San Juan de la Peña, escondrijo del Santo Grial
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El monasterio oscense se considera la cuna del reino de Aragón
Busco el Santo Grial, nada menos. Sigo su rastro. No soy el primero, claro, antes lo hicieron el caballero artúrico Perceval; el compositor Richard Wagner; el jerarca nazi Heinrich Himmler; el arqueólogo Henry Walton Jones Jr., más conocido como Indiana Jones; el investigador Robert Langdon, protagonista de El código Da Vinci... Por suerte, yo juego con ventaja: me han dado un soplo, me aseguran que el cáliz permaneció más de tres siglos en el monasterio de San Juan de la Peña (Huesca). Hacia allí me encamino por la carretera N-240, hasta que, entre Jaca y Yesa, me desvío por la A-1603. A ver qué averiguo.
Domino mi impaciencia mientras estiro las piernas en Santa Cruz de la Serós . El pueblo exhibe una arquitectura tradicional en piedra muy bien conservada. Los tejados son a dos aguas y tienen una inclinación considerable, síntoma de la abundancia invernal de nieve. Me llaman la atención las chimeneas: cónicas o cilíndricas, sobresalen mucho y están techadas para que la nieve no las tapone.
La iglesia parroquial, Santa María, es un templo románico del siglo XI. Sus dimensiones sorprenden para un núcleo tan pequeño. La explicación es que formó parte de un gran monasterio benedictino de alto copete, aquí se enclaustraron infantas reales y mujeres de la alta nobleza aragonesa. Precisamente el topónimo “de la Serós” alude a las religiosas (sorores o serols) que pertenecieron a esa comunidad. Cuando el monasterio se abandonó en el siglo XVI, sus ya desaparecidas dependencias abastecieron de sillares a muchas casas del vecindario.
Una de las personas que tomaron hábitos en Santa Cruz de la Serós fue la infanta doña Sancha, hija de Ramiro I, el primer rey de Aragón, y hermana de Sancho Ramírez, el monarca que hizo de Jaca la primera capital del reino. Quizás Santa Cruz de la Serós parezca hoy un lugar sencillo, rural, pero fue un importante centro de poder político, evidencia que me devuelve al motivo de mi estancia en estas tierras: la búsqueda del Santo Grial. Casi lo olvido, embelesado ante el Tríptico del Santo Entierro, un lienzo creado en Amberes en torno a 1515.
El Santo Grial es la copa que Jesucristo usó en la Santa Cena para instituir el sacramento de la Eucaristía. Luego, José de Arimatea recogió en ella la sangre que brotaba de la herida abierta por la lanza en el costado de Cristo crucificado. La sabiduría popular le atribuye poderes extraordinarios, no solo de orden espiritual sino también material. Formó parte de los tesoros de la Iglesia en Roma hasta mediados del siglo III, cuando el emperador Valeriano intensificó la persecución de los cristianos.
Para proteger el cáliz, el papa Sixto II confió la custodia a su diácono, san Lorenzo, quien era natural de Huesca. La copa desapareció. Luego, a comienzos del siglo XIII, el poeta alemán Wolfram von Eschenbach recuperó su mito a través de la historia de Perceval, incorporándose de lleno a los relatos del ciclo artúrico.
Qué bonita es la ermita de San Caprasio. Fue la primera iglesia parroquial de Santa Cruz de la Serós, se levantó a principios del siglo XI en estilo románico lombardo. Me hace pensar en las cuadrillas de constructores itinerantes, anónimos, que iban de pueblo en pueblo y alzaban templos a cambio de manutención durante la alta edad media.
La iglesia se consagró primitivamente a San Cipriano, pero más tarde cambió su advocación por la de San Caprasio, de origen francés y muy vinculado a las peregrinaciones a Compostela —no olvidemos que por aquí pasa un ramal del camino aragonés—. En 1089, esta iglesia y todas sus posesiones fueron donadas al monasterio de San Juan de la Peña. Hacia él me encamino, a través del paisaje protegido de San Juan de la Peña y Monte Oroel, un territorio de media montaña, rico en pinares y encinares, y con una notable población de aves rapaces.
Según la tradición aragonesa, la copa llegó a Huesca en torno al año 258
Los siete kilómetros que separan el pueblo del monasterio me permiten repasar mentalmente la historia del Grial. Según la tradición aragonesa, la copa llegó a Huesca en torno al año 258 de la mano de san Lorenzo. Permaneció en manos de los obispos locales hasta 712, cuando la invasión musulmana provocó una desbandada, y la ocultación de tesoros y reliquias en el Pirineo.
