Las pasadas generaciones estaban deseando soplar las 18 velas de cumpleaños para disfrutar, entre otras ventajas de la mayoría de edad, del carné de conducir. No solo era un permiso para la movilidad al volante, sino un sinónimo de madurez, independencia y libertad.
Sin embargo, los jóvenes ya no lo ven del mismo modo y la popularidad del carné de conducir ha caído en picado. Según datos de la Dirección General de Tráfico, 325.114 jóvenes de 18 a 20 años y 146.701 de entre 21 y 24 (471.815 en total) obtuvieron su licencia en el año 2007, mientras que en 2020 sendas franjas descendieron respectivamente a 200.592 y 71.621 (272.213).
A estas cifras hay que añadir las extraídas de un estudio elaborado por la plataforma de movilidad compartida Uber en 2021: el porcentaje de carnés en la generación Z (nacidos a partir de 1995) es del 58 %, mientras que para los millenials (nacidos entre 1985 y 1995) el porcentaje es del 74 %, del 78 % para la Generación X (de 1965 a 1985) y del 81 % para los baby boomers (nacidos entre 1946 y 1964).
Por qué los jóvenes ya no se sacan el carné de conducir
Aunque el factor económico es una causa de mucho peso para este detrimento en la expedición de nuevas licencias entre los jóvenes, no es el único motivo. Según la citada encuesta de Uber, seis de cada diez personas que carecen del carnet de conducir –el 69% en el caso de los millennials– justifican que no quieren sacárselo porque disponen de otras alternativas para desplazarse por su ciudad: transporte público, taxis, vehículos de transporte con conductor (VTC) y otras opciones de micromovilidad, como las bicicletas y los patinetes eléctricos.
Además, la amaxofobia –el miedo a conducir– fue alegada por un 36,5 % de los encuestados, el elevado coste de compra y mantenimiento del coche corresponde a un 25 %, así como el precio del propio carné (un 22 %), que ya conduce otra persona (20 %) y la falta de tiempo (15 %).
Volviendo al precio, la crisis económica, la recesión e inflación, la precariedad laboral y la alta tasa de desempleo forman un cóctel que disuade a los jóvenes de sacarse el permiso de conducción. Al desembolso de las clases teóricas y prácticas más los exámenes (que se va incrementando si no apruebas a la primera), se suma el coste de comprarse un vehículo, el seguro, el impuesto de circulación y el precio del combustible.
Asimismo, supone un ahorro de tiempo, no solo aquel que inviertes en sacarte el carné, sino que una vez que lo tienes los atascos y buscar aparcamiento son ecuaciones que se despejan al utilizar otros métodos de movilidad más cómodos en este sentido. Por otro lado, la mayor concienciación por el cuidado del medio ambiente también tiene mucho que ver, pues las emisiones de los coches no ayudan en la lucha contra el cambio climático.
Finalmente, hay que señalar el detrimento de la población joven en el medio rural a favor de las grandes ciudades. En ellas, todo está pensado para favorecer otros métodos de movilidad. Mayor oferta de transporte público, taxis, VTC, carriles bici… Por no olvidar las zonas de bajas emisiones y restricciones al vehículo privado.
En conclusión, no es de extrañar que las generaciones venideras prefieran beneficiarse de los económicos bonos de transporte público, pedalear en sus bicicletas –así además hacen ejercicio– o sumarse al boom de los patinetes eléctricos.