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Bayona, epicentro del chocolate en Francia

Mundo insólito

Las calles de la ciudad desprenden un marcado estilo francés

Casco antiguo de Bayona, la capital del País Vasco francés

Xantana / Getty Images/iStockphoto

Dos potentes ríos pirenaicos que desde las montañas de la cordillera han bajado trastabillando entre rocas llegan a Bayona, y allí se arremansan como cansados, olisqueando el aire salobre del cercano océano Atlántico.

El Adour (Aturri en euskera) y el Nive (Arrobi, en la lengua de los vascos, que procede de la muy santiaguera Saint-Jean-Pied-de-Port, Donibane Garazi) se juntan precisamente al ladito del núcleo histórico y cogen fuerzas para dibujar la última S de sus meandros. En sus orillas se articula la capital del País Vasco francés.

La capital del País vasco francés acuño el término ‘nunca profanada’ pues dicen las crónicas que resistió hasta catorce asedios

Bayona está tan amurallada que acuñó el término de “nunca profanada”, pues dicen las crónicas que resistió hasta catorce asedios. El lema propagandístico se les vino abajo en 1814, cuando las tropas de Napoleón mordieron el polvo ante los ingleses. Y también durante la ocupación nazi, en que la bandera con la esvástica aleteó precisamente en las puertas de la muralla.

Los sábados, los agricultores de todo el territorio labortano se plantan junto al río y montan un mercado con las exquisiteces de sus granjas, ya sean verduras, terrinas de paté, embutidos, quesos... A solo dos pasos está la catedral de Santa María, gótica con unas vidrieras remarcables. Está en uno de los caminos franceses a Santiago de Compostela, y es patrimonio de la humanidad.

La catedral de Bayona es patrimonio de la humanidad

GeoJGomez / Getty Images/iStockphoto

Callejeando por el núcleo histórico de Bayona se encuentra la huella de alguno de sus famosos corsarios, que sirvieron a los reyes de Francia y amargaron la navegación a españoles, ingleses y holandeses. Remontaban el Aturri para refugiarse de sus saqueos tras haber capturado abundantes tesoros.

Dicen que solo el famoso Joanes de Suhigaraychipi, en el siglo XVII, se hizo con un centenar de barcos mercantes, con cuyo botín cimentó su fortuna –y de paso, un poco más la del rey Luis XIV.

Las calles de Bayona tienen un marcado aire francés

Sophie Walster / Getty Images/iStockphoto

Aun siendo capital de los territorios vascos, Bayona tiene un inequívoco aire francés. Hay coquetas librerías, tiendas de cómics, delicatessen que ofrecen su especial versión del jamón serrano y comercios de recuerdos con estilo. En el aire flota el aroma del café que se dora lentamente en algunos tostadores.

Y, sobre todo, el del chocolate. Fue por esta ciudad por donde tan adictiva golosina penetró en Francia. Y lo hizo de la mano de los judíos sefarditas españoles que huían del fuego de la Inquisición. Ellos lo dieron a conocer a los franceses en general y a la corte real en particular.

Y todavía hoy la tradición de chocolaterías y bombonerías se mantiene, con una reliquia que parece un decorado para Miss Jane Marple: el salón Cazenave (19 Rue Port Neuf), donde el chocolate a la taza se sirve con un sombrero de espuma que casi parece un vertido industrial… aunque solo hay que mojar el bigote para descubrir que se trata de todo lo contrario, un ascenso a los cielos. Una tarrinita de chantillí y un bollo de mantequilla rebanado, en el ambiente de vidrieras dieciochescas y porcelanas de Limoges, hacen el resto para que la atmósfera justifique un desembolso que no es modesto.

Pero Bayona tiene también su lado combativo. En el distrito a la derecha del río Nive-Arrobi se encaja Baiona Ttipia, el barrio agitador de la cultura vasca y el euskera, muy frecuentado por activistas que en otros tiempos se refugiaban de la cercana frontera española.

Baiona Ttipia o Le Petit Bayona, un barrio con un profundo sentimiento vasco

HJBC / Getty Images/iStockphoto

Y al oeste de la avenida 7 Août se halla un encantador barrio de casitas bajas con jardín y contraventanas de colores. Es el fruto de la iniciativa de Les Castors, obreros que tras la Segunda Guerra Mundial decidieron formar cooperativas de viviendas para levantar con sus propias manos los inmuebles y dotar a la gente de un alojamiento digno en un momento de gran depresión económica. Pasear por calles bautizadas como Gandhi, Saint-Exupéry, Paz o Compañeros de Emaús dan una idea del espíritu de su creación.

Si al finalizar la visita a Bayona al viajero le entran unas irresistibles ganas de glamur, solo tiene que ir hacia la costa y encontrar Biarritz a ocho kilómetros por carretera.

El chocolate penetró en Francia de la mano de los judíos sefarditas españoles que huían del fuego de la Inquisición