que pagar hoy un precio tan elevado.
Ahora los hechos son borrados de la política y de la historia. La noción de parlamentarismo se halla desacreditada. La Constitución se viola metódicamente, el Estado de derecho se deconstruye. Ahora bien, el Estado de derecho es el garante de la libertad de cada uno de nosotros. El saqueo en curso –que se hace llamar el “buen cambio”– destruye el Estado, sus instituciones y sus procedimientos. Se sirve de la mentira como instrumento de ejercicio del poder, refuerza la desconfianza mutua, clasifica a los ciudadanos en diversas categorías.
Cuando hayamos ganado las elecciones, habremos de reparar nuestro Estado, reconstruir buena parte de sus instituciones partiendo de nada. Desgraciadamente, para reparar los daños causados a la sociedad, necesitaremos más tiempo del que ha dispuesto este poder. Quisiera vivir en una Polonia gobernada por demócratas conscientes, ambiciosos, bien formados. Por europeos.
La transformación sin vuelta atrás del mundo tal como lo conocemos, la demografía, los cambios climáticos, el aumento de las desigualdades, el desarrollo de las nuevas tecnologías, las aplicaciones de la inteligencia artificial: he aquí los problemas a los que hay que hacer frente. ¡Y a escala planetaria!
Estamos en vísperas de cambios fundamentales. Y son necesarios los esfuerzos de cada uno de nosotros para comprenderlos adecuadamente. Juntos, tenemos la capacidad de inventar soluciones para el mundo entero. Nos reconoceremos como una comunidad precisamente en la acción y a través de ella.