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El norte de Ibiza: guía para almas tranquilas

Temporada baja

Desde Sant Antoni de Portmany a Sant Carles de Peralta, existe un territorio en la isla donde manda la calma, los campos de viñedos y las calas salvajes

Port de Portinatx, al norte de Ibiza

Juergen Sack / Getty Images/iStockphoto

A veces da la impresión de que en Ibiza se hace mucho ruido. Y no hablo de las discotecas, pubs, marchas y demás. Me refiero a que la noche tiene mucha fama y del día se habla poco. La noche, en cierta manera, ha eclipsado al día. Cuando alguien dice que viaja a Ibiza, enseguida pensamos en la juerga que se va a pegar y no en las maravillosos paisajes que podrá contemplar. Es el ruido que no nos deja pensar en la otra Ibiza. En la isla tranquila, la que está repleta de paisajes agradables con aroma a pino, a olivos y a higueras, a la de la gente acogedora, la del silencio relajante... en definitiva a la isla del norte, a la de siempre, donde un día es una vida entera.

Vista de la ciudad de Ibiza

jotapg / Getty Images

Vuelos baratos a Ibiza

Como ya sabes, a la isla de Ibiza se puede llegar por mar y por aire. Lo más aconsejable es el avión. Es más cómodo y, en general, más barato. Además, sin duda alguna nos acabamos de sumergir en una de las épocas más interesantes para viajar: la primavera. Temperaturas de lujo, agua fresca para bañarse, playas casi vacías, qué más se puede pedir... Pues bien, para esas fechas – abril, mayo y junio -, he estado mirando y los billetes de ida y vuelta de: Vueling, EasyJet y Ryanair desde varias ciudades españolas, y tienen bastante disponibilidad alrededor de los 50 euros. Todo un chollo. Una vez allí, lo suyo es alquiler un coche (25 euros al día aproximadamente) y poner rumbo al norte.

Ruta desde Sant Antoni a Sant Carles

Playa de S'Arenal, Sant Antoni de Portmany, Ibiza

Jose Lodos Benavente / Getty Images/iStockphoto

Hay que decir que la isla de Ibiza es muy manejable. Se deja querer. Viajar por allí no supone hacer muchos kilómetros, al contrario, de norte a sur hay solamente 40 kilómetros. Es decir, se puede recorrer en una jornada, y sin prisas. Lo que aquí propongo es un recorrido muy bonito hacia el norte. La idea es salir desde la capital, que está en la costa este de la isla, y cruzar hasta la costa oeste, a unos 15 kilómetros, donde está el punto de partida: Sant Antoni de Portmany. Desde allí la idea es hacer unos 100 kilómetros como máximo para explorar el interior, la parte más rural y desconocida, y la costa norte, donde están las playas y las localidades más auténticas y despobladas.

Cala Salada

Tal vez sea una buena combinación entre lo que es una cala salvaje y una playa popular. A unos cuatro kilómetros al norte de Sant Antoni, ésta es una parada obligatoria. Estamos hablando de una de las mejores playas de Baleares y de España, que ya es decir. Rodeada de pinos, el agua cuenta con una tonalidad azul turquesa que te deja sin respiración. Una de las grandes ventajas es que los barcos no pueden acceder y se mantiene la tranquilidad. Tienen un servicio de hamacas y sombrillas y un restaurante donde sirven un más que aceptable pescado a la brasa. De todos modos, está dividida en dos, con otra más diminuta y coqueta llamada Saladeta que, tras saltar sobre unas rocas, permite mayor intimidad.

Los almendros en flor de Santa Agnès

Iglesia de Santa Agnès de Corona en Ibiza

LUNAMARINA / Getty Images/iStockphoto

Dentro de esta ruta, vale la pena vivir la experiencia de los almendros en flor de el Pla de Corona de Santa Agnès, una llanura de unos tres kilómetros cuadrados con forma de circunferencia. Es una pasada. Es una zona de cultivo donde abundan los árboles almendros que, cuando florecen – en invierno, enero y febrero más o menos – transforman el paisaje durante cinco semanas en una especie de manto blanco y rosado. Y más allá, el azul del mar de fondo lo hace único. Es un recorrido breve donde vale la pena detenerse y hacer fotos sin parar. Por cierto, también se organizan, a finales de enero, paseos nocturnos a la luz de la luna. Una vez allí, es interesante visitar la ermita típicamente ibicenca (siglo XVIII) de Santa Agnès.

