Mi abuelo Franz

Nadar de espalda

Mi abuelo Franz

Un día, mi abuelo me explicó que nuestro perro se había ido a Hollywood a perseguir una carrera actoral: lo habían contratado unos estudios de cine canino y eso era lo mejor para su futuro. Recuerdo considerarlo y dejar de llorar. Hace alarmantemente poco tiempo que me deshice de esa fantasía, que él plantó en mí después de que a Lucas, una noche, lo atropellara un coche. Varias historias sobre el futuro brillante de sus animales poblaron mi imaginación infantil: una historia por cada muerte, pérdida o enfermedad.

Entre sus invenciones, la más chocante no trataba sobre ningún animal, sino sobre sí mismo. Mi abuelo tenía solo cuatro dedos en la mano derecha. De niña, me dijo que se extirpó él mismo el dedo en alta mar (mi abuelo era pescador). Si no se lo amputaba en el acto, me explicaba, se le iba engangrenar por culpa de un anzuelo oxidado. La gangrena le subiría por el brazo. Tuvo que sajarlo contra reloj. Lo que había sucedido era, por supuesto, menos épico pero igual de brutal: antes de convertirse en el hombre que se ganaría la vida en el mar, de adolescente tuvo un accidente en el aserradero donde trabajaba.

La realidad y la fantasía pueden ser dos extremos de una misma vida,

La realidad y la fantasía pueden ser dos extremos de una misma vida

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La sensibilidad de los seres anónimos y fantasiosos como mi abuelo no suele registrarse en ningún lugar. Pero hay una conocidísima anécdota sobre Franz Kafka que ilustra su vida. Cuentan que un día Kafka se topó con una niña desconsolada que había perdido a su muñeca y, durante meses, se dedicó a enviarle cartas a la niña: le escribía, como si fuese la muñeca, sobre sus viajes y aventuras por el mundo. La niña acabó aceptando el destino maravilloso de su amiga, como forma de despedida menos atroz que la pérdida repentina.

La realidad y la fantasía pueden ser dos extremos de una misma vida, como lo inocente y lo brutal. El ensueño —la invención— nace de las circunstancias más adversas. A veces, cuando el cosmos te sitúa en el escalafón más bajo, la mente se eleva, el mundo interior se ilumina y triunfa en forma de relato, cuando el exterior cree haber ganado en su hostilidad.

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