Seguro que el bebé que espera Carla Simón (Barcelona, 1986) viene con un pan bajo el brazo, pero, en su caso, llegará al mundo con gran parte del trabajo ya hecho. A sus 35 años, ya no tiene estanterías para tantos premios: el Goya novel, el Sant Jordi, el Feroz, el Gaudí, el Platino…
Todos los galardones por su ópera prima autobiográfica Estiu 1993, elegida por la Academia de Cine en la carrera de los Oscar, en la que mostró cómo, en ese verano, tuvo que recomponer su vida siendo muy niña, a causa de la muerte de sus padres y lidiar con el dolor y la pérdida con la ayuda de su nueva familia, encabezada por sus tíos.
Multipremiada
A sus 35 años, ya no tiene estanterías para tantos galardones: el Goya novel, el Sant Jordi, el Feroz, el Gaudí, el Platino…
Cinco años después ha fijado su vista de observadora “un poco espía”, para narrar el día a día de otra familia, obligada a cultivar por última vez las tierras arrendadas que trabajan desde hace décadas y que les obligan a abandonar, mientras ven descomponerse el tejido de sus vidas, siempre unidas a la tierra de Alcarrás, que da título a la película.
Protagonizada por actores no profesionales, que encarnan de forma entrañable a un abuelo triste y silencioso, a un padre de familia agobiado, a su paciente esposa -hasta que deja de serlo- , o a una joven entre la rebelión y la confusión, ha logrado el primer Oso de Oro del Festival de Berlín para una cineasta española. Simón, por muchas razones, es toda sonrisas.
¿Qué siente cuando comprueba que los demás comparten su sensibilidad y, además, la admiran?
Es muy buena pregunta. Pienso que es suerte, porque no siempre pasa esto y hay grandes cineastas que no consiguen llegar a mucha gente. Me siento muy afortunada, hago lo que quiero sin pensar en gustar a todo el mundo. A veces pienso que ciertas sensibilidades no tienen mucha cabida en esta sociedad, pero al hacer una película de este tipo, que conecta con públicos tan diversos, ves que todavía hay esperanza.
Le gustan las películas hechas de pedazos de vida. ¿Es cuestión de estilo?
Sí, aunque no es algo pensado, sino intuido o que simplemente me gusta. Me emocionan mucho las películas que siento que están contando eso: pequeños fragmentos de la historia de alguien que me remiten a la vida real. Es algo fresco y cotidiano, tengo afán por buscar eso y claro hay algo estilístico al escribir las escenas, que tienen un principio y un final. Escenas que parecen armadas tras haber observado cómo gestionan los demás sus afectos, un poco escondida, sin que me vean. Esto me viene de tener esa gran familia a la que miro con interés desde que tengo conciencia.
Y esquiva el sentimentalismo, aunque la situación rebose emociones…
Para mí es casi una cuestión filosófica sobre cómo abordarlas al hacer cine. Cuando veo series o películas que me empujan hacia lo que se supone que debo sentir me enfado. Tengo una obsesión muy grande con la sutileza que se manifiesta en la manera de contar las historias y conducir las emociones del espectador para no ir a buscar la lagrimita. En la escena final de Alcarrás, ocurrió algo muy fuerte mientras rodábamos: todos los actores terminaron llorando, aunque no estaba en el guión. Fue una experiencia tremenda al vivirla, pero, en la sala de montaje vimos que la película no lo necesitaba; que así se nos iba de las manos. Pero, claro, si te dan algo tan potente, tienes la tentación de usarlo porque sabes que va a conmover, aunque para mí era demasiado. Me gusta trabajar con un equilibrio muy medido y creo que la emoción aparece a menudo cuando no la buscas y es más real.
En su cine los niños son siempre un pilar que sujeta gran parte del argumento. ¿Qué significa la infancia para usted?
Me gustan mucho los niños y lo relaciono con haber tenido una infancia en la que me sentía vulnerable, puesto que mi madre falleció siendo muy pequeña. Hay algo en la psicología infantil que me despierta gran interés, veo lo compleja que es y las cosas que pueden entender los niños de las que los adultos no nos damos cuenta. Siempre he tratado con ellos. Desde adolescente trabajé como monitora en escuelas de verano y he terminado dirigiéndolos.
¿El cine sana?
Alivia, quizá. Pero pienso que si haces un filme para curar algo que llevas dentro que no está bien te va a resultar muy difícil hacer una buena ficción.Verano 1993 la tenía muy asumida porque si no, no habría podido contarla bien. Lo que sí ocurre es que, en mi caso, el cine y mi vida van muy de la mano. Cuando busco los gestos, las cosas que me inspiran, las conversaciones, siempre hay un referente en la vida real. En Alcarrás están mis tíos que cuidaban melocotones y yo he aprendido lo que no está escrito de su trabajo y de su forma de vivir y de lo que opinan ellos y sus compañeros sobre el campo, que yo no conocía.
No estoy en contra del progreso, pero para avanzar a veces nos cargamos cosas tal vez más importantes de lo que pensamos
Se trata de una forma de vida que no se valora ni económica, ni socialmente. ¿El progreso da pasos atrás?