Entre viñedos por Sant Mateu

Muy cerca de Santa Agnès, nos topamos con otro pueblo con mucho encanto: Sant Mateu d’Aubarca. Es la parte de la isla donde más vino se produce. Hay un montón de bodegas en la zona envueltas por sus viñedos. El paisaje es estimulante en cualquier época del año. Son gente que ama el vino. Bajo la denominación de Vinos de la Tierra de Ibiza, en este valle de tierras rojizas se produce un caldo excelente, principalmente con las variedades de uva monastrell y garnacha.

Y como ocurre en Santa Agnès, también tienen una iglesia entrañable que tiene cierto interés. Desde allí, hay excursiones a pie muy aconsejables : los imponentes acantilados que alcanzan cala d’Albarca, por cierto uno de los secretos mejor guardados por los ibicencos, o el sendero hacia los restos arqueológicos de las Torres d‘en Lluch.

La Serra de sa Mala Costa, de Sant Joan a Sant Vicente

Mercadillo semanal en Sant Joan de Labritja, Ibiza

anandoart / Getty Images

Cuidado, que vienen curvas. Tal vez éste sea el tramo de paisaje más bonito de la ruta. Bueno, va a gustos. Bajamos de la costa hacia el interior, hasta Sant Joan de Labritja. Es un pueblo pequeñísimo pero adorable. De hecho, a los que disfruten con los mercadillos, los domingos tienen, en San Joan, uno de los más frecuentados con productos artesanales y ecológicos, y actuaciones en vivo.

Además es un punto estratégico si desde allí queremos ir a explorar las calas más vírgenes del norte como cala Xarraca, San Vicente o Portinatx. Las tres son excepcionales. Pero nuestra ruta se dirige hacia cala San Vicente, por una carretera dominada por la Serra da sa Mala Costa, el interior campestre de la isla, con manantiales, flores silvestres y una esencia absolutamente rural donde el aire huele a algarrobos y olivos, y cuyo pico más alto Puig des Formàs (409 metros) cuenta con grandiosas vistas del mar, los acantilados y las calas más recónditas del norte.

Cala San Vicente en familia

Cala San Vicente, Ibiza

KevinAlexanderGeorge / Getty Images/iStockphoto

No quería que nadie se fuera de Ibiza sin pasar por esta cala muy popular entre los ibicencos. Suele haber mucha gente, pero no ha perdido ni un ápice de su belleza original. Su entorno es ideal, está casi intacto, su playa es alargada y de arena fina, justo frente a la isla de Tagomago. Es una playa perfecta para el que viaje con niños, puesto que está protegida por el viento, no tiene pendiente, y su fondo es poco profundo, es muy recomendable para practicar el esnórquel y existen todo tipo de servicios. Es de las más seguras en ese sentido.

El pueblo hippy de San Carlos

Al final de esta ruta desembocamos en Sant Carles de Peralta y sus casas encaladas. Es como retroceder en el tiempo, ya que este pequeño pueblo fue una de las cunas del movimiento hippy en los años 60 y 70. Vivían en casas de payeses sin agua corriente ni electricidad. Solo les importaba el amor y la paz. De todo aquello todavía queda alguna cosa: algunos hippies auténticos y carismáticos, y ese espíritu desinteresado flotando en el aire. También siguen en pie el bar Anita, donde se reunían muchos de los bohemios que venían de fuera, y el palpitante mercado de Las Dalias, uno de los mercadillos de cosas usadas más original que se pueda visitar hoy en día todos los sábados.

Dónde comer al norte de Ibiza

Una vez que estamos en Sant Carles, yo aconsejo dos posibles lugares para ir a comer. El primero es un chiringuito para ir a probar el bullit de peix acompañado por arroz a banda. Catarlo es una experiencia imprescindible. Se llama El Bigotes y está en cala Mastella. Toda una institución. Lleva muchos años haciendo lo mismo – siempre a las 14h - y lo bordan. Meten en un perol gigante - que se calienta sobre una hoguera de leña - los pimientos, patatas, el sofrito, la picada de ajo y los pescados de roca en grandes porciones (gallinetas, cabrachos o san pedros, entre otros peces autóctonos). Luego a esperar seis minutos, y listos, a servir. De postre, flaó ibicenco y un vaso de café llamado de la caleta.

Por otro lado, como habrá que despedirse de la isla como se merece, creo que es muy buena idea decidirse por ir a cenar a Can Domo, aunque, ojo, como todo lo bueno, no es fácil de encontrar. Se trata de un hotelito rural - antigua casa de pagès - con mucho encanto rodeado de 14 hectáreas de campos de olivos, frutales y un huerto ecológico propio. Es alta cocina y con excelentes valoraciones por parte de los usuarios que han dejado sus opiniones en diversas plataformas de recomendaciones.

Este artículo es fruto de la colaboración entre La Vanguardia.com y Travelzoo, portal especializado en ofertas de viajes. Puedes acceder a Travelzoo aquí.