Supuestamente, el Grial se guardó un itempo en una cueva cercana a Yebra; luego, en el monasterio de San Pedro de Siresa, en el valle de Echo; más tarde, en el monasterio de Santa María de Sasabe, cerca de la actual villa de Borau; y finalmente llegó a la catedral de Jaca, cuyas desproporcionadas dimensiones se explicarían por la necesidad de ser una morada digna para el Santo Cáliz. Ya en 1076, un obispo jacetano llevaría consigo la copa a San Juan de la Peña cuando se retiró allí.
La primera visión del monasterio pone los pelos de punta: se agazapa bajo un enorme peñasco conglomerado que parece a punto de sepultar el cenobio para siempre. “Fosfatina” o “puré” son palabras que acuden a la mente, pero no están justificadas, ya que el convento pervive perfectamente mimetizado con la montaña desde hace mil años.
El emplazamiento, eso sí, es dramático. Aquellos eremitas que lo colonizaron primitivamente no pudieron encontrar un lugar más idóneo para su ascesis. Si pretendían aislamiento, soledad y silencio, los hallaron a mansalva, más allá de los graznidos de las rapaces que anidan en la peña o del aullido del viento.
En el siglo X se creó una primera y aún minúscula comunidad monástica bajo la advocación de San Juan Bautista. El impulso definitivo, no obstante, lo dio el rey Sancho Garcés III de Pamplona, quien refundó el cenobio en el primer tercio del siglo XI, ya con el nombre de San Juan de la Peña, cediéndolo a la Orden de Cluny. Reconocido popularmente como la cuna del Reino de Aragón, San Juan de la Peña protagonizó un hecho memorable el 22 de marzo de 1071: fue el primer lugar de la península Ibérica donde se ofició una misa con el rito litúrgico romano, dejando así atrás el antiguo rito hispano-visigótico.
El conjunto se encaja en el hueco de la montaña y se reparte en dos niveles
El conjunto se encaja en el hueco de la montaña y se reparte en dos niveles: el inferior acoge la primitiva iglesia mozárabe y la sala de los Concilios, mientras que el superior incluye una segunda iglesia, los panteones real y de los nobles, diversas dependencias monacales y la joya del complejo, el claustro. Este último es muy espectacular, aunque hayan desaparecido sus costados este y sur.
Esa pérdida trunca el relato que el Maestro de Agüero hilvanó en los capiteles de las columnas y que me deja boquiabierto: el enigmático artista urdió un fascinante recorrido por los principales pasajes de la Biblia, arranca durante la creación de Adán y Eva y acaba con la Santa Cena. La autoría de la obra se identifica por la maestría de las figuras y por la inconfundible manera de representar los ojos de los personajes, muy sobresalientes.
El monasterio estuvo habitado por monjes cluniacenses que, supuestamente, asumieron la custodia del Santo Grial. Los reyes de Aragón acudían con frecuencia a rezar y para recabar la bendición del abad antes de entrar en combate. También venían sus caballeros, creándose una orden de caballería vinculada al monasterio, la de San Juan, cuyos miembros eran enterrados en el panteón de Nobles.
A partir de la segunda mitad del siglo XII, San Juan de la Peña decayó. Las instalaciones se deterioraron e incluso sufrió sucesivos y devastadores incendios. El último fue en 1675, duró tres días. Obligó al abandono del monasterio y a la construcción de otro en el llano de San Indalecio. Por eso San Juan de la Peña alberga hoy dos monasterios: el viejo y el nuevo. Las obras de este último no se acabaron hasta principios del siglo XIX y en ellas se impone el estilo barroco.
El monasterio nuevo de San Juan de la Peña alberga actualmente el Centro de Interpretación del reino de Aragón, el Centro de Interpretación del monasterio de San Juan de la Peña y una hospedería.
¿Qué le pasó al Grial en medio de tantas turbulencias? Supuestamente, el rey de Aragón Martín I el Humano llevó el cáliz a Zaragoza el año 1399, al palacio de la Aljafería. Ya en 1437, Alfonso V lo trasladó a la catedral de Valencia, donde aún permanece. Esa copa se talló a partir de una piedra de Calcedonia, y tiene 7 cm de altura y 9,5 cm de diámetro. Se montó sobre un pie en forma de naveta con reborde de oro, y se le unieron dos asas, también de oro, adornadas con perlas y piedras preciosas.
¿Es el Santo Grial “auténtico”? Es difícil afirmarlo, ya que una veintena de cálices de toda Europa competían por ese reconocimiento durante el siglo XVI. No se sabe con seguridad si alguno de ellos era el verdadero Grial. Eso sí, el catedrático de prehistoria Antonio Beltrán Martínez dirigió un riguroso estudio científico sobre el cáliz de Valencia en 1960. Los resultados constataron que “corresponde a una piedra de Oriente Medio, tallada en un taller oriental, y es de la época de Jesucristo”. Esa es la única evidencia científica. ¿Les parece suficiente?