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El fotógrafo que hace poesía de lo cotidiano

Chema Madoz

Premio Nacional de Fotografía en el 2000, Chema Madoz es considerado uno de los creadores más talentosos de su ámbito. Madrileño, de 62 años, basta recorrer las dos exposiciones que revisan su obra en Madrid y Barcelona para entender por qué se le llama el poeta de lo inanimado.

Chema Madoz junto a una de sus obras (foto: Maira Villela)

Es fácil imaginar a este hombre de hablar pausado trabajando en su estudio al pie de la sierra de Guadarrama con piedras, lápices, cuerdas o relojes para crear la metáfora perfecta o la paradoja más intrigante y captarla después con su objetivo único: el cómplice de su particular mirada junto con la luz natural. A Chema Madoz (Madrid, 1958) le han apodado el poeta de lo inanimado, y quienes hayan recorrido la exposición retrospectiva La naturaleza de las cosas en el Real Jardín Botánico madrileño o sus últimas creaciones en la galería barcelonesa Joan Prats habrán comprobado por qué este creador, premio Nacional de Fotografía, es uno de los talentos más destacados y originales de su ámbito artístico.

“Siempre me ha fascinado el objeto cotidiano. Por su cercanía, por su capacidad de sugerir y de cargarse como una pila con las energías que le rodean”

¿Le cuesta ver fotografías de distintas épocas de su trayectoria colgadas en las paredes de lugares diferentes?

Me cuesta porque tengo la impresión de que han dejado de ser mías. Es una sensación un tanto extraña pero a la vez atractiva: de ser algo en lo que has trabajado y que has generado tú en el momento en que la expones deja de ser propia para ser de los demás. El espectador la hace suya y va a hacer su lectura desde su óptica personal, lo que abre posibilidades que ni tú habías considerado de una manera consciente.

¿Cómo se reconstruye lo cotidiano para que se convierta en algo artístico y, por lo tanto, único?

En los años veinte, con el surrealismo, los artistas iniciaron un acercamiento al objeto cotidiano. Cuando comencé a retratarlo mucho más tarde lo hice de una forma intuitiva. Fue en los ochenta, cuando el vínculo entre la fotografía y las otras disciplinas artísticas no era estrecho. Creo que esa fascinación me venía de serie; siempre me ha resultado atractivo por su cercanía, por su capacidad de sugerencia, de cargarse como si fuera una pila con las energías que les rodean; me interesa cómo va quedando en ellos el sello de las personas que los han utilizado. La curiosidad por descubrir qué es lo que los hacía tan misteriosos para mí ha sido una especie de motor.

Ver el mundo de un modo diferente a los demás parece complicado…

Sí que he tenido a veces la sensación de estar fuera de juego. Y además me resultaba muy difícil encajar dentro de las corrientes que se estaban desarrollando en diferentes momentos. Y ese estar al margen de los senderos por los que transitan las tendencias a veces ha sido una desventaja. Pero, por otro lado, es bueno que exista un sello que permite distinguir tu trabajo del que hacen los demás.

En aquellos años ochenta tan creativos estaba usted haciendo malabares para dedicarse a lo que le gustaba en realidad…

Supongo que, como a todos, me movía el deseo de comunicación, de llegar, de expresar, de contar cosas. En un principio, el medio era lo de menos, pero cuando encontré la fotografía supe que era ese. Me empecé a sentir muy cómodo, a entrever que hay un lenguaje ahí y que se abren muchas posibilidades a la hora de jugar con ello y establecer esa comunicación.

¿Se entiende bien con quienes no tienen esa necesidad?

En general yo diría que sí, pero no envidio su tranquilidad en esa área de la vida porque, en mi caso, es lo que le ha dado sentido. Se me hace difícil concebirla de otro modo. No me imagino trabajando en aquel empleo seguro en un banco que abandoné. Me gustaría pensar que habría salido de ahí de un modo u otro. Tener un trabajo tan alejado de mis intereses se convirtió en un acicate para buscar un medio que me permitiera transitar por la vida desde otra perspectiva.

