Los crecientes riesgos asociados al calentamiento y su elevada vulnerabilidad hacen que la región del Mediterráneo sea catalogada como especialmente sensible a la crisis climática. Sus temperaturas son 1,5ºC superiores al del nivel preindustrial y desde los años ochenta rebasan la media planetaria. Y se prevé una reducción de precipitaciones de un 12% si el calentamiento alcanza los 3ºC.
Las aguas superficiales se han calentado entre 0,29ºC y 0,44ºC por década en 40 años y su ascenso acelerado (fruto de los deshielos) alcanza ya los 3,3 mm al año, por lo que pueden llegar a un metro a finales de siglo en el peor escenario, e intensificar la erosión costera.
Los impactos del clima extremo en esta región conforman un amplio capítulo en el sexto informe sobre el cambio climático del grupo de expertos de la ONU (IPCC, 2022).
Sus ecosistemas marinos están sufriendo ya cambios estructurales, incluida la expansión de especies tropicales desde el mar Rojo, y la acidificación del mar (reacción de las aguas al absorber el CO2 de la atmósfera) amenaza las praderas de plantas submarinas y organismos calcáreos.
En el mar abierto la abundancia de algunos peces de pequeño y mediano tamaño se reducirán hasta un tercio a finales de siglo y las altas temperaturas continuarán minando el metabolismo de algunas especies de coral, dice el informe.
Y también se considera probable que las olas de calor marinas continúen, con lo que se incrementarán los episodios de mortalidad masiva de especies de los fondos marinos, como corales, esponjas, bivalvos y otros seres inmóviles anclados en el suelo marino. El temor es “un abrupto colapso de especies propias del Mediterráneo”.
El problema aquí es que la crisis climática interactúa con otros factores, como la contaminación por plásticos y vertidos de fertilizantes residuales procedentes de las industrias agraria y ganadera, que eutrofizan y asfixian la vida acuática, como se ha visto en el mar Menor.
Y todo ello en un marco que requiere estrategias para la buena gestión del agua, pues los caudales de los ríos que fluyen en las cuencas son menguantes y las reservas subterráneas están en gran parte sobreexplotadas.
Por tanto, los retos de la adaptación van a ser enormes. Basta decir que están en juego las pesquerías, que alcanzaron un valor de 3.400 millones de dólares en el 2017, o el destino de la industria turística, vulnerable al cambio climático.
Pero, a la vez, habrá que afrontar la defensa de la costa y sus zonas bajas. Un ejemplo: en el delta del Nilo entre 1.500 y 2.600 km2de tierras y 6,3 millones de personas estarán expuestas a inundaciones a finales de siglo, con una subida del mar de 0,75 metros y un hundimiento adicional (subsidencia) del delta de 0,25 m.
Las respuestas necesarias son políticas y acuerdos con criterios de prosperidad racional para proteger un mar que une tres continentes y siglos de civilizaciones. De 49 sitios del Patrimonio Mundial de la Unesco en áreas costeras bajas, 37 están en riesgo de una inundación en 100 años y 42 de ellos sufren la erosión costera actualmente. Salvar la identidad de sus riberas también es un imperativo moral.