Guía del ‘bon vivant’: la Provenza en diez paisajes
Ideas
Una de las rutas más seductoras del Mediterráneo. Playas, olivares, caballos, impresionismo, ruinas romanas y el fabuloso aroma a lavanda
Si estás planeando escaparte por Europa, aquí tienes varias opciones a elegir
La Provenza es un clásico entre los expertos en escapadas. Lleva mucho tiempo cautivando sensibilidades de todo tipo. Es tierra de artistas, escritores y viajeros que piensan más en el camino que en el destino, y dicen que siempre se encuentra algo nuevo que descubrir. Es seductora, imprevisible, discreta... Es un viaje très chic.
Para situarnos, la región administrativa se denomina Provenza-Alpes-Costa Azul y está ubicada en el sudeste de Francia, sobre el Mediterráneo. Limita al norte con la región de Ródano-Alpes, al este con Italia (regiones de Liguria y Piamonte), al oeste con la región de Languedoc-Rosellón, y al sur con la costa, donde está su capital, Marsella.
El puerto viejo de Marsella
Evidentemente se puede llegar a la Provenza desde España yendo directamente en coche o en tren. Sin embargo, el medio más cómodo y rápido es el avión. Los aeropuertos principales (y los más económicos) son los de Marsella, al oeste, y Niza al este. Las dos son buenas opciones para iniciar una ruta por la región. Esta ruta que proponemos vale la pena hacerla desde Marsella. Hay tarifas low cost muy asequibles desde varias ciudades españolas – Barcelona, Madrid, Valencia o Málaga, entre otras – al aeropuerto internacional de Marsella Provenza. Por ejemplo, para este otoño, hemos encontrado bastante disponibilidad de vuelos, ida y vuelta entre 50€ y 100€. Y el coche de alquiler para una semana puede costar entre 80€ y 100€, dependiendo de la categoría y las condiciones del vehículo.
Una vez en Marsella, hay que descubrir su puerto viejo, fundado hace más de 2.000 años por los griegos. Allí está la esencia marsellesa, y concretamente en el antiguo barrio de Le Panier. En su momento considerado uno de los lugares más peligrosos de Europa, en la actualidad es uno de los puntos esenciales de la ciudad: con la ropa tendida en las fachadas, talleres de artesanía, mercadillos callejeros, viejos pescadores charlando... y, muy recomendable, restaurantes donde sirven la famosa Bouillabaisse (bullabesa), una sopa de pescados - rape, congrio, centollo, salmonete, pez San Pedro o langosta - con patatas y tomate. Imprescindible probarla.
Los caballos y flamencos de la Camarga
A escasos 100 kilómetros al oeste de Marsella, se alcanza una de las ciudades pequeñas más bonitas del país: Arlés, puerta de entrada a la región de la fastuosa Camarga francesa (Le Camargue). Un mundo aparte en el delta del Ródano, donde luchan las aguas dulces del río y las saladas del Mediterráneo. Con 48.000 hectáreas de humedales, arrozales, lagunas, marismas y salinas, fue declarado parque nacional en 1970 gracias a su valor natural y a la riqueza y diversidad de su fauna.
Lo aconsejable es poner rumbo al sur, hacia Aigues-Mortes, una encantadora población rodeada de canales y, desde allí, coger la carretera D58 hasta el parque Ornitológico de Pont du Gau y luego, más al sur, desembocar en el entrañable pueblecito de Saintes Maries de la Mer. Dos animales de gran belleza dominan la zona, y son su seña de identidad: los flamencos rosas –que usan esta llanura fluvial como zona de cría y descanso de sus migraciones – y los caballos blancos salvajes, símbolos de libertad, cuyos cuidadores –los gardians– forman una comunidad anclada en el tiempo y fiel a sus tradiciones.
El impresionismo de Les Alpilles
Al otro lado del Ródano, dirección este, nos adentramos en el parque natural Les Alpilles, un paraje precioso para explorar al volante de un coche. Existe una breve ruta de cuatro kilómetros que passa entre pinares, acantilados y viejas fortificaciones, desde el pueblo medieval de Les Baux-de-Provence y la coqueta Saint Remy-de-Provence. Allí pasó sus últimos años el genial Van Gogh, cuando fue trasladado – se había mutilado la oreja - desde Arlés a un hospital muy cerca de Saint Remy.
En la actualidad, se puede visitar el antiguo monasterio de Saint-Paul, reconvertido después en o centro de tratamiento de enfermedades mentales y donde estuvo ingresado el pintor, todavía puede visitarse su habitación. Fascinado por la magia de su luz y el color de los paisajes de la zona, el artista pintó, en un solo año, unos 150 cuadros y muchísimos de sus dibujos. Algunas de sus obras más destacadas son precisamente de esa época: “Los lirios”, “Jardín del asilo Saint-Paul”, “Jarrón con lirios”, “La Noche estrellada”, “La habitación del pintor”… toda una ruta del impresionismo.
La ciudad romana de Glanum
Después de los paisajes impresionistas que recorren la cordillera de Alpilles, bajamos al sur hasta Glanum, la ciudad romana más interesante de la Provenza. Sus ruinas se conservan en unas excelentes condiciones. La conquista de la Galia por Julio César y la captura de Marsella en el 49 a.C. inició una nueva era de gloria para los habitantes de Glanum; el hallarse en el camino de la Via Domitia benefició el desarrollo de un nuevo foro, varios templos y otros edificios públicos. Pero nada es eterno (salvo Roma, claro) y en el siglo III d.C. la población fue arrasada por los alamanes.