“Me preocupa la poca importancia que se da a la cultura, por el poco interés de quien debería fomentarla y porque se prioriza la economía y la ideología”

¿Les interesa el arte a las redes sociales? Tiene usted casi 50.000 seguidores…

Yo no tengo una atracción especial hacia ellas. Evidentemente entiendo que en estos momentos hay que tener presencia, pero en el ámbito personal no las utilizo para conocer la actualidad; tengo alguna distancia con ese fenómeno. Hay una pulsión por utilizarlas como muestrarios de vidas aparentemente perfectas.

¡Cuántos fotógrafos hay de pronto…!

En el sentido profesional, cuanta más gente se sienta atraída por la fotografía como medio artístico de expresión, más probabilidades tenemos de que surjan miradas diferentes, pero el ejercicio de criba que hay que hacer es tremendo porque hay tal alud que a veces da pereza sumergirte ahí para intentar encontrar las cuatro cosas que merecen la pena. Más que descubrir autores a través de las redes, he dado con bastantes imágenes que me han parecido sugerentes y atractivas, interesantes o bien resueltas.

¿Para qué le sirve la cámara del móvil a un profesional?

En mi caso, es como una libreta de apuntes. Al final, todos cargamos con uno, y en esa medida lo utilizo para ir haciendo instantáneas que son como anotaciones de pequeños detalles que me llaman la atención; algo que quiero preservar en la memoria, para trabajar posteriormente con ello. Llevo muchos años sin salir con una cámara, que parece que todos entendemos que el fotógrafo siempre debe llevarla colgada. El móvil ha venido a sustituir esa cámara en mi caso y me viene muy bien teniendo en cuenta que todas las imágenes que realizo pasan por un proceso previo de manipulación, como de bricolaje, para crear esa especie de escultura que luego fotografío.

Viendo su obra debo preguntarle si es usted manitas.

Lo justo. Siempre he tenido la sensación de no tener una gran destreza, pero para mis trabajos unos simples conocimientos técnicos me permiten crear una factura plástica que de otro modo no hubiera conseguido, porque no dibujo y no pinto; no tengo mano para ello. Soy consciente de que en todas mis imágenes existe esa pequeña parte que tiene que ver con lo manual, pero en realidad son manipulaciones simples, sencillas, que tienen una eficacia en el momento y que pasan a través de la mirada fotográfica, y juegas con la escala, la iluminación, las texturas. Me permite llevarlo a un territorio en el que yo manejo toda la información que luego va a llegar al espectador.

“Igual que se aprende a leer, se puede estimular la mirada, el lenguaje visual; sirve para entender a los otros, fomenta la empatía”

¿Alguna vez consigue exactamente lo que quiere?

Cuando crees que has logrado llevar al papel eso que tenías en la cabeza es muy gratificante. Manteniendo las distancias; no es que tengas una gran sensación de éxito, pero sí de que te has acercado mucho. Es algo adictivo, que te obliga a intentar conseguirlo de nuevo. Y rápidamente te olvidas del trabajo que te produjo ese placer para buscar otro que mejore la sensación más aún.

Nunca fotografía a personas. ¿Se siente decepcionado con los humanos?

Dicho así... Pero vamos, tampoco sería difícil de entender. No, ahora en serio. Es una decisión estilística en realidad, que tiene más que ver con la manera en que intento comunicarme que con que haya establecido una distancia entre el resto de las personas y yo. Además, la figura humana aparece al lado de los objetos; son manos, torsos, sombras de partes del cuerpo…

¿Las personas son menos manipulables?

(Risas) Sin duda. Prefiero lo inanimado porque puedo abordar los elementos sin tener que depender de qué es lo que sucede con o a la persona que aparece en la imagen. No controlarla expresivamente me producía confusión cuando empecé, pero no fue algo meditado y mucho menos estaba en mi ánimo que se fuera a alargar tanto en el tiempo. Es resultado de un proceso completamente natural, pero alejado de la misantropía.

Si a los artistas se les presupone una percepción propia del entorno, ¿qué es lo que más le perturba cuando lo observa?

