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Corea vs. Corea: la frontera más caliente

Juegos Olímpicos

Viaje al paralelo 38, donde aún pervive la tensión de la guerra fría

Militares surcoreanos y visitantes, a escasos metros de la frontera con Corea del Norte

S.P.

Es como si todo los habitantes de Barcelona se desplegasen armados, en dos bandos, a lo largo de una línea imaginaria hasta Zaragoza. Grosso modo. En la franja de 238 quilómetros que divide Corea del Norte y Corea del Sur se calcula que hay un millón y medio de militares. Es la frontera más caliente del planeta. Y sin embargo, aquí es donde ambos países sellaron al pacto olímpico para desfilar bajo la misma bandera en los Juegos de invierno de Pyeonchang.

Los ejércitos no se encuentran frente a frente, sino que los separan cuatro quilómetros de tierra de nadie. Se conoce como la Zona Desmilitzarizada (DMZ, en sus siglas en inglés). En este punto los diplomáticos de las dos Coreas, aún oficialmente enfrentadas, entablan negociaciones desde el final de su guerra civil .

Acceso a la Zona Desmilitarizada

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Las reuniones tienen lugar en unas casetas azul claro tan parcas por fuera como por dentro. El único mobiliario son unas mesas rectangulares de madera barnizada y unas sillas con reposabrazos tapizadas de color pardo. Los turistas pueden penetrar en una de las salas durante unos escasos minutos llenos de tensión.

Hay militares ante las puertas a un extremo y otro de la habitación. Una da a Corea del Norte, la otra a Corea del Sur. La línea fronteriza se halla exactamente en medio. Los soldados, tras sus gafas de sol, observan a los visitantes en posición rígida. Y cara de pocos amigos.

Las casetas azules vistas desde el minibús en marcha

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Previamente, al entrar en el Área de Seguridad Conjunta, los visitantes tienen que firmar un documento por el cual admiten acceder a “un área hostil con posibilidad de resultar heridos o muertos como resultado directo de una acción enemiga”.

Los guías turísticos no ocultan la ansiedad a sus grupos. Ruegan a todo el mundo que actúe con la máxima serenidad, sin realizar movimientos bruscos. Recuerdan que periódicamente hay enfrentamientos como el desencadenado por la reciente deserción de un militar norcoreano .

El minibús turístico se aleja rápidamente de las casetas para realizar un breve alto ante el puente sin retorno . Este desolado pasaje ha servido, desde el armisticio de 1953, para los intercambios de presos. Como su nombre indica, una vez cruzado ya no hay marcha atrás.

El puente sin retorno, visto también desde el minibús

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Otro punto de atracción son los túneles por los cuales el Ejército de Corea del Norte ha intentado infiltrarse al Sur des de mediados de los 70. Hasta el momento se han descubierto cuatro, pero Seúl sospecha que hay más. Se accede a uno de ellos, el número 3, con una vagoneta similar a la de una atracción de feria.

Se hunde por una boca pintada con colores de camuflaje militar hasta llegar a un largo agujero apuntalado con bigas. Los visitantes caminan por él con la cabeza gacha sin llegar, por supuesto, a territorio norcoreano. Imprescindible no quitarse el casco para evitar coscorrones.

Estatua a la entrada del tercer túnel

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Cerca del túnel, se divisa el territorio norcoreano desde el observatorio de Dora. Si el cielo está despejado, se puede llegar a ver el monte Songhaksan. Y si no, aun entre brumas, se aprecia una de las banderas más altas del mundo: la que ondea en Kijong Dong, en lo alto de una torre de 160 metros, para orgullo del régimen comunista.

Hay unos prismáticos gratuitos para observar el paisaje. Si embargo, está prohibido sacar fotos más allá de una línea amarilla pintada en el suelo unos diez metros atrás. Por motivos de seguridad, advierten los militares. Para no provocar al enemigo.

La gran bandera norcoreana vista, a lo lejos, desde el observatorio de Dora

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Y pese a todo, la tensión convive con la esperanza. Esperanza en la paz, la reconciliación y la reunificación. Muestra de ello es la estación de tren de Dorasan. Inaugurada en 2007, hasta el momento solo recibe trenes procedentes de Seúl.

Sin embargo las autoridades surcoreanas confían en restablecer el antigo corredor ferroviario que conectaba la península de norte a sur. De hecho, hay letreros donde se puede leer “a Pyongyang”.

Y en las taquillas de venta de billetes se encuentran a disposición de los visitantes unos tampones conmemorativos. Sirven para estampar en cualquier papel o libreta un dibujo para el recuerdo: el de una vía férrea sobrevolada por palomas de la paz.

Interior de la estación de Dorasan

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