Los volcanes más bellos de la isla de Java
Mundo insólito
Indonesia, situado en el Cinturón de Fuego del Pacífico, un rosario de miles de islas surgidas mayoritariamente de la actividad magmática de la Tierra
Los amantes de los volcanes suelen fijar sus ojos en Indonesia, un país que se halla en el Cinturón de Fuego del Pacífico. Es un rosario de miles de islas surgidas mayoritariamente de la actividad magmática de la Tierra, allí donde dos grandes placas de corteza se encuentran a unos cien kilómetros por debajo de la superficie, dando paso a frecuentes serísmos y erupciones.
De entre todas las bellezas modeladas por el fuego interno del planeta que se encuentran en el país, tal vez el paisaje más espectacular sea el que ofrecen los volcanes Bromo y Semeru, en el extremo oriental de la isla de Java.
Visto desde la última localidad habitada, Cemoro Lawang, el escenario parece una invención de Julio Verne. Varios conos dominan el territorio. El Gunung Bromo es como un flan perfecto, rayado por las coladas de lavas que sus erupciones dibujan periódicamente. Es el más bajo del conjunto, con 2.392 metros sobre el nivel del mar, y está escoltado por el Gunung Batok (2.440 m), el Gunung Kursi (2.581 m) y el Gunung Penanjakan (2.770 m).
Se impone por encima de todos ellos el Gunung Semeru (3.676 m), el pico más alto de la isla. Las brumas que buena parte del año se afincan en la zona le otorgan un halo aún más misterioso, y no es extraño que el viajero llegue al lugar confundido por una espesa niebla que niega la visibilidad y, al romperse esta, se encuentre extasiado ante un paisaje que parece propio de Marte.
Alcanzar la cima del Bromo reclama un esfuerzo moderado –para personas en buen estado de forma–, pues desde la barrera del parque nacional, donde se abona el pago por la entrada, solo hay que caminar un par de horas hasta llegar al borde del cráter cimero. La ladera se sube por una cómoda aunque exigente escalinata de 254 peldaños. Desde antiguo los nativos de Java han considerado que los dioses habitan los volcanes, y que es mejor apaciguarlos con ofrendas para que no se activen enfadados. Ni la expansión del Islam por el país ha minado estas creencias.
Como increíble transición, hay que cruzar el mar de Arena, una extensa llanura que ocupa la primera hora y media de caminata y que en realidad es el lecho de las cenizas depositadas por las erupciones a lo largo de los siglos. Es una cama blandita y polvorienta que nos prepara para la dureza de la roca de las laderas y la fabulosa visión del interior del cráter. El camino de la cumbre está pisado y se puede transitar, pero hay que recordar que el diámetro del cono es de diez kilómetros, es decir, unas tres horas adicionales de marcha.
Como tantos paisajes sensacionales de la Tierra, en el parque nacional de Bromo existe la tradición turística de acercarse a él antes del alba para contemplar el amanecer. Suele ser una experiencia fallida, pues las brumas no despejan hasta bien entrada la mañana. Además, la acumulación de visitantes son el anticlímax de la comunión con la naturaleza. En cambio, si se acude después del desayuno, los grandes grupos que se mueven en autocares y vehículos todoterreno están ya de retirada y el paisaje retoma su calma arcana.
La mejor manera de llegar al parque nacional Bromo Tengger Semeru es desde la cercana ciudad de Probolinggo, un lugar bullicioso y sin personalidad aunque tremendamente útil por la cantidad de hoteles, restaurantes, agencias de viajes y compañías de transporte que tienen allí su sede. Además, se dice que los mejores mangos de Java se cultivan allí, gracias a la gran fertilidad de su suelo volcánico. Con estas premisas, se puede obviar que los taxistas y otros personajes relacionados con la industria turística pequen de cierta agresividad comercial.