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Palacios flotantes: de transatlánticos míticos a hoteles de lujo

Barcos históricos

Antes de los cruceros, estos grandes y elegantes barcos fueron protagonistas de la primera mitad del siglo XX. Algunos de ellos reviven hoy como alojamientos turísticos de increíble encanto

Los apasionados de la realeza británica pueden alojarse en el 'Fingal', anclado en el barrio de Leith, en Edimburgo

Fingal Hotel

En una hipotética selección de las creaciones humanas más significativas del siglo XX, entraría por derecho el gran barco de pasajeros. Es el objeto autopropulsado más grande jamás realizado por el ser humano. Como escribió Julio Verne en 1870 a la vista del Great Eastern, es una "ciudad flotante". Concebido en el siglo XIX, de la mano de la revolución industrial y el desarrollo de las máquinas de vapor, el transatlántico cumplió su parábola histórica principalmente en el siglo pasado, convirtiéndose en uno de sus símbolos.

El período entre las dos guerras mundiales se considera la edad de oro de las unidades de línea. La ruta más famosa, cruzada por los barcos más prestigiosos en tamaño, lujo y velocidad, era la que unía los principales puertos europeos con Nueva York, pero el adjetivo transatlántico pronto se convirtió en el genérico que designa estas maravillas flotantes, independientemente de su ruta.

El 'Great Eastern' en 1870

Getty Images

Desde que el ingeniero inglés Isambard Kingdom Brunel tuvo la idea de utilizar hierro en lugar de madera para aumentar el tamaño de los barcos, construyendo el Great Eastern en 1859, comenzó la carrera por fabricar navíos cada vez más grandes y rápidos. La Banda Azul (en inglés, Blue Riband), el premio a la travesía transatlántica más rápida, venía disputado cada año por empresas internacionales como Cunard, P&O o Générale Transatlantique. El SS United States, botado en 1952, todavía ostenta el récord de velocidad.

Hubo alrededor de seis mil grandes transatlánticos intercontinentales que sirvieron en todo el mundo entre 1918 y 1940. Recorrer su historia significa sumergirse en el glamour de la belle époque, pasando por la edad del jazz hasta la posguerra y el boom económico occidental. Una época en la que para cruzar el océano no se podía subir a un avión, y las semanas de navegación en barco eran una solución de slow tourism obligatoria.

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Entre los siglos XIX y XX, las travesías oceánicas fueron sobre todo la promesa de un futuro mejor para millones de ciudadanos europeos en viaje hacia el continente americano. Para la tercera clase el billete equivalía a tres meses de salario de un jornalero, y significaba vivir, durante semanas, en pésimas condiciones higiénicas y sanitarias.

Una vez desembarcados en Ellis Island, frente a Nueva York, los emigrantes, además de diversos exámenes clínicos, tenían que sostener pruebas cognitivas y de inteligencia. La isla, cerrada en 1954, ha acogido a más de 12 millones de personas y hoy alberga el Ellis Island Immigration Museum.

El Fingal, ahora un hotel de lujo, está anclado en el barrio de Leith, en Edimburgo

Jeremy Rata

En los años veinte, a raíz de las políticas más restrictivas de EE.UU. y gracias a la mejora de la clase media, los pasajeros pasaron a ser sobre todo los de primera y segunda clase, en viajes de negocios o turísticos. El espacio liberado por los emigrantes fue ocupado por camarotes, salones de baile, piscinas, tiendas.

Aquellos que podían permitírselo se llevaban a bordo a sirvientas y mayordomos, animales y coches. El dimisionario rey británico Eduardo VIII se embarcó con su esposa Wallis Simpson en el SS United States con un centenar de maletas. Los buques más grandes, como el británico Queen Mary, contaban con capillas católicas y protestantes, o sinagogas, según fuera necesario.

Aquellos que podían permitírselo se llevaban a bordo a sirvientas y mayordomos, animales y coches

Los servicios a bordo se enriquecieron, con vajillas, cerámicas, objetos de diseño de artistas contemporáneos y una atención a la gastronomía completamente nueva para la época. Las travesías eran también una oportunidad para lucir elegancia: damas y caballeros hacían su entrada en las zonas reservadas para los pasajeros más adinerados desde una escalera llamada grande descente, en la que exhibían sus prendas de sastrería y alta costura.

