Turín, la ciudad de los cafés con historia y la 'nuvola', una delicia navideña

La Dolce Vita

La capital del Piamonte presume de muchos y buenos cafés, con una pastelería única y una historia impresionante

La plaza y sus terrazas, el corazón de la ciudad

La plaza de San Carlo y sus terrazas, el corazón de Turín

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Los cafés han contribuido a construir Europa. Son lugares cargados de memoria donde han nacido los movimientos políticos, literarios y culturales. El Café de Flore de París se convirtió en el cenáculo de los existencialistas, donde debatían acaloradamente Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre y Albert Camus; el Café Florián de Venecia, con vistas a la plaza de San Marcos, reunió a una antología de la mejor literatura del XIX, que incluiría a Goethe, Balzac, Dickens, Byron o Proust.

El Café Central de Viena fue el refugio de figuras que son historia viva de las tensiones del siglo XX, como Bakunin, Freud y Zweig; y el Kavárna Slavia, donde escribió Rilke o Kafka, era la cafetería predilecta de Václav Havel, porque se convirtió en el círculo de la lucha contra el totalitarismo, hasta el punto que frente a su puerta desfilaron los primeros manifestantes de la “revolución de terciopelo” en 1989. Pero pocas ciudades europeas como Turín puedan presumir de disponer de tantos y tan buenos cafés, con una pastelería única y una historia apasionante.

Turín, que fue la primera capital de Italia, es una ciudad de templos únicos como el Palacio Real o el Palacio Venaria (patrimonio de la Humanidad), el Museo Egipcio, con una de las mayores colecciones del mundo de esta cultura o la Mole Antonelliana, que alberga el Museo del Cine. Pero una de las visitas que mejor ayuda a entender la historia de esta ciudad piamontesa son sus cafés históricos, que constituyen un viaje en el tiempo al gran momento de la ciudad: el Risorgimento, en el siglo XIX. Es la época previa a la unificación del país, que representaron los Saboya.

Fue un tiempo donde la intelectualidad europea discutía sobre el futuro de Italia, y del mundo, mientras tomaban cafés y chocolates, acompañados de la magnífica pastelería turinesa. Será por aquello de que a nadie le amarga un dulce. Los cafés turineses acostumbran a ser bastante barrocos, con grandes espejos, lámparas de cristal, muebles de marquetería y vajillas de porcelana. Es lo que tiene la historia.

En el Café Florio, Nietzsche se tomaba encantado un helado piamontés de pasta de avellanas y a Herman Melville y Mark Twain les perdían sus pasteles

En el Café Florio, Nietzsche se tomaba encantado un helado piamontés de pasta de avellanas y a Herman Melville y Mark Twain les perdían sus pasteles

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Una visita a la ciudad debe contemplar pasarse por el Café Mulassano, donde se acercaban -y aún lo hacen-, los artistas del Teatro Regio y donde solía acudir Maria Callas a tomarse un tramezzino, un sándwich triangular sin corteza en sus múltiples variedades. Lo más divertido del local es una especie de reloj situado sobre la barra que en realidad es una ruleta, donde apretando un botón señala quien debe pagar la ronda.

No menos famoso es el Florio, que abrió en 1780, en donde hacía parada todas las personalidades que pasaban por la ciudad, hasta el punto que todo el mundo preguntaba “¿qué se dice en el Fiorio?”. Era conocido como el café de los conservadores, llamado café dei codini, porque estos lucían una coleta de cola de caballo. A Nietzche le encantaba tomarse un helado piamontés de pasta de avellanas, a Herman Melville y Mark Twain les perdían, en cambio, los pasteles del local.

En el Café Platti, que conserva los muebles originales de estilo Libert, pasaba las tardes Cesare Pavese

No hay que perderse tampoco Al Bicerin, nombre que hace referencia a un tipo de bebida que constituye uno de los símbolos de Turín, pues se trata de una mezcla entre dulce y amarga a base de café, chocolate y crema de leche servido en capas de distinta consistencia. Se sirve en un vaso con mango de metal llamado bicerin. El conde de Cavour, uno de los protagonistas del Risorgimento, empezaba el día con uno de ellos. 

Otros templos del café son el Torino, abierto en los inicios del siglo XX, que se hizo famoso en los años cincuenta porque el mundo del cine, y que popularizaron Brigitte Bardot y Ava Gardner; el San Carlo, frecuentado por gente de izquierdas como Antonio Gramsci, uno de los fundadores del PCI, a pesar de que parece la sede de un aristócrata; el Café Platti, que conserva los muebles originales de estilo Liberty y adonde pasaba las tardes Cesare Pavese; y la Farmacia del Cambio, una cafetería-pastelería con una agradable terraza en el corazón de la ciudad, donde la gente hace largas colas a las nueve de la mañana para desayunar en lo que fue una antigua botica.

En el Café Torino se citaba la gente del cine como Ava Gardner o Brigitte Bardot

En el Café Torino se citaba la gente del cine como Ava Gardner o Brigitte Bardot

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Los cafés turineses no resultan baratos, pero son encantadores. Constituye toda una experiencia recorrerlos y elegirlos. Y es imprescindible preguntar por su bollería a la vista y sus historias secretas. Un hombre torturado como Nietzsche fue feliz en Turín al final de su vida, antes de perder la cordura. Decía que le gustaba todo: la comida sabrosa, la música nada wagneriana de los teatros y los chocolates calientes de los cafés, donde dejó escrito que en ellos fue feliz como nunca lo había sido antes. Turín y sus pequeños placeres fue el último regalo que quiso hacerse. Y que vale la pena que el viajero se haga al menos una vez en la vida.

Nuvola, el postre con crema de mantequilla y azúcar en polvo

Nuvola, el postre con crema de mantequilla y azúcar en polvo típico de Turín

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