Colosos empresariales, visionarios, capitanes de la industria... Ustedes han oído hablar sobre tipos emprendedores y ambiciosos que levantaron grandes imperios de la nada. Antonio López y López (1817-1883), hijo de lavandera, fue uno de los más admirados en su tiempo. Nació en la villa cántabra de Comillas , puerto ballenero, de donde debió huir a Cuba con solo catorce años, perseguido por la Justicia tras una reyerta callejera. El mocoso se las traía.
En la isla antillana montó un pequeño negocio y, sobre todo, se casó con la hija de una familia catalana adinerada. La dote de su esposa no fue grano de anís, pues permitió a López la compra de tiendas de ropa, plantaciones de caña de azúcar, cafetales... Eso sí, ninguno de esos negocios fue tan lucrativo como la trata de esclavos, con la que amasó una fortuna.
El año 1881, la familia real veraneó en Comillas, invitada por Antonio López. Su presencia puso la villa rabiosamente de moda
Regresó a España riquísimo con solo 38 años. Se instaló en Barcelona. Allí creó una empresa naviera, y participó en el transporte de tropas a Marruecos para la Guerra de África; logró la concesión del transporte del correo hacia las Antillas; fundó el Banco de Crédito Mercantil; impulsó la urbanización del Eixample barcelonés; intervino en la expansión del ferrocarril en la Península; creó la Compañía General de Tabacos de Filipinas...
Su proyecto más ambicioso, no obstante, fue el Banco Hispano Colonial, que financió la represión contra los insurrectos cubanos. Además, López tuvo un papel protagonista en el final de la Primera República y en la restauración monárquica de 1874. No es extraño que el rey Alfonso XII le agradeciera los servicios otorgándole el título de Marqués de Comillas y el nombramiento como Grande de España.
El año 1881, la familia real veraneó en Comillas, invitada por el exprófugo y exnegrero Antonio López, ahora aristócrata. Veintidós vagones de tren llegaron desde Barcelona, cargados con objetos y con más de 300 operarios: había que tenerlo todo a punto para la estancia de los soberanos. Su presencia puso la villa rabiosamente de moda. Muchos nobles “pusieron casa”. La mayoría de esos edificios permanecen en la villa: Casa Ocejo, residencia del conde Orgaz; La Coteruca, del marqués de Movellán; El Prado de San José, que perteneció a los duques de Almodóvar del Río... Contratados por esas clases adineradas, algunos de los mejores arquitectos catalanes acudieron para dirigir diversos proyectos durante las dos décadas siguientes.
Quien no estuvo nunca en Comillas, curiosamente, fue Antoni Gaudí, pese a proyectar tres obras en el núcleo, delegadas en otros arquitectos sobre el terreno: un quiosco ya desaparecido; El Capricho, una villa de recreo; y La Puerta de los Pájaros, en La Casa del Moro, otra residencia privada en la zona de Santa Lucía.
Indiano como Antonio López, Máximo Díaz de Quijano encargó a Gaudí la construcción de un chalet de veraneo en 1883. Se levantaría junto al palacio de Sobrellano, propiedad del Marqués de Comillas, su concuñado. El edificio se acabó en 1885, se llamó El Capricho y es coetáneo de la barcelonesa Casa Vicens. Cristóbal Cascante, compañero de promoción y amigo personal de Gaudí, dirigió las obras, con la ayuda de una maqueta y de planos muy detallados.
El Capricho y la Casa Vicens fueron los primeros edificios que proyectó Gaudí, hecho que los hace valiosos para la comprensión de su trayectoria. El exterior se caracteriza por el uso de piedra en las partes más bajas; de ladrillo visto con franjas de cerámica vidriada en el resto; y por el predominio de la superficie curva frente a la recta, en un tácito homenaje a la arquitectura adelantada del gran Francesco Borromini. Gaudí adopta, asimismo, elementos orientales, como la torre-minarete, más tarde reintroducida en la Torre Bellesguard o en el Parc Güell.
