Suspiros de alivio al ver que la meta está cerca
Camino de Santiago (4)
De Astorga a O Cebreiro, pasando por bonitos pueblos y la Cruz de Ferro, la cúspide del camino francés en España
En este tramo de seis días del Camino encontraremos aldeas con encanto, pueblos con una gran tradición vinícola y escenarios de leyenda que acompañan al peregrino en sus pensamientos. Siguiendo las nubes vamos dirección a Astorga donde se esconde una de las joyas de Gaudí, el palacio Episcopal. Pero por el camino nos encontraremos bonitos pueblos representativos de la arquitectura típica leonesa: muros gruesos y pizarra negra. Y pasaremos también por la Cruz de Ferro, la cúspide del Camino francés en España.
Pero dejaremos León en su último pueblo habitado, Laguna de Castilla, para adentramos en el tramo gallego. Primera parada O Cebreiro, aquí la alegría se desata por la certeza de ver el fin del Camino casi culminado.
Día 18. Por tierras leonesas
La salida de las capitales no es divertida. León confirma la regla: después de atravesar el río Bernesga, el Camino cruza carreteras, circunda rotondas, esquiva naves industriales...
El pueblo de Virgen del Camino, a 7,6 kilómetros, ofrece la primera parada con interés. Josep Maria Subirachs creó el grupo escultórico que adorna la fachada de la iglesia local. El conjunto, tallado en bronce, representa a los Doce Apóstoles y la Virgen. Las figuras miden casi seis metros y pesan más de 700 kilogramos cada una.
Poco más adelante, la ruta adopta una andadera paralela a la carretera N-120. No la abandonaremos hasta el final de etapa. Atravesamos sucesivos pueblos —Valverde de la Virgen, San Miguel del Camino, Villadangos del Páramo— en medio de un terreno llano, desabrigado. De vez en cuando, la desolación se ve interrumpida por feraces maizales, regados por canales que bajan de una cordillera Cantábrica que se ve al norte, muy lejos. La mayor distracción, no obstante, son unos cielos adornados por nubes psicodélicas, enormes cúmulos que cambian de forma y tamaño. Su contemplación ameniza la llegada a San Martín del Camino.
Día 19. Calzadas romanas y mantecadas
Reemprendemos la marcha por la misma andadera de ayer, lindante con el asfalto. Pronto alcanzamos el medieval y extensísimo puente de Órbigo, con 20 arcos y casi 300 metros de longitud. En él sucedió un memorable hecho de armas, el Paso Honroso, protagonizado por el caballero Suero de Quiñones y nueve compinches suyos en 1434. Los pendencieros paladines, lanza en ristre, bloquearon el paso durante un mes, desafiando a cuantos jinetes seguían la ruta hacia Santiago de Compostela. Los caballistas atrapados debían medir sus armas con ellos... o zambullirse de manera deshonrosa en el río Órbigo y cruzarlo a nado. La trifulca se organizó para agasajar a una dama, y concluyó cuando, por fin, alguien hizo morder el polvo al bravucón Suero de Quiñones.
Camino de Astorga, la ruta se empina hasta alcanzar un altiplano. Allí avanza por una fronda de encinas y pinos no muy crecidos, un terreno con poco rastro humano. Roces en la hojarasca advierten de presencias vivas entre la maleza, aves y pequeños mamíferos que han encontrado un refugio en estos bosques de repoblación.
El límite del altiplano ofrece una estupenda panorámica de Astorga desde las alturas. La capital de la Maragatería tiene tres alicientes principales. El primero son sus vestigios de la época romana, cuando la ciudad fue encrucijada de grandes calzadas, como las que llevaban a Burdeos, Braga, o la ruta de la Plata, hacia Extremadura y Andalucía. El segundo es la catedral, gótica y renacentista. Y el tercero, el neogótico palacio Episcopal, creación de Antoni Gaudí, reconvertido en Museo de los Caminos. Ojo, todos esos tesoros permanecen cerrados a cal y canto los lunes.
