El coleccionista de azules

Serendipias

El coleccionista de azules

Estos días de invierno, el mundo parece anhelar sus azules: los cielos están encapotados, el cambio climático se traducirá en el color anaranjado de la calima y el mar tiene esa tonalidad dorada, casi melancólica, que incita a los runners y parejas a pedir deseos que quizás se manifiesten en los meses de verano. El azul parece reducido al Blue Monday, o lunes más triste del año, y yo abro mi archivo, mi mente, todos los colores guardados en una caja de postales.

Al viajar, coleccionamos ítems de todo tipo: algunos traen coloridos lienzos de Brasil enroscados con una cuerda al hombro, otros compran remos hawaianos, o billetes y monedas, llaveros, imanes o esas terribles camisetas del tipo “Yo estuve en Playa del Carmen”. En mi caso, me gusta coleccionar azules, una larga historia de amor, un hechizo del que entro y salgo, especialmente cuando viajo.

Abrí puertas azules en Peñíscola, Liguria o Chauen

Nunca llegué a comprar lapislázuli de Afganistán, el azul más caro del mundo; pero sí abrí puertas azules en Peñíscola, Liguria o Agost. Este icono mediterráneo nació, paradójicamente, del azul loulaki, el pigmento más barato utilizado por los pescadores griegos a la hora de pintar las chapas de sus barcos.

He grabado todos los tipos de azul que encontré en Chauen, en lo alto de las montañas del Rif, donde este color te guía entre callejuelas de gatos errantes y alguien te invita a entrar. Hay confianza en el azul: lo descubrí cuando visité la casa de Pandithurai un día de Diwali, en el azul de las rayas de los toldos de San Sebastián o esa tienda de plátanos en el corazón de La Habana Vieja.

Creo que cuando cierre los ojos por última vez, en el futuro, el último color que brillará será el azul, el de tus ojos, el azul vibrante de los chiringuitos de pescado repartidos por todo el mundo, como si fueran lametones del universo. Azul Krishna, hay algo en el azul que otorga liberación, como el ave tropical que brotó de aquí dentro en Yucatán, el majorelle de ese jardín que compró Yves Saint Laurent en Marrakech, o el de esa playa en Almería donde la luna se baña por la noche cuando nadie mira.

La intensidad del cielohace aflorar sentimientos

La intensidad del cielo hace aflorar sentimientos

Alberto Piernas

Procuro no mirar al pasado, pero lleno los huecos con el azul del mar entre las callejuelas de Altea, el del sari colgado entre las palmeras, maceteros de Córdoba o la libélula explorando los nenúfares en Malarikkal. El color del cielo de mi pueblo aquel día tras salir del confinamiento, en que mi padre me miró extrañado mientras olía una hoja de higuera. Tantas tonalidades en Varadero, la cúpula de una iglesia en Chipre, la casa de Frida Kahlo, los banderines de color picado.

Contamos los días, la luz se dilata, el mar escucha los deseos mientras contemplo estas postales, mercromina para las heridas. Creo que estoy hecho de todos esos azules, y entra la brisa, como en aquel pueblo de tantas puertas abiertas. Quizás Goethe tenía razón cuando dijo aquello de “nos encanta contemplar el azul, no porque avanza hacia nosotros, sino porque nos lleva detrás de él.”

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