A la salida de Comillas se alza el medievalista palacio de Sobrellano, que Joan Martorell proyectó y cuyas obras dirigió Cristóbal Cascante
Una singularidad de Gaudí fue su predisposición para adaptarse a los anhelos de los clientes. En este caso, por ejemplo, Díaz de Quijano era muy aficionado a la música y coleccionista de plantas exóticas. Gaudí trasladó la melomanía del propietario a numerosos elementos ornamentales, interiores y exteriores: una libélula con una guitarra aparece en una vidriera; un gorrión sobre un órgano en otra... Hasta el nombre, El Capricho, alude a una pieza musical, compuesta de forma libre y fantasiosa. Del mismo modo, la planta con forma de U del edificio posibilitó la protección del gran invernadero donde Díaz de Quijano cultivaba plantas llegadas de otros continentes.
A la salida de Comillas en dirección a San Vicente de la Barquera se alza el medievalista palacio de Sobrellano, que Joan Martorell i Montells proyectó por encargo personal de Antonio López, y cuyas obras también dirigió Cristóbal Cascante. La fachada es muy espectacular, con galerías abiertas y estilizadas columnas, rematadas por flores de lis, coronas o caballos alados. El palacio tiene un vestíbulo distribuidor y una monumental escalera de piedra. La vecina capilla-panteón también la proyectó Martorell, aunque los diseños de su sitial, de los reclinatorios y de varios bancos fueron de Gaudí. Al margen de su valor arquitectónico, el palacio atesora valiosas obras de arte, como algunas pinturas de Eduard Llorens i Masdeu, esculturas de Joan Roig, o los mausoleos en mármol de la capilla-panteón, creados por los escultores Josep Llimona y Agapit Vallmitjana.
Como curiosidad, el palacio de Sobrellano fue el primer edificio con luz eléctrica en España. La instaló el primer Marqués de Comillas para una de las frecuentes visitas de los Reyes. El palacio pertenece hoy al Gobierno de Cantabria.
Coetáneos con los anteriores son los edificios y jardines de la Universidad Pontificia, al menos en su origen: se empezaron a construir en 1883, aunque no se culminaron hasta 1946. La universidad original, la parte más interesante, ocupa el extremo oriental del complejo y exhibe un estilo neogótico con ornamentación modernista.
Patrocinado también por Antonio López, el proyecto inicial pretendía la creación de un seminario donde adolescentes de familias humildes se formasen como sacerdotes bajo la dirección de la Compañía de Jesús. Ese proyecto se encargó al jesuita Miguel Alcolado, hasta la muerte del primer Marqués de Comillas.
Cuando su hijo Claudio López asumió la continuación, desvió la obra a su arquitecto de cabecera, Joan Martorell, quien mantuvo el esquema de Alcolado con retoques. La muerte del maestro de obra, Cristóbal Cascante, obligó a la búsqueda de un sustituto: sería Lluis Domènech i Montaner, futuro creador del Palau de la Música Catalana.
La puerta de las Virtudes, en bronce, da entrada al vestíbulo y la concibió Eusebi Arnau, autor asimismo del San Jorge con el dragón, en la iglesia. En la ornamentación escultórica de la universidad también trabajaron Joan Soler, y los hermanos Alfons y Josep Juyol. Los mosaicos son de Mario Maragliano, y la pintura mural del seminario, de Eduard Llorens. Actualmente, el complejo es la sede de la Fundación Comillas.
Aunque los tres edificios mencionados son el legado modernista más conocido de la ciudad, esta atesora otras obras menores. Por ejemplo, La Portilla, residencia que Oriol Mestres creó en 1871; el Santo Hospital, un proyecto personal de Cristóbal Cascante, o La Fuente de los Tres Caños, de Lluís Domènech i Montaner...
La oficina de turismo de Comillas ofrece diversos folletos para la exploración del patrimonio modernista de la villa.