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Una tranquila escapada invernal a Granada

Propuesta

Es mucho más placentero caminar por la ciudad sin el agobio de turistas y calor sofocante del verano

Invierno en Granada. La Alhambra con la Sierra Nevada al fondo.

1Tomm / Getty Images/iStockphoto

Todos los meses de enero se invita a visitar Granada evocando su historia y sus monumentos más carismáticos. ¿La razón? Fue en el frío enero del lejano 1492, cuando los Reyes Católicos culminaron el asedio a la ciudad, recibieron las llaves de la misma y entraron en ella mientras se marchaban alicaídos los monarcas nazaríes que durante varios siglos habían creado allí un legado excepcional. Era el punto final a la llamada Reconquista.

No cabe duda que aquel es un acontecimiento señalado en los libros de historia. Sin embargo, más allá de su relevancia, de recuerdos sesgados de lo que pasó o de interpretaciones malintencionadas, también es una buena excusa para plantearse una escapada invernal a la ciudad granadina. Una de las pocas capitales de provincia que es vecina a unas pistas de esquí. De manera que se pueden alternar los descensos sobre la nieve de Sierra Nevada con el disfrute del patrimonio y la gastronomía local.

Granada en enero

Un buen momento para dejarse maravillar por el embrujo andalusí

Baños árabes en Granada

Hammamgranada vía Wikimedia Commons

Además, cualquier día de enero puede amanecer con buen tiempo en esas latitudes, y en cambio nunca habrá las aglomeraciones de turistas habituales de los meses más calurosos del calendario. Así que definitivamente es un buen momento para dejarse maravillar por el embrujo andalusí.

En eso consiste gran parte del viaje a Granada. Un viaje que por momentos nos traslada a un tiempo distinto y a costumbres de lo más exóticas. Una buena manera de adentrarse en su atmósfera es darse un homenaje en los diversos baños árabes repartidos por la ciudad. Haga frío o calor en el exterior, esta experiencia siempre es recomendable. Hay que despojarse de ropa y complejos, para sumergirse en esos baños termales heredados de los árabes, que pese a ser originarios de los áridos desiertos, saben como nadie sacarle todas sus virtudes al agua.

Barrio de Albaicin en Granada

Jocelyn Erskine-Kellie - Flickr

También un paseo por las calles empinadas, tortuosas y empedradas del Albaicín parece trasladarnos a otro lugar. Estamos en plena ciudad, pero por momentos creeríamos hallarnos en un remoto pueblo de la sierra. Pero con una gran diferencia. Aquí, a la vuelta de la esquina nos puede sorprender la silueta de La Alhambra. Aunque solo sea un tramo de muralla, una torre o un pequeño escorzo del palacio, el verlo entre las casas encaladas el Albaicín ya compensa toda la caminata.

Y nos digamos si ese paseo llega hasta el célebre mirador de San Nicolás. El punto predilecto del turismo masivo para ver la puesta de sol sobre las piedras encarnadas de la fortaleza nazarí. No obstante, hay más miradores fantásticos y menos concurridos. Lo ideal es caminar con buen calzado por el Albaicín para buscarlos o encontrárselos por azar. Ese es el mejor modo de deleitarse con las vistas del mirador de San Cristóbal, el de la Lona o el que hay dentro de la elegante casa del Chapiz, una de esas joyas ocultas en el laberinto granadino.

Sacromonte, Granada

Giorgiomonteforti vía Wikimedia Commons

No solo el Albaicín es digno de un paseo calmado y sin rumbo. Otra opción menos conocida es recorrer la ladera del Realejo, la antigua judería a las faldas de La Alhambra. Aunque sin duda es más habitual acercarse a la colina del Sacromonte, el viejo barrio de los gitanos y una de las cunas del flamenco. De hecho allí abundan las zambras o tablaos donde disfrutar del cante y del baile, si bien en ocasiones esas actuaciones están más cercanas al hechizo de los euros del turismo que al duende que caracteriza este arte.

Tras tanto paseo por barrios de cuestas imposibles, se agradece descender hasta las calles llanas del centro granadino. El plan ha de ser recorrer las orillas del Darro por el paseo de los Tristes hasta llegar a la plaza Nueva y de ahí adentrarse por la calle Elvira o dirigirse hacia el entorno de la monumental catedral de la Encarnación. Un recorrido corto pero que puede ser eterno si se van haciendo las preceptivas por el sinfín de bares, tabernas y restaurantes.

Recorrido al lado del río Darro, Granada

Alfonso Ortega - Flickr

Todos esos establecimientos libran una encarnizada batalla por servir gratis las mejores tapas. Y para ello usan lo mejor de las tradiciones culinarias locales, en las que cabe todo: verduras, legumbres, carnes, pescados, embutidos… Imprescindible cenar o comer a base de tapas durante una escapada a Granada.

Al igual que es obligada la visita a La Alhambra. Tal vez la joya más extraordinaria del patrimonio histórico-artístico español. Aunque no tenga demasiado sentido pensar en ese tipo de rankings, y lo único importante sea disfrutar de la magia del lugar. Un reducto para la imaginación y el conocimiento. Es imposible no templar el espíritu respirando la frescura del Partal, así como nadie deja de maravillarse bajo la techumbre tallada de la sala de las Dos Hermanas. Y cualquiera es capaz de encontrar la inspiración en el patio de los Arrayanes o entre las finas columnas del oratorio de Mexuar. Eso por no hablar del patio de los Leones, el gran círculo descubierto del palacio de Carlos V o el esplendor de los jardines del Generalife.

La Alhambra, Granada

Pxfuel

Tras varias horas de visita se abandona La Alhambra con la satisfacción de haber gozado de un espacio rebosante de historia, arte y leyendas. Aunque esa sensación se mezcla con un toque de tristeza al ser conscientes de que mañana no se podrá volver a disfrutar de esos mismos patios, jardines y estancias. Un efecto que se nota con solo una visita turística. Hay que imaginar lo que sintieron aquellos musulmanes que los ocuparon durante siglos y que los tuvieron que dejar en manos de infieles aquel lejano y frío enero.

La Alhambra

La joya más extraordinaria del patrimonio histórico-artístico español