Un temporal con una virulencia inédita, alimentado por el cambio climático. Una ciudad cada vez más vulnerable por su ubicación. Una expansión urbanística desordenada y suelos muy impermeables. Podría ser Valencia y su trágica Dana de octubre del año pasado. Pero no. Son los cuatro factores principales que explican una catástrofe similar, la que ha sufrido Bahía Blanca, en Argentina, con muertos, desaparecidos, evacuados y casas destruidas por el agua.
En esta ciudad de la provincia de Buenos Aires, de 334 mil habitantes, ubicada a 630 kilómetros de Capital Federal, nadie recuerda una lluvia de tal magnitud. La percepción coincide con la evidencia científica. Según el Servicio Meteorológico Nacional (SMN), en un lapso de 12 horas cayeron cerca de 300 milímetros de agua, una cifra récord para la época del año. El promedio anual ronda los 650 milímetros. Es decir: llovió en medio día lo que suele llover en seis meses.
Nunca se había registrado una lluvia tan extrema

Un hombre cava para limpiar la calle después de las inundaciones en Bahía Blanca, del mismo modo que ocurrió en Valencia tras el paso de la DANA en octubre
“Nunca se había registrado una lluvia tan extrema”, afirmó José Luis Stella, meteorólogo del SMN. El experto explicó que el ingreso de un frente frío desde el sur chocó con una masa de aire muy cálido e inestable, lo que provocó su estancamiento sobre la región y el desarrollo de tormentas muy severas.
El fenómeno extremo se desató la madrugada del 7 de marzo. El día anterior, esta agencia, que por decisión del presidente Javier Milei sufrió en 2024 un recorte de 31% de su presupuesto y 15% del personal, emitió un aviso naranja por fuertes tormentas en el centro y noroeste del país, que se elevó a rojo cuando el diluvio empezó inundar los primeros barrios. Por la mañana, el agua superó el metro y medio en cientos de casas. “Cuando vino la correntada, nuestra vivienda se inundó de golpe. Nos fuimos al altillo como pudimos, de lo contrario moriríamos ahogados. A simple vista, el agua llegó a 1,90 metros”, describió un sobreviviente.
Como pasó en Valencia, algunos vecinos quedaron atrapados en sus coches, con calles transformadas en ríos. Muchos lograron escapar. No así la familia Hecker, un matrimonio con dos hijas, de cinco y un año, que quedaron varados en una carretera. Las niñas continúan desaparecidas. Un transportista de 43 años que intentó rescatarlas es una de las 16 víctimas mortales que, por el momento, ha dejado el temporal. Cinco de los fallecidos estaban en residencias geriátricas.
La corriente entró con mucha fuerza en un hospital. Al menos quince bebés salvaron sus vidas gracias a la rápida reacción de las enfermeras, que los trasladaron a los pisos altos del edificio. “Metí a una bebé de un kilo en el ambo (uniforme) para que no pierda el calor, temperatura, porque se estaba enfriando”, contó Luciana Marrero, una de las trabajadoras sanitarias. Las profesionales trabajaron durante 18 horas consecutivas hasta que culminaron el traslado de los bebés, sanos y salvos, a otro centro.
Son muchos los evacuados (1.400 en total) que aún siguen sin poder regresar a sus hogares. 523 personas, según el último parte de la municipalidad (ayuntamiento) de Bahía Blanca. Su intendente (alcalde) estima que la reconstrucción va a costar 400 mil millones de pesos (350 millones de euros).
Crecimiento urbanístico descontrolado

