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Algaradas y violencia se adueñan de las ciudades castellanas

Rutas con historia

La presión fiscal desencadenó una revolución contra el rey durante el siglo XVI

Iglesia de San Pablo en Valladolid

bbsferrari / Getty Images/iStockphoto

La vallisoletana iglesia de San Pablo no es un templo cualquiera: en ella fueron bautizados los reyes Felipe II y Felipe IV, y la visitó el mismísimo Napoleón Bonaparte. Está en la plaza de San Pablo, y su ostentosa fachada gótica parece un retablo al aire libre. A este santuario lo acompañan otros edificios notables, como el palacio Real, el palacio de Pimentel, que hoy acoge la Diputación Provincial, o el Colegio de San Gregorio, actual sede del Museo Nacional de Escultura.

En este último edificio se reunieron las Cortes de Castilla en febrero de 1518 para que Carlos I jurase los fueros del reino. Acudió como pretendiente y marchó como soberano..., después de tragar mucha quina. El monarca tuvo que compartir la Corona con su madre, Juana I, la legítima reina, quien estaba perturbada, incapacitada para el gobierno. Además, los procuradores castellanos le plantearon 88 peticiones que debieron de sacarlo de sus casillas porque querían limitar su capacidad de decisión: que no se asignasen cargos públicos ni dignidades eclesiásticas a personas no castellanas; que no se sacasen metales preciosos —la plata americana—, monedas ni caballos de Castilla; que no se enajenasen tierras del patrimonio real... Castilla desconfiaba de su rey.

Palacio Real en Valladolid

By Rastrojo (D•ES) vía Wikimedia Commons

Carlos I había exhibido más soberbia que mano izquierda en la preparación de aquella ceremonia tan importante. Acudió a Valladolid sin hablar apenas castellano, y acompañado por un amplio séquito de nobles y clérigos de Flandes, dos hechos que generaron recelos. Castilla temía ser plato de segunda mesa y se puso a la defensiva. El descontento se manifestó sobre todo cuando el nuevo rey requirió sacrificios fiscales para costear su candidatura al trono imperial de los Habsburgo. Esa demanda suscitó un rechazo que degeneró en revueltas urbanas, al principio, en un levantamiento general, después, y que desencadenó la sangrienta guerra de las Comunidades.

La primera ciudad que se rebeló contra el nuevo rey fue Toledo en abril de 1520. Carlos I había convocado nuevamente a Cortes, esta vez en Santiago de Compostela. Pretendía que los representantes castellanos le dieran el dinero que necesitaba. Los regidores toledanos se resignaban a acudir con Juan de Padilla a la cabeza, cuando la arremolinada población impidió su marcha entre soflamas contra el “poder flamenco”

Plaza de Padilla en Toledo

Google maps

Hoy existe una plaza de Padilla en Toledo , en el lugar donde estuvo su casa familiar. No busquen el edificio, no lo encontrarán. Carlos I ordenó su demolición y sembró el solar con sal para que nada creciera. También obligó a incorporar un águila bicéfala, emblema de la Casa de Austria o Habsburgo, al escudo local. Desde 2015, una estatua de Padilla se alza en la plaza con su nombre, y cada primer fin de semana de febrero, muchos castellanos acuden a la ciudad para conmemorar el aniversario de su conquista por las tropas imperiales.

A finales de julio de 1520 se creó en Ávila la Santa Junta, germen de un gobierno comunero. Su primera reunión tuvo lugar en la catedral de Cristo Salvador. Solo acudieron cinco ciudades: Toledo, Segovia, Salamanca, Toro y Zamora. El marco fue imponente, la primera catedral gótica que se construyó en España. El altar Mayor lo crearon Pedro Berruguete y Juan de Borgoña. En esta iglesia se redactó la Ley Perpetua de Castilla, un precendente de constitución que, desde luego, Carlos I rechazó de plano. También se nombró capitán general de las tropas comuneras a Juan de Padilla. Este marchó a Tordesillas para entrevistarse con la reina Juana I, pero no consiguió que la soberana liderara el movimiento ni avalara la Ley Perpetua.

Interior de la la catedral de Cristo Salvador en Ávila

AdriPozuelo via Wikimedia Commons

Como otras ciudades, Segovia también tuvo algaradas callejeras contra Carlos I. El epicentro fue la zona de la iglesia de San Miguel, donde la turba linchó al representante real. Aquel templo se demolió en 1532; el actual se construyó sobre sus cimientos. Las autoridades de la época respondieron sitiando la ciudad e impidiendo su abastecimiento. Intentaron vencerla por hambre, pero fue un error: la población cerró filas en torno a su líder, Juan Bravo, y pidió auxilio a otras ciudades castellanas. Toledo y Madrid acudieron en su ayuda, produciéndose el primer choque entre las fuerzas del rey y los rebeldes. La alta nobleza cerró filas en torno a Carlos I, en cuyo entorno, los partidarios de la mano dura y la represión se impusieron a otras opciones más proclives a las soluciones políticas, negociadas.