Quien se quede a sus puertas, siempre se puede resarcir trasegando un cocido maragato, la suculenta joya de la gastronomía local. El ágape encadena tres servicios consecutivos: el primero incluye ¡diez carnes diferentes!; el segundo ofrece la verdura y las legumbres; y el tercero, la sopa. El objetivo es prevenir el hartazgo: si sobra, que sea el caldo. Alternativas golosas y menos calóricas son los excelentes chocolates y las mantecadas locales.
Día 20. Arquitectura de montaña
Emprendemos la marcha hacia Murias de Rechivaldo, Castrillo de los Polvazares, Santa Catalina de Somoza, El Ganso o Rabanal del Camino, estéticos ejemplos de la arquitectura tradicional en la montaña leonesa, con sus muros de pizarra o gneis con argamasa. Son pueblos bonitos, limpios, abundantes en agua y en regadíos.
También bonita es la subida a Foncebadón, montaña a través. El camino es breve pero empinado, se cubre en poco más de una hora. Cuando la senda supera el estrato arbóreo, crees tocar las nubes. Las vistas son vastísimas, salpicadas por grupos de aerogeneradores. Aunque resulte insólito, estos remotos parajes albergaron un concilio de la cristiandad en el año 946, convocado por el rey Ramiro II de Asturias.
Foncebadón está a 1.430 metros de altitud. La vida no es fácil en estos confines: cada invierno se acumulan hasta cuatro metros de nieve, y el pueblo permanece incomunicado durante días. Se comprende que los vecinos huyeran en desbandada a finales de la década de 1960. En los años ochenta, dos únicas personas permanecían en una aldea totalmente derruida. Hoy, Foncebadón tiene bares-restaurantes, albergues, un comercio de ultramarinos... El núcleo ha renacido de la mano de neorrurales, y gracias a la peregrinación y a los peregrinos; todos los lugareños viven de ellos.
Día 21. El rastro de los templarios
El camino arranca en leve subida a través de jaras, brezos, serbales de los cazadores... Pronto llegamos a la Cruz de Ferro, un hito jacobeo a 1.500 metros de altitud, la cúspide del Camino francés en España . Es un monumento sencillo, una pequeña cruz de metal aupada sobre un mástil de madera. Columnas de piedrecitas en equilibrio se levantan a sus pies, cada peregrino suma la suya, aportando al lugar cierto aire tibetano. La tradición, no obstante, es muy autóctona, procede de los segadores gallegos que acudían a Castilla para trabajar el cereal, y también de los arrieros y los pastores trashumantes.
Pronto, el Camino emprende un largo y vertiginoso descenso hacia Ponferrada. Pasará un rato antes que dejemos atrás la vegetación baja y nos adentremos en los bosques de pinos y, más tarde aún, en los robledales.
El recogido vecindario de Manjarín genera cierto desasosiego: el frío puede hacerse largo y áspero en estas soledades. Más confortable parece El Acebo, cuyos vecinos estuvieron liberados de pagar impuestos en el pasado a cambio de mantener 800 estacas en pie para indicar la ruta a los viajeros durante el invierno, cuando la nieve oculta los caminos.
Más abajo aún, la ruta cruza Riego de Ambrós y Molinaseca, pueblos de pizarra con balcones de madera y geranios. El caudaloso río Meruelo ofrece estupendos baños fluviales. Sus aguas fluyen hacia el corazón del Bierzo.
Ponferrada, la capital de la comarca, debe su nombre a un puente que existió en el siglo XI. La obra cruzaba el río Sil, el gran afluente del Miño. La identidad templaria es patente en la ciudad, donde sobresale un imponente castillo en pleno centro urbano. La fortaleza protagoniza toda clase de leyendas: se le atribuye la custodia y ocultación del Arca de la Alianza, del Santo Grial, la existencia de subterráneos cuyo trazado reproduce las siluetas de las constelaciones... El inventario de atractivos locales no se acaba en el baluarte: también tienen interés la negra Virgen de la Encina, una talla que se venera en la basílica homónima, y el Museo de la Radio Luis del Olmo. Ponferrada merece un paseo placentero, con sus calles adoquinadas y sus muchas terrazas.
