La mujer de ‘La isla del tesoro’
Grandes viajeras
Robert Louis Stevenson nunca hubiera llegado tan lejos sin Frances Matilda Van de Grift, su esposa
Robert Louis Stevenson, gloria de las letras inglesas, de la literatura universal. El gran novelista. El creador de La isla del tesoro y de El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde . El viajero que recorrió todo el mundo, que surcó los mares del Sur y que halló el reposo eterno en un volcán de Samoa. Todo eso fue, pero muy posiblemente nunca hubiera hubiera llegado donde llegó sin ella. Sin Frances Matilda Van de Grift, conocida como Fanny Stevenson, su cómplice, su amante, su compañera, su esposa.
Porque Robert Louis Stevenson (1850-1894) fue muchas cosas, pero sobre todo fue el marido de Fanny. La estadounidense Frances Matilda Van de Grift (1840-1914) es una de esas voces invencibles, libres e independientes que ha silenciado la posteridad. No sabemos casi nada de existencias como la suya y lo poco que sabemos suele ser una nota marginal a pie de página en la vida de otros. La prueba palpable de que la ciencia, los descubrimientos y las exploraciones son muchas veces historias protagonizadas y escritas por hombres.
Pero eso no significa que no hubiera científicas, descubridoras y exploradoras, sino que a ellas se las ha considerado tradicionalmente inferiores, subalternas, de segunda clase. En la edad media las que no se resignaban al papel que les imponía su sexo eran consideradas impías, prostitutas o brujas. Y, pese a ello, siempre hubo rebeldes que rompieron moldes, que desafiaron convencionalismos y que llegaron tan lejos como pudo llegar cualquier hombre. Fanny Stevenson fue una de ellas.
Por fortuna, cada vez son más quienes nadan contra la corriente. Trotamundas Press se ha especializado en literatura de viajes escrita por mujeres “para preservar su memoria injustamente olvidada” y porque “las aventuras y los relatos amenos” no son patrimonio del sexo masculino. La mitad del interesante catálogo de La línea del horizonte ya es de autoría femenina, explica la directora de esta editorial, Pilar Rubio Remiro, que ultima la publicación de La India en que viví , de la gran Alexandra David-Néel.
Esa misma pasión llevó a la escritora Pilar Tejera a crear el sello Casiopea y la colección Viajeras victorianas , en la que ha publicado Viajeras por los mares del Sur (1876-1930) , entre otros títulos. Suya es esta magistral definición de Fanny Stevenson: “Como los peces que no pueden dejar de moverse para respirar, coleteó por medio mundo para sentirse viva y dar una esperanza de vida al hombre que amó”. Tal vez La isla del tesoro, agrega, no fue la de John Silver el Largo, sino “el lugar imaginario donde ambos preservaron su amor”.
Otra gran autora y nómada moderna, Cristina Morató, también ha rescatado la figura de Fanny. Y la de Maggie, la madre de Robert Louis Stevenson, que acompañó al matrimonio hasta el fin del mundo. En su obra Viajeras intrépidas y aventureras (Plaza & Janés), Cristina Morató explica que esta dama era el prototipo de matriarca victoriana. Pero en su madurez renació: “Con 60 años aprendió a montar a caballo para poder ir a misa los domingos y se sentía feliz descalza, sin corsé, vestida como una samoana”.
Dos biógrafas, Alexandra Lapierre (Fanny Stevenson: entre passion et liberté) y Alanna Knight (A Violent Passion: The Love Story of Robert and Fanny) , coinciden en que la esposa del escritor “vivió mil vidas” y fue “decisiva en sus creaciones literarias”. La pareja se conoció en 1876, cuando él era un completo advenedizo en los círculos literarios. Aún no había escrito las dos obras que le dieron la inmortalidad: La isla del tesoro (que publicó en 1883) y El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde (en 1886).
Robert y Fanny se vieron por primera vez en la localidad francesa de Grez-sur-Loing, adonde él llegó en su permanente búsqueda de climas propicios para su frágil salud y ella huyendo de una relación tormentosa. Todavía seguía casada con Samuel Osbourne, con quien tuvo tres hijos: Belle, Lloyd y Hervey (que murió aquel mismo año, de tuberculosis). Aunque el divorcio fuera inevitable, la sociedad no aceptaba que una mujer así se dejara ver en compañía de un soltero, y encima casi once años más joven.
Quizá las encorsetadas normas de la época hubieran hecho mella en un espíritu menos indómito. Pero no en el de Fanny, que años antes aprendió a manejar un Colt, buscó oro en los desiertos de Nevada, vagó por las montañas de California y cruzó Estados Unidos de costa a costa para rescatar a su primer marido. Cansada de infidelidades y de sus alocadas empresas, cogió a sus tres hijos y cruzó el Atlántico. Primero vivieron en Amberes y más tarde en la capital francesa, donde quiso abrirse un hueco como pintora en el París de los impresionistas.
