Macaco: el ritmo de la vida en Salvador de Bahía
#elviajedemivida
El cantante busca la tranquilidad en sus viajes. Ha recorrido el mundo: de Australia a Helsinki, pasando por los campos de refugiados del Sáhara Occidental
Acaba de lanzar el disco ‘Civilizado como los animales’
Si estás buscando un viaje largo, échale un vistazo a estas propuestas
Este reportaje forma parte de #elviajedemivida, una serie mensual en la que personajes conocidos por el gran público comparten con los lectores las experiencias viajeras que han marcado sus vidas. En ella nos cuentan cómo es el destino, sus sensaciones, los motivos por los que recomendarían realizar el viaje y nos regalan algún que otro consejo.
Este reportaje, de la mano del cantante Dani Macaco , nos lleva a Brasil. En concreto, viajamos a Salvador de Bahía, una ciudad repleta de color en la que uno llega a sentirse a sí mismo.¿Nos acompañas?
“Soy un viajero empedernido. Por mi profesión, me muevo muchísimo cada año. La verdad es que en esos viajes no me da tiempo de nada. Todo va muy rápido. Voy del aeropuerto al hotel y del hotel al escenario. Y por eso, cuando viajo a mi aire, busco tranquilidad.
Es entonces cuando necesito cambiar el ritmo de mi vida. Apaciguar mi mente. Adaptarme a la rutina del lugar, asumir una costumbre, sentir con intensidad el día a día. Necesito vivir con el ritmo que marca el sol, desde su salida por la mañana hasta que desparece en el horizonte y se convierte en noche.
En un viaje a Brasil, donde me iba a quedar de paso durante un par de días, acabé viviendo dos meses”
Uno de los destinos donde pude encontrar plenamente esa sensación fue en Salvador de Bahía, al noreste de Brasil. Yo creo que un viaje también tiene que ser una sensación interior. No me interesa querer verlo todo y no ver nada. Prefiero ver una sola cosa, pero verla bien. En ese sentido, una de las tierras con los que más identificado me siento es con Brasil.
De hecho mi música y mi forma de pensar la música están muy influenciadas por este gran país. En mis bandas siempre he tenido músicos brasileños: Sandro Lustosa Sandrinho y Kra son dos percusionistas que han sido vitales en mis conciertos.
Siempre me ha fascinado la música brasileña, desde la samba y el maracatú, la sutilidad de la bossa o clásicos cantautores como Gilberto Gil o Caetano Veloso. Los brasileños disponen de una mente muy abierta y desacomplejada. Les gusta mezclar, fusionar, absorber, experimentar con todo. Y en la música, también.
Pues eso, en uno de esos viajes a Brasil, donde me iba a quedar de paso durante un par de días, acabé viviendo allí dos meses. Salvador de Bahía fue un descubrimiento. Una pasada. Para empezar, la ciudad tiene esa esencia africana que le da tanta fuerza. Es una ciudad con mucho poder energético. Y además es preciosa. Las fachadas de colores, calles empedradas de Pelourinho y las sonrisas de sus gentes. Todo eso te hechiza irremediablemente.
Desde Salvador fuimos en avioneta hasta la península de Maraú, a 200 kilómetros al sur de Bahía. Me quedé en Barra Grande, un pueblecito pequeño, dejándome llevar de pousada en pousada... pasé por Itacaré para hacer surf y moverme con una piragua por sus mares bravos. Allí la gente es muy hospitalaria. Hay que dejarse aconsejar, lo saben todo del mar y la naturaleza.
Pero no la domestican, conviven con ella y la dejan ser lo que es. Las carreteras no están asfaltadas (incluso una fuerte lluvia te puede dejar incomunicado), no hay wifi ni conexión alguna, casi no hay gente. Sin quererlo, lentamente me fui sumergiendo en su forma de vida.
Madrugaba y me ponía a correr por la playa, mi cabeza se calmaba cada vez más con ese hábito, las pulsaciones bajaban, era como si en cada zancada fuera dejando atrás mis malos pensamientos y, al mismo tiempo, una energía positiva, optimista, me invadía la mente y lo llenaba todo de emoción. Era inspirador. Me sentía libre.
Me acuerdo que recogía plásticos que llegaban a Brasil por el movimiento de las mareas marinas, y pensaba cómo antiguamente los pobladores de estas tierras y de otras se dejaban arrastrar en sus canoas por las corrientes, y cómo así se mezclaban unos con otros. Pensaba que tal vez por eso son así de abiertos.
Los desayunos eran otro momento del día donde me lo pasaba en grande. La fruta es sabrosísima, está como viva, es tierra y agua. Uno de los placeres más grandes que existen es morder un mango a primera hora de la mañana. Te explota en la boca y te va inundando el cuerpo de vitalidad. La alimentación básica me encanta, la farinha , el pescado seco... recuerdo una excursión al centro de la selva donde nos encontramos una pizzeria con un horno, alrededor de la cual estaban cinco personas comiendo. Fue surrealista la situación. Nos sentamos con ellos, nos contaron sus historias, reímos un buen rato.
Luego, al anochecer, me estiraba en la arena y observaba como las estrellas fulminaban la oscuridad con sus destellos. El aire oxigenado del mar te llenaba los pulmones, el olor a sal y a horizonte. El silencio es vida. Sólo se escuchaba el rumor de las barcas de pesca saliendo a faenar, la alegría de las fiestas bahianas, risas de fondo, canciones, el ritmo de la vida que nunca se apaga... como suelen decir allá: ¡Tudo bem, tudo buon, belesa pura!”
Madrugaba y me ponía a correr por la playa, mi cabeza se calmaba cada vez más con ese hábito, era como si en cada zancada fuera dejando atrás mis malos pensamientos”