Carlos I

La primera ciudad que se rebeló contra el nuevo rey fue Toledo en abril de 1520

A finales de agosto, la Santa Junta se reunió en Tordesillas. Esta vez ya acudieron catorce ciudades: Burgos, Soria, Segovia, Ávila, Valladolid, León, Salamanca, Zamora, Toro, Toledo, Cuenca, Guadalajara, Murcia y Madrid. Las ciudades andaluzas no se sumaron al movimiento, tampoco las gallegas. El 30 de septiembre se instauró un gobierno revolucionario que asumió los poderes del Estado.

Los partidarios del rey no permanecieron impasibles. Liderados por el cardenal Adriano de Utrecht, adoptaron Medina de Rioseco como cuartel general. La Ciudad de los Almirantes llegó a ser hostigada por los comuneros, pero no lograron tomarla. Carlos I premiaría a Medina con suculentos beneficios fiscales como agradecimiento por su lealtad.

Santa Maria en Medina de Rioseco. Valladolid

JackF / Getty Images/iStockphoto

En noviembre de 1520, los dos ejércitos tomaron posiciones entre Tordesillas y Medina de Rioseco, los respectivos centros de poder. Las tropas comuneras acamparon en Villabrágima, a orillas del río Sequillo, un núcleo que hoy apenas tiene mil habitantes y que conserva parte de su muralla del siglo XIII. El enfrentamiento parecía inevitable, cuando el ejército rebelde emprendió una maniobra catastrófica: se avalanzó sobre Villalpando, núcleo que se rindió sin oponer resistencia. Su iglesia de Santa María la Antigua es un deliciosa muestra de románico castellano. Ese movimiento desprotegió la ruta hacia Tordesillas, circunstancia que el ejército real no desaprovechó: el 5 de diciembre ocupó la villa después de avasallar a la guarnición comunera. El pillaje fue generalizado, solo se libraron las iglesias y los conventos, además de la residencia de la reina Juana. La pérdida fue un mazazo para los comuneros, muchos de cuyos procuradores fueron apresados. Además, perdieron el acceso a la reina y, con este, su última esperanza de legitimidad monárquica.

Castillo de Torrelobatón, Valladolid

Juan José Berhó en Pixabay

Consciente del decaimiento entre sus tropas, Juan de Padilla ordenó la toma de Torrelobatón, una plaza fuerte entre Tordesillas y Medina de Rioseco, en la comarca de los montes Torozos. Su castillo es una de las fortalezas medievales mejor conservadas de España. Diversas escenas de la película El Cid, dirigida por Anthony Mann en 1961, se ambientaron en ese bastión. Sus estancias acogen hoy el Museo de Interpretación del Movimiento Comunero, instalación que divulga las implicaciones y consecuencias de este para la historia de Castilla y León.

El entusiasmo generado por la victoria no evitó que muchos comuneros desertaran, añorantes de las familias y requeridos por las obligaciones agrícolas. En pocas semanas, el equilibrio de fuerzas se decantó hacia las tropas realistas, formadas por soldados profesionales. A mediados de marzo, el reforzado bando imperial trasladó su campamento a Peñaflor de Hornija, a solo 8 km de Torrelobatón. Deseaban que los comuneros sintieran su aliento en el cogote. La inquietud se adueñó de las tropas, y Juan de Padilla decidió su traslado a Toro, ciudad proclive a sus fuerzas y donde esperaba refuerzos. Inusuales aguaceros y el barro dificultaron la penosa marcha. El enemigo les cortó el paso a la altura de Villalar, junto al arroyo de los Molinos. El ejército realista atacó de inmediato, sin permitir el despliegue defensivo de las tropas comuneras. Estas fueron una presa fácil.

Villalar de los Comuneros, Valladolid

M.Peinado / M.Peinado vía Wikimedia Commons

La batalla fue una carnicería, mil comuneros murieron, seis mil quedaron prisioneros. A los cabecillas, Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, los decapitaron la mañana del 23 de abril de 1521 en un cadalso instalado en la plaza Mayor de Villalar. Los restos del ejército rebelde se dispersaron. Las desprotegidas ciudades castellanas sucumbieron una tras otra; Madrid y Toledo fueron las últimas.

Castilla pagó cara su derrota. Las ciudades tuvieron que indemnizar a los vencedores, tardaron décadas en recuperarse. En el otro campo, monarquía y alta aristocracia sellaron una alianza que condicionaría el futuro del reino; el futuro de todos.

El pueblo de Villalar construyó un monolito conmemorativo en 1889; reivindica el anhelo de libertad que animó aquella revuelta. En 1932, la localidad cambió su nombre, pasó a llamarse Villalar de los Comuneros. Desde 1986, el 23 de abril, aniversario de la batalla, es el día de Castilla y León, fiesta oficial en la comunidad autónoma. Castilla forma parte del reducido grupo de pueblos cuya fiesta conmemora una derrota decisiva.

Comuneros

Castilla forma parte del reducido grupo de pueblos cuya fiesta conmemora una derrota decisiva