Día 22. Bendecidos por el buen vino
Abandonamos Ponferrada a través de barrios de casas unifamiliares y pueblos cada vez más rurales, ricos en agua: Compostilla, Columbrianos, Fuentes Nuevas, Camponaraya... Una malla de canales riega campos encharcados donde cigüeñas escrutan el suelo en busca de comida. Todas las iglesias permanecen abiertas al paso del peregrino, con personal dispuesto al sellado de las credenciales.
Cacabelos, la capital berciana del vino, es un pueblo grande. Históricamente vivió de la peregrinación: el rey leonés Alfonso IX ya le concedió un privilegio en 1209 con el compromiso de no desviar el Camino del núcleo. No es un tema baladí, el paso del Camino por un pueblo o por su vecino acarrea a menudo la prosperidad o el abandono, especialmente en la actualidad: más de 300.000 peregrinos finalizaron el Camino en 2017, caminantes que cada día se alojan, comen, beben, se abastecen, consumen... La economía de Cacabelos ya no depende tanto de la peregrinación. El vino cambió el Bierzo, y Cacabelos tiene seis grandes bodegas. Gracias al cultivo de la variedad de uva mencía, la comarca elabora un vino tinto de calidad, con mucha aceptación y cada vez más cotizado.
El camino hacia Villafranca del Bierzo es un continuo sube y baja entre viñas, con largas rampas y una intensa exposición al sol y al calor.
La iglesia de Santiago recibe al peregrino a la entrada de Villafranca. Es un lugar trascendente, ya que acoge la sagrada puerta del Perdón. Esta tiene un privilegio singular: da por completa la peregrinación a aquellos que, por causas de fuerza mayor, se vean imposibilitados de llegar a Santiago de Compostela.
Conviene hacer acopio de energía: mañana afrontaremos la temida ascensión a O Cebreiro; si todo va bien, dormiremos en Galicia.
Día 23. La ascensión más temida
La marcha empieza por una carretera local sin ningún tránsito que se adapta al curso del río Valcarce, limpísimo. Aunque algunos trechos discurran sobre asfalto, la caminata es cómoda por el frescor ambiental y por la frecuencia de pueblos bonitos, agradables: Pereje, Trabadelo, la Portela de Valcarce... Sobre la ruta se alzan las almenas de los castillos de Autares y Sarracín, antiguas madrigueras de forajidos.
Cuando el valle se abre un poco, afloran grupos de manzanos y perales, o prados donde pacen vacas, ovejas y burros. La comarca transmite una apariencia idílica.
Esta se diluye un poco a partir de Las Herrerías, donde arranca una subida severa. Tendremos que remontar 621 metros en ocho kilómetros, la mayor parte peñas arriba. El camino trepa entre robles, encinas y helechos.
A partir del vecindario de La Faba, el bosque queda atrás. Llegamos a los pastos de altura. El paisaje se abre detrás de cada recodo, tienes la sensación de ver a muchos kilómetros de distancia hacia cualquier lado. Minúsculas aldeas se encaraman en laderas lejanas. Laguna de Castilla es el último lugar habitado de León. Un indicador advierte de la entrada en Galicia.
Llegamos a O Cebreiro de sopetón. Suspiros de alivio, abrazos, comentarios de “No había para tanto”. Quizá, pero no me gustaría subir esta montaña en invierno, en plena tempestad de nieve. El núcleo, muy restaurado, resulta encantador con sus casas de piedra y sus pallozas (cabañas) con techumbre de paja. 20 años atrás fue una aldea embarrada y precaria. El dinero invertido lo eleva a “pueblo con encanto”, limpio, agradable, hasta un poco relamido. Sus habitantes, salta a la vista, han mejorado su nivel de vida; bien está.
Visito la iglesuela prerrománica. Algunas fuentes identifican su cáliz eucarístico con el Santo Grial, una afirmación poco verosímil.
Esta noche dormiré a pierna suelta. Ya sé que, si no sufro ninguna lesión repentina, traumática, llegaré a Santiago de Compostela.