Él dice que nació a los 21 años porque fue cuando conoció a su maestro espiritual en Darjeeling (India). El hombre que cambiaría el rumbo de su vida. Para entonces Matthieu Ricard era un joven estudiante que iniciaba una brillantísima carrera científica, a la que parecía destinado.
Trabajaba con los mejores. Amaba la naturaleza, la música clásica y la biología molecular. Y era hijo del filósofo Jean-François Revel, miembro de la Academia Francesa, y la pintora Yahne Le Toumelin, lo que le permitía formar parte de cierta elite cultural francesa.
Metamorfosis
A los 26 años abandonó su futuro en la biología molecular para trasladarse a una pequeña cabaña en el Himalaya
Pero a los 26 años abandonó todo ese futuro prometedor para trasladarse a una pequeña cabaña en el Himalaya. No todos entendieron la decisión, claro. Pero él siguió las huellas de los grandes budistas tibetanos y hasta recibir enseñanzas del mismo dalái lama. En tres décadas su destino cambió por completo, sus viajes a Bután, India, Nepal, le enriquecieron y hoy Matthieu Ricard, este occidental conocido como “el hombre más feliz del mundo”, es uno de los principales protectores del patrimonio espiritual tibetano.
Esa leyenda, la del hombre más feliz del mundo, la lleva a cuestas desde que participó en un estudio de la Universidad de Wisconsin. Los investigadores colocaron 256 electrodos en los cráneos de los voluntarios. Matthieu Ricard logró el más alto nivel de actividad en la corteza cerebral prefrontal: la que registra las emociones positivas. Y aunque él lo toma a broma, parece que se salió de la escala. Jamás se había registrado ese nivel de “felicidad” en otro ser humano.
De sus trabajos fotográficos dijo Henri Cartier-Bresson que “la vida espiritual de Matthieu y su cámara son un único ente, siempre ha logrado que sus imágenes sean fugaces y eternas a la vez”. La publicación de Memorias de un monje budista (Arpa) sella su intensa trayectoria vital que ya había apuntado en En defensa de la felicidad, best seller en Francia. Nos atiende camino de su hogar actual, el monasterio Shechen Tennyi Dargyeling, en Nepal, casi en el techo del mundo.
¿Quién sería hoy Matthieu Ricard (Aix-les-Bains, 1946) de no haberse cruzado el budismo en su vida?
Lo más probable es que hubiera completado una carrera en genética molecular, realizado un posdoctorado en EE.UU. y regresado al Instituto Pasteur. ¿Pero… quién sabe?
De haber seguido en su exitosa carrera científica, ¿qué le hubiera gustado descubrir?
Ahora, cuando veo descubrimientos recientes, siento que me hubiera gustado trabajar en el campo de la epigenética. Es la forma en que nuestro entorno y nuestros propios esfuerzos pueden cambiar la expresión de algunos de nuestros genes, a través del entrenamiento mental. Dentro de ciertos límites, por supuesto, es algo muy interesante.
La espiritualidad se trabaja. ¿Cómo lograr ‘deshacerse’ del ego tan propio de nuestra sociedad contemporánea?
Practicando. Sea más altruista, más compasivo, menos individualista y tenga una mente amplia y abierta.
Sea más altruista, más compasivo, menos individualista y tenga una mente amplia y abierta”
Usted considera que nació el 12 de junio de 1967, a los 21 años. El día que conoció a su primer maestro espiritual. Desde entonces, ¿jamás ha tenido una crisis de fe, una crisis en sus creencias?
Uno puede tener una crisis de fe si cree en algo de lo que no puede estar totalmente seguro, por ejemplo la existencia de Dios. Eso mismo requiere un acto de fe. Pero ¿cómo se puede dudar de que el odio, el orgullo, los celos, la obsesión y la ignorancia conducen al sufrimiento? ¿Que la bondad amorosa, la paz interior, la libertad interior y la resiliencia conducen a la realización? Todo lo que necesitamos es hacer esfuerzos constantes para cultivarlos, y cada paso es una alegría en forma de esfuerzo.
En Occidente han proliferado los negocios que utilizan como gancho impartir enseñanzas budistas, técnicas de yoga, meditación, etcétera, con objetivos económicos. Lo mezclan todo. ¿Cómo acabar con el intrusismo?
Si uno está inclinado a seguir un camino espiritual, lo primero, lo esencial es encontrar un maestro cualificado, tarea nada fácil ahora en Occidente. Y evitar por todos los medios a los impostores. Yo le diría: examine las cualidades de un maestro durante muchos años antes de comprometerse a seguir sus enseñanzas.
¿Echaba en falta alguna cosa de su anterior vida al instalarse en una cabaña? ¿O en esa ermita de madera en la que vivió de 1972 a 1979? Dos metros y medio por tres metros…
Era pequeña por fuera pero inmensa en mi corazón. Sentía una alegría constante porque podía vivir cerca de mi amado maestro Kangyur Rinpoche y practicar sus enseñanzas sin ninguna otra preocupación.
¿Quién es la persona a la que más ha amado?
Sin duda mis dos principales maestros: Kangyur Rinpoche y Dilgo Khyentse Rinpoche. Me siento afortunado en todo momento por la amabilidad que me mostraron. Le dieron un sentido pleno a mi vida.
¿La política sirve para algo?
Bueno, la obligación del político se supone que es servir a la ciudadanía. Entonces solo sirve así: si el único objetivo de alguien es servir genuinamente a la gente con todas sus habilidades, perspicacia y cuidado. Eso lo convierte en un político bueno y útil.
