La fuerza mágica del fútbol

La fuerza mágica del fútbol

HAY partidos de fútbol y existe el Barça-Madrid. Los exquisitos dirán que se trata sólo de un encuentro deportivo, pero estos enfrentamientos atesoran muchas más cosas. En el fondo es la rivalidad entre dos ciudades que se miran de reojo, entre dos sensibilidades políticas distintas. Ni siquiera la globalización ha conseguido diluir esta tensión emocional. El clásico de hoy es un partido que mirará la mitad del planeta, y los goles se gritarán en catalán y en castellano, en francés y en inglés, en bantú y en suajili. Manuel Vázquez Montalbán definió el Barça como el ejército desarmado de Catalunya, y Ramón Mendoza había utilizado al barón Von Clausewitz para proclamar que el fútbol es la continuación de la guerra por otros medios. En este sentido, John Carlin oyó decir a Bobby Robson cuando entrenaba en el Camp Nou: “Aquí soy mucho más que un entrenador de fútbol: soy el general del ejército catalán”.

Pero más allá de esta pulsión emocional de los clásicos, el fútbol es también un retorno permanente a nuestra niñez, que en el fondo es la auténtica patria. Javier Marías calificó el fútbol como la recuperación semanal de la infancia. Y Jordi Évole declaraba en su conversación con Carlin que publicó ayer La Vanguardia: “Hace unos años llevé a mi hijo a una semifinal de Champions ante el Bayern de Pep. Reproduje todos los patrones de mi padre conmigo: cogimos la línea azul para Collblanc, le compré un frankfurt donde mi padre lo hacía y, al salir andando del Camp Nou, mi hijo comentó: ‘No voy a olvidar nunca este día’. Me dije: me han dado el carnet de padre”. El fútbol tiene esta fuerza mágica de trasladarnos a nuestra niñez, de volver a sentir la mano de nuestro padre agarrando la nuestra, mientras preguntábamos: “¿Papá, hoy ganaremos?”. Porque entonces papá lo sabía todo y la felicidad era un partido de fútbol contra el Madrid donde marcábamos un gol más que ellos.

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