Loading...

La vida lenta en un recodo de la bahía de Kotor

Paraísos

El pequeño pueblo de Perast ofrece serenidad en una amplia colección de palacios venecianos frente a un mar en calma flanqueado por grandes acantilados

Los palacios con vistas al mar escalan en la montaña de Perast

LV

No hay pérdida en Perast. El paraíso de la costa de Montenegro sólo tiene una calle, la Obala Marka Martinovica, que transcurre libre de coches con el mar calmado a un lado y una colección de grandes palacios e iglesias al otro. Más arriba, mediante unas escaleras empinadas, queda la carretera general por la que circulan los vehículos que van resiguiendo el perfil de la bahía de Kotor a piñón fijo hasta desembocar en la ciudad que le da nombre a la cala e ignorando la discreta joya que le precede en el camino.

No saben lo que se pierden. Los gatos remolonean en la plaza frente a la iglesia de San Nicolás, cuya torre de 55 metros marca el perfil de Perast. Los maullidos de los que parecen ser residentes habituales invitan al recién llegado a hacer lo mismo, a vagar sin prisa por las traseras de los 17 palacios, dejándose impresionar por su arquitectura barroca hasta llegar a algún rincón elevado para disfrutar de las vistas.

Dos enigmáticos islotes, uno natural y otro artificial, cautivan al visitante que pasea por la única calle de Perast

Si se levanta la mirada, Perast y sus edificios de estética veneciana del siglo XVIII –algunos de ellos reconvertidos en hoteles– parecen aún más pequeños. El pueblo se ve engullido por los acantilados de un cañón que los folletos turísticos venden como “el fiordo más meridional de Europa” aunque en realidad no lo sea. Tecnicismos aparte, esa es la idea: grandes macizos a lado y lado que fueron vistos en su momento por los venecianos como un buen lugar en el que refugiarse. Siglos después, la población de 300 habitantes se ha convertido en un refugio ideal para turistas que buscan en la bahía de Kotor el silencio y la serenidad de un mar en calma, como el propio país de Montenegro, que deja atrás el convulso siglo XX y mira al futuro con ilusión.

La ausencia de una playa al uso ayuda a mantener Perast en la clandestinidad. Una extensión de asfalto a las afueras bajo un denso pinar y unas escaleras hacia el mar convierten el viejo refugio veneciano en un discreto y tranquilo lugar de veraneo en los Balcanes. Mientras tanto, los grandes cruceros hacen turnos para acercarse al puerto de Kotor y multiplican la población del imán turístico. Quizás por eso, por su papel de actor secundario, Perast conserva tan bien su magia.

Si se quiere envidiar más silencio todavía, se puede observar de lejos la isla de San Jorge, una de las dos ínsulas que hay frente al litoral de Perast. Por mucho que les pida a los barqueros que ofrecen sus servicios en el puerto que le lleven hasta allí, siempre recibirá la negativa por respuesta. Sólo pisan la pequeña isla natural los monjes benedictinos que residen allí, en un recinto fortificado que en su momento protegía de las incursiones otomanas y ahora de los turistas. En cambio, los barqueros estarán encantados de llevarle al islote de Nuestra Señora de las Rocas, construido de forma artificial por los pescadores de la población hace cinco siglos al lado de la isla del monasterio y donde se alza una capilla. La extasiante panorámica desde ese lugar muestra Perast como una miniatura en la que todo va a cámara lenta y de la que deseas formar parte.