Es imposible no apreciar la mano del artista César Manrique (Arrecife, 1919-Teguise, 1992) en cualquier rincón de Lanzarote. Muy evidente en los monumentos en que convirtió algunos de los tesoros naturales de la isla (los Jameos del Agua, el Jardín de Cactus, el Mirador del Río...), su huella lo ha impregnado todo. Hasta el pueblo más recóndito mantiene inmaculado, gracias a sus pobladores, el blanco de sus paredes, y pocos son los vecinos que no obedecen la norma de pintar de verde puertas y ventanas, en las zonas de interior, y de azul, en las costeras, que se adoptó a propuesta suya.
También en las rotondas de las carreteras se ha prescindido de esculturas de dudoso, por no decir pésimo, gusto habituales y se decoran con plantas autóctonas, especialmente cactus, pero también con olivos o palmeras. Excepto cuando albergan los famosos móviles, o juguetes del viento como solía denominarlos, obra del propio Manrique que hay en alguna de ellas; o su Monumento al Campesino, cerca de su fundación y donde el artista tuvo el fatídico accidente de tráfico en el que murió.
Hasta el pueblo más recóndito mantiene inmaculado el blanco de sus paredes, y pocos son los vecinos que no pintan las puertas de verde
El empeño de Manrique era preservar la isla de los estragos que podía causar el creciente turismo (dos millones y medio de visitantes al año para una población de 135.000 habitantes). Lo logró en buena medida, porque otro logro estético de Lanzarote es que no están permitidas las vallas publicitarias, ni en campaña electoral. Claro que hay zonas turísticas superexplotadas, como Playa del Carmen o Costa Teguise, pero en el interior son escasos, cuando no inexistentes, los edificios de varios pisos y las grandes urbanizaciones.
Cierto que sus grandes atractivos son las playas y lo que se denomina oficialmente Centros de Arte, Cultura y Turismo, dependientes del Cabildo Insular –son siete en concreto, que incluyen además de los citados las Montañas del Fuego, el Monumento al Campesino, la Cueva de los Verdes y el Castillo de San José, en Arrecife, que alberga el museo de arte moderno–. Pero la isla invita a salirse de los caminos marcados para adentrarse en zonas y pueblecitos que apenas tienen nada pero lo tienen todo.
En Haría, por citar uno, una tarde cualquiera no se tropieza con mucho más que un par de vecinos de edad avanzada que aún miran con curiosidad y saludan al visitante. El blanco de las paredes contrasta con el verde intenso de pequeños campos de tierra oscura salpicados de palmeras. Tampoco se ve mucha gente en Teguise, excepto en el mercadillo de los domingos, o en Mala. Pero uno y otro, o los viñedos de La Gería, o los campos que forman extraños dibujos geométricos de negro y verde, son un regalo para la vista.
En esas zonas de interior se respira paz y se aprecia también la lucha del hombre contra la naturaleza. Cada cepa de viña está protegida del insistente viento por un círculo de piedras oscuras de procedencia volcánica que también preserva la humedad que dejan las escasas lluvias en el suelo. Es recomendable un recorrido por sus bodegas para probar los curiosos vinos isleños. Y no olvidar la Lanzarote volcánica, incluso la que sale de los recorridos turísticos, que tiñe de negro el paisaje en torno al Timanfaya.
También son encantadores los pequeños pueblos de la costa e impresionantes las playas, sobre todo las menos turísticas. La de Famara es todo un paraíso para quienes quieran iniciarse en el surf, que puede practicarse en otras muchas zonas. Cautivadora la playa de El Golfo, con el lago de los Clicos.
Y para quienes quieran perderse de verdad es obligada la visita a La Graciosa, a pocos minutos en barco desde Orzola, al norte de Lanzarote. Se dice que es el único lugar de Europa que carece de carreteras asfaltadas. No son necesarias. Con sólo 29 km2 de superficie, tiene 660 habitantes censados, repartidos entre sus dos únicas poblaciones, La Caleta del Sebo y Casas de Pedro Barba. Es todo un placer recorrerla en bicicleta o dedicarse a explorar sus fondos marinos.
Exteriores e interiores
QUESOSMercado de Haría
Los quesos son uno de los grandes valores gastronómicos de Lanzarote y del resto de las islas Canarias. Principalmente elaborados con leche de cabra, se presentan con distintas formas de curado. Se dice que el terreno volcánico que cubre gran parte de la isla le da un regusto especial y único.
CUEVA DE LOS VERDESÁrea volcánica Malpaís de la Corona
Cueva de varios kilómetros de longitud que alcanza hasta el mar y que sólo se visita en parte. Un juego de luces diseñado por el artista lanzaroteño Jesús Soto destaca las rugosas paredes y crea zonas iluminadas y de sombras. Alberga una sorpresa que sólo se desvela a los visitantes en su interior.
jardín de cactus
Guatiza
Es una de las obras emblemáticas de César Manrique, un espacio diseñado para albergar cerca de 1.500 especies de cactus, una planta que se da bien en la isla por sus características climáticas. Construido en forma circular, con distintos niveles, pretende evocar el origen volcánico de la isla. El jardín es un lugar agradable donde queda satisfecho el interés de los entendidos y se despierta la curiosidad del profano.
MERCADILLO dominicalTeguise
Los domingos se multiplica la actividad en esta población interior, donde se hace uno de los mercadillos más grandes y concurridos de Lanzarote. Puestos de ropa y accesorios, de comida y productos típicos o de algodón de azúcar y helados se mezclan con bares que abren sus terrazas y con espontáneos que interpretan canciones tradicionales.
RESTAURANTE qué MUACCastillo de San José (Arrecife)
Un interior de maderas nobles y grandes ventanales, obra de César Manrique, acoge un restaurante recién renovado y con una carta basada en parte, pero no sólo, en la cocina autóctona. Originales los bocadillos de jamón ibérico ahumado o las papas arrugás conceptuales. Se encuentra en la sede del Museo Internacional de Arte Contemporáneo, con vistas al puerto comercial.