Reconocimiento global
Música
Contra casi todo pronóstico, y dado que no existe la categoría de Música, el premio Nobel que la Academia Sueca ha concedido a Bob Dylan va mucho más allá del ámbito de la literatura. Se trata, y hay que verlo así, de un reconocimiento a una contribución artística y cultural que no conoce tiempos ni fronteras, geográficas ni genéricas. Y también cívico, siempre de la mano primera del rock, un género denostado como pocos por los valedores de la esencia allá a mediados del siglo pasado uy que acabó dándole una dimensión universal a su escritura
El Nobel de Literatura concedido al bardo estadounidense es un acto también de valentía ante las miradas reduccionistas y puristas de aquellas voces que se erigen en faro de valoración y análisis, de lo que es literatura o no. Y desde esta perspectiva y conociendo uno de los rasgos principales del autor de letras tan inmortales (además de sus músicas respectivas) como Desolation Row, Hurricane, Visions of Johanna, Like a rolling stone o Blowin’ in the wind, es decir, el de la ironía, la decisión de los otorgadores del premio no puede ser más acertada.
Porque mucho más allá de los límites de la llamada alta literatura –concepto evidentemente desfasado por el paso de tiempo, gustos y baremos valorativos–, la obra de Robert Zimmermann tiene todos los elementos para ser acreedor de este reconocimiento como de ninguno.El objetivo de su música, su escritura, de su poesía y sobre todo de su actitud ha trascendido espacios y límites, y aunque algunos aspectos de precisamente esa actitud –aquellos llamativos posicionamientos de fe creyente– no dejaron de crear su polémica, su obra se ha caracterizado por huir de los espacios de confort, de lo previsible, manteniendo un listón de autoexigencia no siempre entendido ni siquiera por sus propios incondicionales.
Mantener además la antorcha encendida de una suerte de inconformismo y, por lo tanto, de motivador de curiosidad, no es algo muy habitual en estos términos de calidad, tampoco no siempre percibida. En cualquier caso, medio siglo de fidelidad a una manera de hacer y entender el arte, desde una concepción estilística global y de vocación universal , es motivo más que suficiente para asegurar que los equivocados son los que ahora mismo se están riendo de la decisión de los académicos suecos.