Loading...

El peor viaje de Enrique Rubio

Grandes viajeros

Las anécdotas de un ferroviario y caricaturista reconvertido en reportero de sucesos

Enrique Rubio, con una seriedad impostada / José Mª. Alguersuari

Nos separaban 43 años, pero en muchos aspectos él era el más joven de los dos. En la época en que yo era cronista de sucesos, fue para mí una especie de mentor. Cada vez que cometía un error o que no sabía cómo salir de un enredo, le telefoneaba: “Enrique, necesito ayuda”. Su respuesta invariable era: “Nos vemos mañana en el despacho”. El despacho era la cafetería de El Corte Inglés de la plaza Catalunya. Charlar con él tenía un efecto balsámico. Este 9 de diciembre se cumplirán 15 años de su muerte.

Enrique Rubio (1920-2005) fue un histórico de la radio y la televisión, nuestro decano de la crónica negra y el creador de la Timoteca nacional, donde recopiló miles de timos. Empezó de telegrafista en una estación de nombre lúgubre, Campo Sepulcro, Zaragoza. Curioso destino para alguien llamado a “viajar y a ganarse la vida con la muerte”. La prensa de papel no vive una era de cambios. Vive un cambio de era. Por eso me acuerdo tanto de él. Se confesaba “enamorado hasta las cachas del olor a imprenta”.

Con una caricatura y su semblante habitual (José Mª. Alguersuari)

Lo de Campo Sepulcro duró poco. Enrique también era por entonces caricaturista deportivo; y el jefe de estación, árbitro de Primera División. “Nos pasábamos el día hablando de fútbol y esa no fue la época en que hubo más accidentes ferroviarios en España porque Dios no quiso. Pedí el traslado”. Como antes hizo su padre, también ferroviario, nuestro viajero recorrió España, de estación en estación. No podía dedicarse de pleno a su gran pasión como dibujante de prensa porque le pagaban en especies (“entradas para el fútbol”) y “había que ganarse el pan”.

Tras haber dibujado para Amanecer, Informaciones, Dígame, Fotos y Marca, donde ya empezó a vivir del oficio, recaló en Barcelona y entró en Solidaridad Nacional. Allí compaginó sus chistes gráficos con los reportajes. Su debut en la crónica de sucesos fue muy azarosa. Se había descubierto un cadáver en el Paral·lel, pero no había casi nadie en la redacción.“¿A quién enviamos?”, le preguntaron al director, que respondió: “Enviad al pintamonas”. Y fue. Lo hizo tan bien que se quedó con el puesto.

Entrevistando a Camilo José Cela (Carlos Pérez de Rozas)

La Guerra Civil le pilló en Tarroja de Segarra (Lleida), donde veraneaba en casa de un compañero de estudios. Luego sería oficial republicano con 17 años y participaría en la capital catalana en el derribo de un avión. Dos baterías se arrogaban la hazaña: la de Montjuïc (la suya) y la del Carmel. En plena discusión se supo que el aparato era un avión correo, no una aeronave enemiga. Los artilleros que se disputaban el mérito cambiaron entonces de opinión: “¡Fuisteis vosotros!”. Así aprendió que el éxito tiene mil padres y la derrota se queda huérfana.

También descubrió que el sufrimiento y la riqueza nunca se reparten por igual. Eso fue lo que le dijo una vez en la radio a Santiago Carrillo (1915-2012), el histórico dirigente del Partido Comunista de España, a quien le recordó que los jefes del PCE cruzaron la frontera en coche y los desarrapados, a pie, con sus pocas pertenencias a cuestas. “Aquí huele a facha”, le espetó Carrillo. Su respuesta lo dejó helado: “Pues yo fui uno de los oficiales que cubrió su retirada”. Para bien o para mal, Enrique nunca fue objetivo, sino un profesional apasionado.

Joven republicano y jovencísimo periodista (@historiasytinta)

Tuvo su primer carnet de periodista a los 14 años. Lo consiguió en Murcia, uno de los destinos de su padre. Como Groucho Marx, se pintaba un bigote. Quería aparentar más edad en sus salidas de trabajo. Nunca entendió ese periodismo que confunde la objetividad con la asepsia y el rigor con la frialdad. Se inició en los sucesos por casualidad y allí se quedó, prodigándose cuanto pudo. Y no fue poco. Trabajó en Radio Nacional de España y en numerosos diarios, incluida La Vanguardia . Fue, además, uno de los catalizadores de El Caso y ¿Por qué?

Sin estas publicaciones, y sin su firma, no se podrían explicar los sucesos de nuestra posguerra ni aquella sociedad fría, gris, cruel e ingrata. Viajó de punta a punta de España. También fue un pionero de Televisión Española, en la que estuvo desde 1959 a 1979, aunque lo marginaron en la celebración del 40.º aniversario de las emisiones en Catalunya. De la tele en blanco y negro guardaba un gran recuerdo y una placa de inspector honorario. Se la dio la policía por su programa Investigación en marcha . Algunos vieron en esa distinción una mácula, una tacha.

