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De Belgrano a La Boca, fútbol y otras pasiones de Buenos Aires

Ruta turística

Una ruta de norte a sur por los barrios del Río de la Plata que viven el partido del siglo de Argentina y Sudamérica

El estadio Monumental, donde River Plate recibe hoy a Boca Júniors en la final de la Libertadores, con la ciudad de Buenos Aires de fondo

Franck Fife / AFP

La brisa vespertina agita las hojas de uno de los gomeros más inmensos y viejos que todavía se conservan en Sudamérica. Una pareja hace pinitos de baile en la rotonda de las Barrancas de Belgrano, famosa por ser escenario de ensayos y exhibiciones de tango, pero los tiempos cambian también en Buenos Aires y esa pareja se mueve al ritmo del hip hop. En un banco de madera cercano dos amigos comparten un mate a primera hora de la tarde. Una señora pasea su perro despistada con su móvil. El atardecer asoma. No hay prisas en ese balcón verde del barrio de Belgrano. Esa vida plácida que tanto saborean los argentinos se romperá hoy, no muy lejos de allí, en el mismo barrio, con la final de la Copa Libertadores, con una de las pasiones que más enloquecen a los capitalinos, el fútbol.

De Belgrano, ideal para recorrer a pie, a La Boca, perfecto para descubrir en bicicleta, se despliegan los encantos de Buenos Aires en una ruta urbana de fútbol y las otras pasiones que distinguen a una ciudad y un país. De Belgrano, barrio residencial y acomodado, a La Boca, bulliciosa y mundana, del casi extremo norte al extremo sur, en paralelo al Río de la Plata, el río más ancho del mundo, desmesurado como los bonaerenses, las calles de la capital federal son una sinfonía de parques, flores, cafeterías y monumentos capaz de seducir a cualquier visitante, sea hincha de fútbol o no.

Vista de las Barrancas de Belgrano, con el estadio de River Plate al fondo, bajo el avión.

Carola Blaksley

El estadio Monumental Antonio Vespucio Liberti, donde esta tarde se jugará la vuelta de la final de la Copa Libertadores, pertenece a Belgrano aunque muchos de los seguidores de River y muchos bonaerenses crean que se ubica en el vecino barrio de Núñez. Pero está en Belgrano, justo en el límite de uno de los barrios más extensos y poblados de la ciudad autónoma. Otro error común con los Millonarios, el apodo que recibe River Plate, es dar por supuesto que la hostilidad con Boca Júniors, el rival de hoy en gran final sudamericana, nace de ese contraste de barrios, del club rico en una de las zonas más pudientes de la capital argentina, contra el equipo del distrito portuario y populoso. Nada más lejos de la realidad. Buenos Aires tiene 36 estadios de fútbol y las rivalidades van por barrios. Aunque muchos lo hayan olvidado, River Plate fue fundado en La Boca y no se trasladó a Belgrano hasta 1935, cuando la enemistad acérrima ya se había consolidado. Lo que la distancia ha hecho crecer es el antagonismo, que hoy alcanzará su apogeo.

Las Barrancas de Belgrano marcaban la orilla del Río de la Plata antes de la gran expansión urbanística, a partir de mediados del siglo XIX. Aunque todavía hay miradores, para ver el gran mar dulce hay que comprarse un apartamento en las alturas de los grandes edificios de apartamentos, que llegan a tener más de veinte pisos, abundantes pero diseminados en la expansión vertical de finales del siglo XX. Estos jardines, muy cerca del pequeño Barrio Chino de Buenos Aires, son, en realidad, la fusión de tres parques en uno, fácilmente reconocibles. Tocando a la Avenida Juramento se alza el gomero mayestático. En medio está la plaza de la Glorieta, y en el tercero destaca la réplica en miniatura de la Estatua de la Libertad, hecha con por Fréderic Bartholdi, el mismo que esculpió la de Nueva York.

Tangueros en la pérgola de Barrancas de Belgrano

Oficina de Turismo de Buenos Aires

Belgrano, llamado así en honor al creador de la bandera argentina, que pese a tamaña aportación a la patria murió solo y pobre, fue pueblo antes que ciudad y empezó a crecer desbocadamente a partir de la gran epidemia de fiebre amarilla de 1871 que, según los cronistas, mató al 8% de la población. Las clases más acomodadas, que vivían en La Boca, Barracas o San Telmo, se alejaron de los malos aires y levantaron mansiones en Belgrano o Recoleta. La iglesia de la Inmaculada Concepción, conocida como La Redonda, es una muestra de esa época y contribuye al estilo ecléctico que domina el barrio del Belgrano y, en general, a Buenos Aires. La Redonda, de estilo neoclásico italiano y frente al jardín árabe con la estatua dedicada a Manuel Belgrano, se inspiró casi literalmente en el Panteón de Roma.

La gran fiebre amarilla coincidió con el despegue económico de Argentina que favoreció la gran migración que llegaba a través del puerto de La Boca. Boca Júniors y River Plate fueron creados a principios del siglo XX por inmigrantes italianos, sobre todo genoveses, trabajadores que pasaban los primeros años en esa zona humilde y, si prosperaban, se aposentaban en barrios más aburguesados. Por eso Buenos Aires se expandió con alma italiana en las zonas residenciales y la aspiración francesa en la monumentalidad del centro, representada por el Teatro Colón, el Congreso o el Edificio de las Aguas.