Es como hacer una visita a la Antigua Galia. Nada más entrar, se puede ver Les Antiques, el conjunto monumental formado por un arco del triunfo, un mausoleo – en un impecable estado de conservación - y los templos gemelos levantados entre los años 30 y 20 a.C. Durante las excavaciones se encontraron dos retratos en mármol de la esposa e hija del emperador Augusto. Una vez allí, tampoco hay que olvidar que estamos en una zona donde hay una cultura gastronómica muy refinada, y que cuenta con varios restaurantes de talla mundial, como el legendario L´Oustau de Baumaniere.
La buena vida por Luberon
Mantenemos dirección este hasta el valle del Luberon. Una maravilla natural muy poco conocida. Allí se vive de una manera plácida y sencilla: pasear pueblecitos con encanto, hablar con sus gentes, conocer sus tradiciones, catar vinos exquisitos, hacer degustaciones en sus terrazas y, sobre todo, practicar el noble arte de caminar. La lista de senderos en este valle es interminable. Más de 1.000 kilómetros de itinerarios señalizados.
Hay rutas y lugares muy recomendables que conviene no perderse: como los cañones del río Calavon, la Véloroute du Calavon – vía férrea para recorrer en bici -, o por pueblos considerados entre los más bellos de Francia como Gordes, Ménerbes o Rousillon y su “sendero de Ocres”, que transcurre a través de acantilados rojos y dorados, o también el pueblo colgante de Bonnieux o el refrescante bosque de cedros Foret des Cèdres. Esta parte del viaje es pura tranquilidad, como un paréntesis.
La Ruta de la Lavanda
La Provenza cuenta con siete rutas de lavanda distintas. Al norte de Luberon, en las laderas del mítico Mont Ventoux (1.912 metros de altura), podemos recorrer una de ellas. Allí se esconde una pequeña aldea llamada Sault. Si vamos entre junio y septiembre – a poder ser el 15 de agosto, cuando se celebra la Fete de la Lavande – el aroma a esta planta aromática cubre toda su atmósfera. Es el símbolo innegociable de la Provenza. La comarca del Pays de Sa
ult y sus caminos son invadidos por el color violeta y azulado de las flores. El paisaje es arrebatador. Un esplendido punto donde observar este colorido panorama es precisamente el mirador de Sault, donde también se encuentra el Centro de Descubrimiento de la Naturaleza y Patrimonio cinegético y, más allá, en la carretera de Gordes, se puede visitar la abadía cisterciense de Sénanque, donde los monjes se encargan de la cosecha para después venderla en una pequeña tienda, y el Museo de Lavanda de Coustellet, en el que se enseñan varias curiosidades sobre esta planta, su cultivo y sus aplicaciones.
Aix en Provence con Paul Cezanne
Ahora descendemos hacia el sur. A un par de horas por carretera llegamos a uno de las ciudades del planeta con más arte. Aparte de que posee un centro histórico que invita a paseares entre sus numerosas plazas , más o menos señoriales, más o menos históricas, pero rebosantes de terrazas y cafeterías en las que descansar y contemplar la vida de la ciudad. Pero, sobre todo, lo que tiene Aix en Provence es un patrimonio artístico inigualable. Muchos pintores impresionistas y postimpresionistas buscaron aquí su inspiración.
Uno de los más conocidos y admirados es Paul Cézanne, que vivió allí gran parte de su vida. Amaba esta tierra profundamente. Recorría los campos y las calles en solitario, anclado en su mundo imaginario, creando su obra que solo mostraba en contadas ocasiones (no se fiaba de nadie). Falleció en Aix-en-Provence, en 1906, a causa de una neumonía que contrajo tras pasar, dos horas en el campo, pintando bajo un fuerte aguacero. Hoy podemos reconocer esos lugares que el artista, con su toque transgresor, plasmó sobre un lienzo. Para ello, solo debemos seguir un circuito señalizado que se denomina “Tras los pasos de Cézanne”, que incluye lugares como su taller, la cantera Bibémus, el Café les 2 Garçons, el colegio Mignet, la casa del Jas de Bouffan...
Las calas secretas de Francia
Más al sur todavía, pasado Marsella, una vez sobrepasado el puerto de la Pointe Rouge, alcanzamos el Mediterráneo. Allí hay un tramo de costa que no supera los 25 kilómetros y cuyas calas son muy apreciadas por los marselleses. El paisaje es abrupto, escarpado y duro, y las calas aparecen de repente allí donde el mar ha podido excavar en la roca . Son las conocidas Calanques. Algunas de ellas únicamente son accesibles por mar, o a través de excursiones en barco o en kayak, otras se pueden hacer a pie por senderos muy sugerentes.
Hay opciones para todos los gustos. La más majestuosa – muy frecuentada por escaladores – es la de En Vau, cuyas aguas cristalinas color esmeralda conducen a la Gruta del Diablo. Como contrapunto, las más accesibles, son las de Sormiou, Morgiou y les Goudes, donde cabe la posibilidad de degustar un excelente plato de sardinas servido en alguna de las cabañas de los pescadores que allí faenan. Ideal para terminar este viaje con un buen sabor de boca.