De joven alguien le advirtió que no tomara ninguna decisión importante hasta cumplir 30 años. Y predijo que usted viviría entre 70 y 80 años. Ahora tiene 76. ¿Cómo encara el resto de su vida?
Veamos. ¡Espero obtener un pequeño bono! Mi único objetivo ahora es servir a mi anciana madre, que tiene 100 años, centrarme más en mi práctica espiritual y llevar a cabo proyectos de traducción de maravillosos textos tibetanos en francés e inglés. Cualquier momento que me den a partir de ahora es un regalo maravilloso.
¿Hay que temer a la muerte o abrazarla? ¿Cómo podemos quitarnos “el miedo al miedo”?
La mente debe estar libre de esos miedos, tan lúcida como sea posible, sin remordimientos, descansando en la simplicidad primordial de la mente, unida a la sabia mente de Buda. Esa es la mejor manera de morir. Yo espero poder hacerlo.
De la India a Tíbet, de Bután a Nepal, ha conocido a muchas personas, algunas famosas, otras anónimas. ¿Cuál le ha impactado especialmente?
En primer lugar, mis dos principales maestros espirituales, así como Su Santidad el Dalai Lama. Aparte de ellos, tengo muchos amigos científicos maravillosos, como Richard Davidson. O grandes personas de luz como Desmond Tutu y Jane Goodall, quienes me inspiraron mucho cuando pasé tiempo con ellas. Y también algunos héroes anónimos de la compasión, que hacen un trabajo maravilloso por los demás, en silencio.
¿Según su criterio, qué le falta a la humanidad para que las cosas funcionen mejor?
Uno de los grandes retos del siglo XXI es lograr conciliar las exigencias a corto plazo: alimentar a nuestra familia, sobrevivir en un sistema económico de incesantes fluctuaciones, con las de medio plazo: la búsqueda de una vida plena y feliz.
¿Y a largo plazo?
El respeto del medio ambiente por el bien de las generaciones futuras. Hoy, el ritmo del cambio se está acelerando por la agitación ecológica causada por los humanos. Cuando los ciudadanos preocupados, los economistas, los políticos y los científicos ambientales confrontan sus aspiraciones y opiniones, a menudo solo logran un diálogo de sordos.
¿No se escuchan?
Para que puedan sentarse alrededor de una mesa y considerar juntos trabajar por un mundo mejor, necesitan un hilo común. Y el “altruismo” es el único concepto que vincula naturalmente estas tres escalas de tiempo –corto, medio y largo plazo– y armoniza sus requisitos. ¿Cuándo se darán cuenta de que el egoísmo nunca será suficiente?
Si los diversos agentes económicos y financieros tuvieran más consideración por el bienestar de los demás, optarían por un sistema solidario al servicio de la sociedad. Si los dirigentes políticos y otros actores sociales tuvieran más consideración por la calidad de vida de sus conciudadanos, asegurarían la mejora de sus condiciones de trabajo, vida familiar, más justicia social y muchos otros aspectos de sus vidas. Actuarían con más decisión para abordar la desigualdad, la discriminación y la precariedad. Y todos tendríamos que reconsiderar cómo tratamos a las especies animales y dejar de reducirlas a objetos de consumo bajo nuestra ciega dominación.
¿Nos hemos olvidado de nuestra responsabilidad hacia las generaciones futuras?
Si todos tuviéramos más consideración por las generaciones futuras, no sacrificaríamos ciegamente el planeta a nuestros intereses efímeros, dejando una Tierra contaminada y empobrecida para los que vendrán después de nosotros.
Entonces, ¿qué está en nuestras manos?
Para que las cosas cambien de verdad, debemos “atrevernos”. Así de sencillo: atrevernos a ser altruistas. ¡Atrévase a decir que el verdadero altruismo puede ser fomentado por cada uno de nosotros!, y que la evolución de las culturas puede favorecer su expansión. Atrévase a enseñarlo en las escuelas como una herramienta valiosa para ayudar a los niños a darse cuenta de su potencial natural para la benevolencia y la cooperación. Atrévase a afirmar que la economía no puede contentarse con la voz de la razón y del estricto interés individual. Que también debe escuchar la voz del cuidado, de la consideración de los demás. Atrévase a tomar en serio el futuro de las próximas generaciones, y cambie la forma en que explotamos hoy el planeta que será de ellos mañana.
Si los agentes económicos tuvieran más consideración por el bienestar de los demás, optarían por un sistema solidario al servicio de la sociedad”
¿Qué es lo último que ha leído y cuál ha sido la última vez que lloró?
Leo todos los días el texto tibetano de 800 páginas que estoy traduciendo ahora, El tesoro de la instrucción esencial de un maestro del siglo XIV, Gyalwa Longchenpa, con un comentario de mi maestro Dilgo Khyentse Rinpoche. ¡A menudo derramo lágrimas! De alegría cuando pienso en mis maestros, y de tristeza cuando pienso en el sufrimiento inconmensurable de muchas personas en todo el mundo, las hambrunas, los conflictos, las persecuciones...
¿Qué mantra podemos repetir que nos ayude a seguir luchando en la vida?
Más que un mantra le ofrezco una oración de aspiración: “Todo el tiempo que perdure el espacio/y mientras los seres sensibles permanezcan/que yo también permanezca/para disipar lo mísero del mundo”.