Alma italiana y aspiración francesa han definido Buenos Aires y esa goce de la vida tan propio

París era el modelo a seguir no tanto por la influencia política sino por la oferta cultural y el arte de vivir que Francia ha encarnado fielmente. Y ese anhelo de degustar la vida como los burgueses franceses ha forjado el carácter porteño. La avenida Callao, construida para unir el centro con el norte de Recoleta y Palermo, está llena de quioscos que venden flores. Por doquier se compran alfajores y dulce de leche, dos deliciosos abusos azucarados. Otra arteria principal, la avenida Santa Fe, rebosa de librerías como la imponente Ateneo Grand Spléndid, un antiguo teatro reconvertido en un templo de la industria de la lectura. Buenos Aires tiene más librerías per cápita, 380 , que cualquier otra ciudad del mundo. En cualquier calle hay cafés y terrazas, para disfrutar del clima beningo y de una buena cerveza o una dosis de cafeína. En locales como El Cuartito se hornean pizzas tradicionales, gruesas y espesas, contundentes, exageradas como muchas cosas o pasiones en Buenos Aires, reflejo de sus ciudadanos, siempre abiertos a rivalidades y debates a vida o muerte, ya sea por tener que elegir entre chocolate o dulce de leche o ya sea para reivindicar a River o Boca, a Racing o Independiente.

A veces hay pasiones que se acaban juntando, como en el Microteatro de Palermo, donde se puede asistir a representaciones cortas -de máximo veinte minutos- en pequeñas habitaciones con diez personas de público mientras te tomas un vino o un snack. Buenos Aires tiene ni más ni menos que 287 teatros, otra afición llevada al extremo de los capitalinos.

Las pasarelas del Jardín Japonés de Buenos Aires

David Dusster

Palermo, un barrio tan grande que en verdad está formado por cinco, es desde hace un par de décadas la meca de las movidas artística, bohemia, cultural y gastronómica. Es el barrio que absorbe las tendencias y que las pasa por el colador bonaerense. A nivel turístico Palermo también tiene lugares sorprendentes, como el Jardín Japonés, el más grande que hay fuera de Japón. Se construyó en 1967 con motivo de la visita del emperador Akihito y desde entonces ha sido mantenido con dedicación por la comunidad nipona, junto a una casa de té en la que a veces se representa la ceremonia tradicional del té.

De Palermo hacia La Boca hay que detenerse en Recoleta, que presume del cementerio más fastuoso y famoso de Sudamérica, otra ensoñación parisina del Buenos Aires emergente. Y, curiosamente, la tumba más visitada es una de las más modestas en comparación de los suntuosos mausoleos: la de Eva Perón, fallecida a los 33 años y uno de los personajes clave de la historia reciente argentina y motivo de apasionados debates, cuyos restos mortales vivieron una epopeya de exilio y ocultaciones hasta recalar en la actual localidad.

Facon, tienda de productos artesanales argentinos y cursos de cocina en el barrio de Palermo

D. Dusster

Del norte de Palermo, Recoleta y Retiro se va al centro por la Avenida 9 de julio, la más ancha del mundo: no hay peatón que pueda cruzarla con un solo semáforo. Es otra exageración, en este caso urbanística. Pero una buena alternativa para ir de ruta hacia La Boca es buscar la ribera del río, atravesar Puerto Madero, el barrio de ocio y rascacielos alzado detrás del palacio presidencial, la Casa Rosada, y llegar al paseo de los héroes deportivos - donde extrañamente no figura Maradona- y entrar a la Reserva Costanera, con más de 450 hectáreas y la enigmática nutria-rata-monstruo llamada ‘Reservito’ que nadie ha tenido la oportunidad de ver hasta ahora.

La Reserva Costanera se deja frente a la fuente de las Nereidas, que en su momento escandalizó por la desnudez de su conjunto escultórico y que por eso fue trasladada desde el centro a un lugar menos prominente del callejero urbano. De ahí ya se llega a La Boca, que junto al barrio de Barracas marca la frontera entre la ciudad y la provincia de Buenos Aires.

La escultura que homenajea al boxeador argentino Pascual Pérez en el Paseo de la Gloria

D.D.

El Estadio Alberto José Armando, que todo el mundo conoce como La Bombonera, domina el paisaje de La Boca. Las mejores vistas, si se recorre el barrio en bicicleta, se observan tras dejar atrás el parque Lezama, desde otro parque, el Benito Quinquela. El Lezama, con una iglesia ortodoxa rusa y una escalinata, fue el lugar donde el imperio español estableció el primer asentamiento, en 1536 pero la aventura de Pedro de Mendoza fracasó tras cinco años y no fue hasta 1580 cuando la expedición de Juan de Garay logró formar una colonia permanente, hasta la independencia de 1816. La fachada de estilo industrial ahora remozada de la antigua fábrica Canale atestigua el pasado industrial de La Boca.

El Caminito es el epicentro del turismo en La Boca y el punto de origen y final del recorrido en bicicleta que ofrece la oficina de turismo de Buenos Aires. Las casas de hojalata y madera pintadas con colores chillones recuerdan la época de la inmigración porteña, cuando los recién llegados se alojaban en los conventillos o casas que alquilaban habitaciones. Dicen que el color dependía de la pintura que sobraba en los barcos recién llegados. Benito Quinquela, cuyo museo se puede visitar en el barrio, fue el pintor que inmortalizó esa época de carboneros genoveses y estibadores que pasaban el tiempo entre los conventillos y las cantinas.Y, ahora sí, la figura de Maradona está omnipresente en el Caminito y La Boca, junto al tango, el asado y otras pasiones típicas de Buenos Aires.

El Caminito en el barrio de La Boca

Thiago Santos