La vida es así y tiene esas paradojas. Esta familia tiene que dejar sus tierras porque el propietario las reclama con todo el derecho, porque los une un contrato verbal de tiempos de la Guerra Civil, y que, encima, quiere poner placas solares. No es el malo de la película. Plantear esos dilemas morales en los que no hay blanco y negro, los más frecuentes en nuestras vidas, me interesa especialmente. En cualquier caso, no estoy en contra del progreso, pero para avanzar a veces nos cargamos cosas tal vez más importantes de lo que pensamos.
¿Comparte el amor por la tierra de sus familiares de Alcarràs?
Yo no crecí en Alcarràs, crecí en la Garrotxa, pero mis tíos están ahí, hemos estado en las vacaciones de verano, las Navidades... Yo estoy en Barcelona y a veces echo en falta esa conexión con la tierra. Lo que es importante hay que tenerlo siempre cerca.
Una pasión
El sueño de la vuelta al mundo
Carla Simón explica que su vocación de contadora de historias en imágenes no apareció en su infancia. Lo achaca a que apenas veía la tele; “alguna de Disney, de vez en cuando, pero poco más”. Entonces tenía claro que lo que más ilusión le hacía era viajar “y me veía como reportera de National Geographic o algo así”. Fue en el bachillerato cuando descubrió el cine de Haneke y tras el debate que se organizó en clase después de ver una de sus películas comprendió que el alcance del cine “va mucho más allá de lo que simplemente se ve en pantalla; que es un enorme generador de reflexiones. Formada en Barcelona y Londres, y con algunos interesantes cortometrajes en su haber, gracias al éxito en diferentes lugares del mundo de las dos películas que ha dirigido, al final, no para de viajar. “Dar la vuelta a la Tierra era mi sueño de adolescencia, y estoy en ello”.
Es la primera película en catalán con un premio de estas características…
No podía ser de otra forma. Las historias deben ser contadas en la lengua en que tengan sentido y, en este caso, es el catalán. Pero en Berlín o en el resto del mundo, la familia es la familia y todos los países tienen agricultura en crisis. Las personas más diversas pueden identificarse con lo que ocurre, lo local siempre puede ser universal.
Se ha hablado mucho de su victoria en Berlín por el hecho ser una directora. ¿Cómo lo valora?
Me da un poco de pudor. Al final, solo es un dato. Hemos tenido grandes directoras españolas a las que no les ha tocado, por la razón que sea. No estamos en paridad, porque no estamos dirigiendo la mitad de las historias, pero sí estamos en un camino que no tiene marcha atrás. Las mujeres han llegado para quedarse. Creo que va a ser un año increíble porque hay nuevos trabajos de directores muy interesantes con búsquedas muy distintas y proyección internacional, y habrá más premios y las mujeres estaremos en esa nueva generación de cineastas como parte esencial de la misma.
En la vida rural que retrata, persiste el patriarcado…
Totalmente. Aunque muestres lo que no te gusta, cuando haces un retrato las cosas son como son y por mucho que se hable ahora de mujeres feministas y empoderadas, hay lugares en el que estos temas van más despacio, aunque incluso ahí ya no hay marcha atrás al reconocer el rol de la mujer. Para nosotros era muy importante que la chavala más joven superara sus problemas y bailara el día de la fiesta y que tenga como modelo a su tía, casada con otra mujer. O que su madre se revuelva contra su padre en un momento dado, todo desde cierto optimismo, porque es así como yo lo veo.
Los jóvenes abandonan el campo, aunque a alguno le gustaría quedarse…
Se dice que los jóvenes no quieren dedicarse a eso, pero yo lo pongo en duda. El amor por la tierra se transmite como siempre, de generación en generación, pero la falta de relevo la provoca que esa forma de vida no sea sostenible y no permite vivir dignamente de ella. Lo que le haría más feliz a un agricultor es que su hijo herede la tierra, pero les dicen “estudia y vete, porque esto es duro y no da”. Es una contradicción muy bonita. Hay muchos más chavales de los que pensamos que no se quieren ir y que serían felices siendo agricultores.
Hay muchos más chavales de los que pensamos que no se quieren ir y que serían felices siendo agricultores”
Esa falta de expectativas es el germen de la España vaciada…
En esta parte aún vive mucha gente; aguantan como pueden. Empezaron a plantar su fruta a finales de los 70 o inicio de los 80. Entonces se vivía bien, pero desde hace unos años tienen que producir mucho para poder vivir. Es posible que sea la España vaciada del futuro, si no hacemos algo.
Hablaba antes de la Guerra Civil, de ese contrato verbal que sustenta parte del argumento. Siempre anda enredando en algo… Qué largo brazo…
Sí, depende del sitio y esta es una zona fronteriza entre Aragón y Catalunya donde hubo muchas batallas. Para mí es muy importante cómo está presente. Quedan pocos testigos, pero está en el paisaje: hay trincheras y búnkeres; hay rutas para verlos. Aún está en la dualidad de muchas de las historias. Es inevitable; nos sigue marcando.
Ahora va a ser mamá. ¿Cómo se afronta tal y como están las cosas?
Si te lo planteas mucho, creo que no tienes hijos. Empezando por el cambio climático, que a los niños les preocupa y lo hablan en la escuela. Soy optimista y cuando doy clase veo los valores de las nuevas generaciones, lo abiertos de mente que son en cuanto a respeto, género... Otra cosa es que tengamos que dar un meneo a ciertas cosas para que no sea todo tan políticamente correcto porque es un coñazo, pero sí pienso que avanzamos. El mundo está mal, pero creo en la educación firmemente como posible vía de arreglar muchas cosas.