Las fuertes lluvias dejaron al menos 16 muertos, provocaron evacuaciones masivas, inundaron hospitales y derrumbaron tramos de asfalto
En 2012, Paula Zapperi, investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y doctora en Geografía, publicó una tesis doctoral que alertaba sobre los riesgos de inundación en Bahía Blanca. Su trabajo, basado en un análisis detallado de la hidrografía urbana, advirtió sobre las condiciones naturales y sociales que hacían de esta ciudad “un muy lugar vulnerable”.
Esta investigadora estudió la relación entre el crecimiento urbano y las características naturales de Bahía Blanca, ubicada en la cuenca inferior del arroyo Napostá, que, como en otras lluvias intensas, se desbordó. La ciudad recibe el escurrimiento generado aguas arriba, lo que aumenta el peligro de inundación“, explicó tras la tragedia.
En su trabajo, detalla cómo la expansión desordenada de la ciudad, sumada a la falta de planificación urbana, agravan los “riesgos hidro-ambientales”. ”La expansión de la ciudad generó áreas impermeables, como calles pavimentadas y edificaciones, que redujeron los espacios naturales de absorción del agua“, señaló.
Esta mala planificación aumenta el volumen de escorrentía superficial, dificulta el drenaje y agrava las inundaciones cuando mucha lluvia se concentra en pocas horas. “No se puede autorizar urbanizaciones en zonas bajas sin considerar los riesgos”, lamentó.
A su juicio, “no se trata solo de hacer obras, sino de planificar el crecimiento de la ciudad de manera sostenible” en un contexto marcado por el cambio climático. Para Pablo Romanazzi, profesor de Hidrología de la Universidad Nacional de La Plata, el fenómeno se explica desde la “multicausalidad”. Pero sostiene que el más importante ha sido la precipitación: “No hay ninguna ciudad del planeta que aún teniendo esos pluviales bien desarrollados pueda contener semejante cantidad de agua”, analizó en declaraciones al medio digital Chequeado.
El cambio climático como trasfondo

La gente rema en kayaks en calles inundadas de la ciudad de Bahía Blanca
Según los datos recopilados por Zapperi, las inundaciones han sido un problema recurrente en Bahía Blanca desde principios del siglo XX. Pero el cambio climático, acelerado en los últimos años por el récord de casi todos los indicadores (temperatura del aire, de los océanos, concentración de vapor en la atmósfera, niveles de CO2, deshielo de los polos, etc.), está aumentando la frecuencia e intensidad de las precipitaciones extremas.
La ciudad sufrió otro trágico temporal en diciembre de 2023, con 13 personas muertas y enormes daños materiales por ráfagas de viento de 140 kilómetros por hora. Según el Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC), se trata de un punto geográfico (que incluye al sudeste de América del Sur) proclive a la formación de eventos meteorológicos extremos.
Hace un año, la ciudad de Corrientes, ubicada en este núcleo de vulnerabilidad, sufrió “la peor catástrofe natural” de su historia por las inundaciones que dejó otra precipitación extrema, con 300 milímetros de lluvia caídos en pocas horas. “Es como descargar un tanque de 500 litros en la pila de una cocina de una vez, claramente va a colapsar”, explicó el Ayuntamiento ante el enfado social por la magnitud de los destrozos.
Enrique Viale, fundador de la Asociación de Abogados Ambientalistas de Argentina, especialista en Política y Legislación Ambiental, lleva desde hace años advirtiendo de la vulnerabilidad del país a los efectos del cambio climático, una preocupación con poco eco social que el Gobierno de Milei ha quitado de la agenda pública al considerarlo “una farsa”.
Las autoridades parecen estar a la espera de que “el tiempo se normalice”. Pero ya no hay nada normal. Eso que llamábamos “normalidad” ya no existe
“Estas catástrofes ocurren frente a la creciente naturalización de los fenómenos climáticos por parte de las autoridades, quienes parecen estar a la espera de que “el tiempo se normalice”. Pero ya no hay nada normal. Eso que llamábamos “normalidad” ya no existe”, escribió en un artículo de opinión titulado “La era de los colapsos localizados necesita más Estado, no menos”.
Para Guillermo Folguera, biólogo ambientalista, investigador de Conicet y profesor de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA), lo que ocurrió en Bahía Blanca responde a “factores globales, regionales y locales”. La primera variable se relaciona con una crisis climática que está cambiando los regímenes de lluvia. La segunda está ligada a la matriz económica del país, al extractivismo de recursos para la exportación.
“Toda la zona central de Argentina arrastra procesos vinculados al agronegocio de deforestación y monocultivos que generaron la impermeabilización de los suelos y su capacidad para retener agua”, explicó. Por último aparecen los factores locales, la mala planificación urbanística del territorio. “Estos tres factores juntos son dinamita”.