En aquellos años, para el beau monde, hacer al menos un viaje transoceánico en la vida se convirtió en una obligación. Para la ocasión había que procurarse un vestuario especial, la llamada cruise collection (colección crucero), lanzada por los estilistas en los años treinta y cuarenta. Pero la elegancia no se limitaba al guardarropa: los interiores de los buques eran verdaderas obras de arte que combinaban la funcionalidad con una espectacular belleza y opulencia.

Una de las cómodas habitaciones de Queen Elisabeth 2

En el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, los transatlánticos se detuvieron o se convirtieron en el objetivo de las batallas submarinas. Muchos fueron hundidos, mientras que otros se utilizaron para el transporte de tropas y vehículos militares. El Queen Mary se convirtió en uno de los centros de mando itinerantes de Winston Churchill, mientras que el italiano Rex, entre 1932 y 1940, transportó a Estados Unidos entre 30.000 y 50.000 judíos que huían de las persecuciones.

La época dorada de los transatlánticos terminó definitivamente en la década de los sesenta, cuando los aviones se consolidaron como medio de transporte de masas. Los grandes barcos tuvieron que transformarse para sobrevivir, renunciando a su vocación de velocidad y lujo para ofrecer unas vacaciones sin estrés y para todos los bolsillos. El casco asumió la estructura de balsa de los grandes cruceros actuales, renunciando para siempre a la rapidez en favor de una mayor capacidad. Y perdiendo también gran parte de la elegancia y el glamour.

La época dorada de los transatlánticos terminó cuando los aviones se consolidaron como medio de transporte de masas

Los transatlánticos que no fueron alcanzados por misiles durante las guerras, como el Lusitania en 1915, o que no se hundieron por accidente como el Titanic, en 1912, o el Príncipe de Asturias, en 1916, se retiraron en los muelles de ambos lados del océano. Muchos fueron abandonados a la violencia del tiempo. Algunos se reestructuraron y han retomado el mar como cruceros, como el Stockholm, que, en 1956, embistió y hundió el orgullo de la armada italiana, el Andrea Doria, en lo que fue el naufragio simbólico de toda una era.

Alojarse en un transatlántico histórico

Algunos buques históricos se convirtieron en hoteles de indiscutible encanto. Es el caso del Queen Mary, el único gran transatlántico de los años treinta que aún se conserva. Durante muchos años fue el barco más grande del mundo y, además de por su elegancia art déco, es conocido por las leyendas sobre los fantasmas que albergaría. Desde 1967 es un museo, plató de cine, restaurante y hotel de lujo amarrado en el puerto californiano de Long Beach. En 2020 cerró por la pandemia y se deterioró tanto que estuvo en peligro de hundirse. Afortunadamente debería reabrir a finales de este 2022.

El Queen Mary es el único gran transatlántico de los años treinta que aún se conserva

Carla Francisco- Unsplahs

Presentado al mundo por la propia reina Isabel en 1967, el Queen Elizabeth II en 2008 fue vendido al fondo de inversión Dubái Istihmar por 75 millones de euros, tras cuarenta años de servicio y el récord de distancia recorrida. Amarrado en el puerto del emirato, el barco se estaba pudriendo por el calor y la humedad del lugar. Tras una larga operación de restauración, recientemente ha sido transformado en un lujoso hotel y museo.

El SS Rotterdam, atracado en el puerto de la ciudad holandesa de Katendrecht, no lejos de Amsterdam, fue el buque insignia de la flota de Holland America Line. Hoy cuenta con más de 250 habitaciones que recuerdan el mobiliario de los años cincuenta, con diferentes formas y diseños.

El SS Rotterdam es un hotel de lujo atracado en el puerto de la ciudad holandesa de Katendrecht

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Los apasionados de la realeza británica pueden alojarse en el Fingal, en el barrio de Leith, en Edimburgo. Inaugurado en 1963, el barco sirvió a los fareros como transporte a la parte más remota de Escocia. No es propiamente un transatlántico pero ofrece las mismas atmósferas. En 2019 fue restaurado y transformado en un hotel de lujo, atracado a pocos pasos del famoso yate Britannia de la Reina Isabel II, que ahora es un museo. El hotel garantiza una experiencia regia en la que no podía faltar un salón de baile con amplias escaleras y una claraboya para observar las estrellas.

Finalmente, para aquellos que no se conforman con ver estas maravillas amarradas en puerto, el Queen Mary 2, propiedad de Cunard Line, es el último verdadero transatlántico que sigue surcando los océanos. Puede hacer la travesía Southampton-Nueva York en tan solo siete días, y es posible reservar un camarote a un precio de 1.728 euros por persona.

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