¿Puede una mujer expatriada convertirse en artista a los 36 años, mientras ha de cuidar de sus hijos y huye de un naufragio doméstico? Que juzgue el lector. El cuadro más famoso de Robert Louis Stevenson lo pintó ella en Fontainebleau en 1876. El lánguido y delgaducho joven del óleo ya estaba entonces perdidamente enamorado. Fue un pequeño gran escándalo, aunque los padres del escritor en ciernes, que no aprobaban la relación, suspiraron aliviados cuando ella tuvo que regresar a su país.
Robert, demasiado enfermo para trabajar y demasiado melancólico por el desamor para ponerse a escribir en serio, era hijo de una familia acomodada. No tenía problemas para vivir sin apuros, pero no logró que sus padres le pagaran el pasaje para ir tras Fanny. Eso le obligó a ahorrar todo lo que pudo. Ni la distancia ni el tiempo apagaron su llama. Tres años después, cuando reunió el dinero y su salud le dio una tregua, se embarcó rumbo a Estados Unidos. En 1880, Fanny obtuvo el divorcio y se casó con él.
Dice Stefan Zweig que Tolstói escribía como si una deidad le dictara al oído. En el caso de algunos escritores podemos poner nombres y apellidos a quienes encendieron su ingenio. Fanny fue la pólvora de Robert, la mujer que siempre confió en su talento y le animó a escribir. De no haberse unido a ella, es difícil imaginar que alguien tan enfermizo hubiera sacado fuerzas de flaqueza para escribir. Lo mejor de su producción narrativa comenzó justo a partir de entonces. Y, entre relato y relato, viajes por todo el mundo.
Vivieron en California, recorrieron Europa y regresaron a Estados Unidos hasta que fue evidente que lo que buscaban estaba lejos, mucho más lejos. En 1888 emprendieron un crucero por los mares del Sur. Iba a ser un largo viaje, quizá de más de un año, se dijeron al principio. Pero al final no fue un viaje. Fue una nueva vida, a la que se acabó sumando lady Stevenson, que había enviudado y superado las reticencias iniciales hacia su nuera. Descubrieron las aguas turquesas más bonitas del mundo en goletas como la Janet Nichol y acabaron echando el ancla (y las raíces).
Nuku Hiva y el resto de las islas Marquesas. Luego, Tuamotu, Tahití, Hawái, Molokai... Y Samoa, donde por fin sintieron que habían llegado a casa. La navegación permitió a Fanny demostrar también sus dotes literarias en un diario de viaje: The cruise of the ‘Janet Nichol’: among the south sea islands (La travesía de la Janet Nichol: entre las islas de los mares del Sur). En 1889 los Stevenson (el escritor, su madre, su esposa y sus dos hijos, a los que jamás llamó hijastros) se instalaron en una mansión de Apia, la capital de Upolu.
Aquella casa alberga hoy el Robert Louis Stevenson Museum. Upolu es una de las dos islas más importantes del archipiélago samoano (la otra es Savai’i). Allí falleció el novelista en 1894, a los 44 años. Para entonces ya había dejado atrás su vida como hijo único de una acomodada familia escocesa de Edimburgo y se había convertido en Tusitala, el que cuenta historias . A Fanny, Tamaitai, la señora , aún le quedaban varias vidas por vivir. Siguió viajando, retando a la sociedad y desafiando el qué dirán.
Nunca olvidó a Robert, pero se volvió a casar. Tenía 60 años y su tercer marido, el periodista Ned Field, 23. Eso no habría importado mucho... siempre que el mayor hubiera sido él, pero que una mujer se casara con alguien que podía ser su nieto era ¡una vergüenza! Insensibles a las habladurías, fueron felices. Cuando Fanny falleció, en 1914, a los 73 años, él demostró su nobleza: viajó a Samoa y depositó sus cenizas en la cumbre del monte sagrado Vaea, en la tumba de un rival que le ganó desde el primer asalto, Robert Louis Stevenson.
Robert, ya saben, gloria de las letras inglesas, de la literatura universal. El gran novelista. El creador de La isla del tesoro y de El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde. El viajero que recorrió todo el mundo, que surcó los mares del Sur y que halló el reposo eterno en un volcán.
Y, sobre todo, Robert Louis Stevenson, el segundo marido de Frances Matilda Van de Grift, a quien sus seres queridos siempre llamaron Fanny.
A todas aquellas mujeres que pusieron a prueba sus límites y a las que aún lo siguen haciendo”
Este artículo forma parte de una serie de reportajes sobre mujeres y hombres de todo el mundo, célebres por sus experiencias viajeras.