Me preocupa lo mismo que a cualquier otro ciudadano. Unos asuntos me afectan más y otros menos, como nos pasa a todos. En mí círculo sí hay una tensión que nos es más cercana y que tiene que ver con la falta de importancia que se le da al arte, a la literatura y a la cultura en general por muchas razones, por falta de interés por parte de quienes deberían fomentarlos y porque los temas económicos e ideológicos se han colocado en primer orden. La verdadera diferencia está en que el artista hace el ejercicio de poner de relieve esas sensaciones o preocupaciones del mundo en que está inmerso a través de un lenguaje. Lo que afecta o no es más o menos lo mismo. La forma de compartir lo que te hace sentir es lo que varía.

¿Está el mundo para mostrarlo en blanco y negro?

Nunca me lo había planteado así; quién sabe si eso podría estar en la raíz de esa elección estilística que hice hace tantos años. El mundo sigue ofreciéndome esa magnífica posibilidad de acercarme a él desde una óptica tan atractiva y tan ambigua. Me permite expresar las cosas desde la distancia; no tal y como son en la realidad. Tiene que ver con la creación; con la idea de que la realidad es la materia sobre la que incides, que pasa a ser una especie de masilla entre tus manos. Sigo apostando por él y sigo creyendo que es una opción magnífica para retratar realidad con una realidad irreal que jamás llegaremos a comprender.

“Hace veinte años fotografié un cubito de hielo que se derrite, envuelto en un lazo de regalo. Increíble, porque entonces no existía la actual conciencia de riesgo ecológico”

La famosa fotografía del cactus hecho con piedras parece una metáfora del cambio climático.

Y cuando se hizo no se hablaba de eso. Es una de las grandezas de la fotografía; que se lee de manera diferente según el momento que se esté viviendo. En el año 2000 fotografié un cubito de hielo que se está derritiendo envuelto en un lazo, como si fuera un regalo. Visto ahora resulta increíble, porque en aquella época, hace veinte años, algo empezábamos a oír, pero no teníamos esta conciencia de peligro en la estamos inmersos actualmente. Algunas imágenes poseen tal ambigüedad que cuando las realidades van cambiando se cargan ellas también de significados nuevos.

¿Le parece que tiene un buen trabajo?

Claro. Me gusta la idea de crear una imagen que pueda perdurar en el tiempo. En ese sentido, la exposición La naturaleza de las cosas me ha permitido tomar conciencia como autor de que imágenes de las que hice hace décadas tienen auténtica energía, son realmente diferentes y aguantan el tipo y la mirada del espectador. Eso ha sido gratificante. Y me he dado cuenta de que la sencillez con que trabajaba entonces les ha otorgado una perdurabilidad especial.

Hablaba de la mirada del espectador. ¿La prefiere reflexiva o cómplice? A veces sus fotografías hacen sonreír…

Lo ideal sería que reuniese todas esas características. Que el espectador sea reflexivo, que se replantee, que tome conciencia de que nuestro entorno es muchísimo más rico de lo que puede parecer a un primer golpe de vista y que pueda emocionarse. Incluso descubrir algún aspecto inédito. La complicidad siempre está bien, y es maravilloso que quien vea cualquier imagen intuya el proceso que tuvo lugar a la hora de crearse; quizá la intención. Que vea la verdad en ella.

¿Se puede aprender a mirar?

Yo mismo soy un aprendiz en ese sentido y cada día intento profundizar en ese ejercicio. Se puede y se debe estimular la mirada. Tengo ciertas dudas sobre mi capacidad para trasmitir ese conocimiento, pero es algo en lo que deberíamos estar todos implicados. Igual que se aprende a leer, acercarse a un lenguaje visual, que es un ejercicio de comunicación y que sirve para entender a los otros, lo que fomenta la empatía, me parece absolutamente imprescindible. No hay tantas cosas, de cuantas nos rodean, que reúnan esas características.

Fotografía sin título, de Chema Madoz

Fotografía sin título, de Chema Madoz

Fotografía sin título, de Chema Madoz

Fotografía sin título, de Chema Madoz

Fotografía sin título, de Chema Madoz