Uno de sus programas (TVE)

Cuando el poeta español Vicente Aleixandre (1898-1984) recibió el Nobel de literatura en 1977, hubo quienes se acordaron de Rafael Alberti, que se tuvo que exiliar, mientras que él siguió viviendo en España toda la dictadura. El propio Alberti, tan generoso y buen poeta como Aleixandre, aplaudió a la academia sueca y dijo que también había exilios interiores. Eso fue Enrique Rubio, un exiliado y un viajero interior. Le tocó una época triste, que capeó lo mejor que pudo.

Vivió anécdotas sin fin. “Agárrese, joven, agárrese a mi bigote y recibirá fuerza cósmica”, le decía Salvador Dalí. Se llevaba a toreros vestidos de luces para que hablaran ante los micrófonos de Radio España. Una vez entrevistó a uno, muy famoso, que iba junto a una señora mayor, enlutada. Enrique le dijo adiós con una sentencia tan bienintencionada como desafortunada: “¡Qué mal lo pasará usted cuando su hijo torea!”. No era su madre. Aquella mujer, muy adinerada e hija de un ganadero, era la esposa. El diestro casi le pega.

Sus trabajos (timotecanacional.com)

“¿Quieres venir a la reconstrucción de un crimen?”, le preguntó un día la policía. Era como preguntarle a una abeja si quería miel. ¡Claro que fue! Lo que nunca se imaginó es cómo haría el trayecto. En la parte de atrás de un jeep, esposado junto al asesino. Pasó tanto miedo que no se le ocurrió otra cosa que comenzar a contar chistes. Cuando llegaron al destino, nadie diría que aquel había sido el peor viaje de su vida. Cuando la extraña pareja bajó del coche, iban esposados y muertos de la risa.

El buen humor siempre le acompañó, pese a los golpes que le reservó la vida. El peor, la muerte de dos hijas. Se sobrepuso gracias a la devoción que sentía por Victoria Micaela Méndez Esteban (1923-2013). Mica, como la llamaban en casa, fue su esposa y su cómplice durante más de 60 años. También tuvieron un hijo, que se llama como el padre y que con los años se convirtió en fotógrafo, aventurero y trotamundos, como si el destino quisiera resarcir con su luminosa existencia a aquel otro Enrique de una España en blanco y negro.

Su faceta de dibujante (timotecanacional.com)

Aunque el decano de la prensa de sucesos nunca se jubiló, llevaba años casi olvidado por completo cuando de nuevo el destino le deparó una segunda juventud. La irrupción de las televisiones privadas y autonómicas le insufló nuevas energías. Numerosos programas de la tele descubrieron que aquel viejecito era un filón, un caudal inagotable de historias. Llegaron entonces las conferencias y sus colaboraciones en TV3, Telemadrid, Antena 3 TV o COM Ràdio, entre otros muchos medios.

Luego, poco a poco, de nuevo el olvido. Un olvido contra el que lucha Tomás Sastre Rubio, su sobrino e impulsor de la página timotecanacional.com. En el 2000, cuando intuyó que su segunda retirada sería la definitiva, Enrique Rubio publicó un nuevo libro sobre timos y timadores: La timoteca nacional (Planeta), una suerte de testamento y continuación de otra obra que publicó 47 años atrás. Aquel viejo texto de 1953 (antes editó una recopilación de chistes) fue su primera incursión literaria seria. Hoy es toda una rareza bibliográfica.

¿‘Tras el suceso’ o ‘Un periodista en la calle’? (@historiasytinta)

Se titulaba Un periodista en la calle , pero se vendió poco y la editorial estaba a punto de descatalogar y guillotinar la obra. Enrique compró cuantos ejemplares pudo, les quitó las cubiertas originales y las sustituyó por otras, manualmente. Para evitar problemas legales, cambió el título del producto resultante, que rebautizó como Tras el suceso , aunque en las páginas interiores seguía conservando su nombre anterior. “Soy el doctor Frankenstein del periodismo”, bromeaba.

Era un tipo genial. Falleció en el hospital de Sant Rafael el 9 de diciembre del 2005, a los 85 años. A su funeral fueron muchos familiares y amigos, pero pocas de las estrellas de la tele y de la radio que le rieron las gracias en tantos y tantos programas. Entre los periodistas que sí acudieron estaba Jaume Arias, otro maestro, santo y seña de La Vanguardia. Por desgracia, Jaume ya nos ha dejado también. “Estoy seguro –le dije en la capilla del hospital de Sant Rafael– que de todos estos que echamos en falta nadie se acordará a los 15 años de su muerte”. De Enrique Rubio, sí.

Hay dos cosas que todos leemos: los chistes y los sucesos. La risa y el llanto nos humanizan”

Enrique Rubio(‘Tras el suceso’)

Este artículo forma parte de una serie de reportajes sobre mujeres y hombres de todo el mundo, célebres por sus experiencias viajeras.