“Para mí son unas heroínas y un ejemplo que seguir en todos los sentidos”. Lo afirma la vallisoletana Mónica González Álvarez, periodista, escritora, guionista de radio y televisión, colaboradora de La Vanguardia y autora de Noche y niebla en los campos nazis (Espasa), un libro cuya lectura emociona. La misma emoción (“y sentido de la responsabilidad”) que ha sentido ella al escribirlo, después de meses de bucear en archivos, escritos, entrevistas, cartas, libros... y tras pasar largas horas con familiares y amigos para saber más sobre estas once mujeres excepcionales. Once mujeres dispuestas a dar su vida en defensa de la igualdad, la justicia y la libertad y que lograron sobrevivir a las atrocidades de los campos nazis.
González Álvarez hilvana once retratos de personas anónimas, que también hicieron historia. “Siempre se habla de los grandes nombres, pero la mayor parte de la historia está hecha por estas personas anónimas, ya que si no fuese por ellas, los grandes líderes no estarían donde están”. Once mujeres anónimas que dejan de serlo con la publicación del libro y que merece la pena dejar constancia también aquí: son Olvido Fanjul Camín, Elisa Garrido Gracia, Neus Català Pallejà, Braulia Cánovas Mulero, Alfonsina Bueno Vela, Elisa Ricol López, Constanza Martínez Prieto, Mercedes Núñez Targa, Conchita Grangé Beleta, Lola García Echevarrieta y Violeta Friedman, en el orden en que aparecen en Noche y niebla en los campos nazis.
La autora (que ha publicado Guardianas nazis. El lado femenino del mal y Amor y horror nazi. Historias reales en los campos de concentración) las ha colocado en el pedestal que se merecen y las acerca al lector con un apartado editado con esmero, al final de libro, en el que aparecen más de 150 fotos personales (desde la infancia hasta la vejez), junto con documentos históricos como los carnets de la resistencia, las fichas de prisioneras del campo, las cartes de deportada resistente, carnets de combatiente, dibujos hechos en prisión... En definitiva, un álbum de fotos que recuerda mucho al de nuestros padres o abuelos.
“Ellas son la representación de todos aquellos hombres y mujeres, deportados y supervivientes, y también de aquellos que murieron en los campos y lucharon por la libertad y por la paz”. Estas once mujeres simbolizan las vidas (y las terribles muertes) de las 132.000 mujeres procedentes de cuarenta países que fueron sometidas a castigo y humillaciones en el campo de Ravensbrück. Entre ellas, había unas 400 españolas.
Son la representación de los hombres y mujeres, deportados y supervivientes, y también de los que murieron en los campos y lucharon por la libertad y por la paz
La elección del título del libro, Noche y niebla... (Nacht und Nebel, en alemán), no es casual. “Era de los estatus más temido para los prisioneros, tanto hombres como mujeres”, explica la periodista para Magazine Lifestyle. En la chaqueta les ponían la NN, que las identificaba y eso suponía que aún lo iban a pasar peor que el resto: “Estaban privados de libertad, sin comunicación con el exterior, sin cartas a sus familiares, vivían en peores condiciones, tanto para las comidas, para los trabajos y, algo importante, estaban condenados a desaparecer, su destino final era la cámara de gas. El destino de quien tenía esta NN era la cámara de gas”. Dos mujeres las llevaban: Alfonsina Bravo Vela y Lola García Echevarrieta. “Lo que pasa es que, por suerte, estas dos mujeres nunca llegaron a la cámara de gas y sobrevivieron hasta el final de sus días”.
NN, dos iniciales nada poéticas
Utilizar las palabras noche y niebla y estampar esas iniciales en las ropas de los condenados a morir, es una muestra más de la deshumanización del interno y de cómo se servían del lenguaje para ahondar en ella. Noche y niebla podría parecer hasta poético. Pero no lo es. González Álvarez lo ve así: “Si lo analizamos, la noche, al final es la oscuridad total, es la muerte; y la niebla, con ese color casi grisáceo, sería seguramente, el humo que salía del crematorio. Podríamos analizarlo de esa manera. Cuando llegaban al campo de concentración de Ravensbrück, por ese camino de tilos que yo he hecho en su momento, ellas veían humo flotando y pensaban que ahí estaban las cocinas. Las presas que ya estaban dentro les decían: ‘No, es el crematorio; por ahí salen las compañeras a las que asesinan’. Al final ese es un símbolo, el crematorio, el humo, la noche por el tema del terror, porque no tenían luz y allí, cuando anochecía en Alemania, estaban totalmente a oscuras. No había nada, no veían nada. Era el terror continuo”.
El libro de González Álvarez aborda la infancia y juventud de las once heroínas, su procedencia familiar, los recuerdos que dejaron en sus hijos y nietos, lo que dijeron o dejaron escrito, con un trabajo serio y documentado en el que contextualiza esas vidas con lo que estaba sucediendo en aquellos años en Europa. Es un libro muy didáctico, que se lee casi como una novela y que contiene páginas que encogen el corazón.
De entre los momentos destacados que cosen como en un tapiz las once historias, están el deseo de aferrarse a la vida, la intensa solidaridad entre las compañeras de barracón, con la creación de “familias” de ayuda y supervivencia; no perder la conciencia política, como cuando se negaban a recibir el pequeño salario en las fábricas de armamento o perseverar en el sabotaje que practicaban para ralentizar la fabricación de obuses, morteros y balas o para que fuesen defectuosas; no dejar de reír a la menor ocasión, cantar aunque fuera a escondidas o no muy alto; lavarse, para no abandonarse a la enfermedad, aunque el agua cortara, de tan helada y el termómetro estuviera muy bajo cero; acicalarse, hasta donde se podía, como grito existencial ante un espejo inexistente...
Superaron los temibles appell, los interminables y extenuantes recuentos, firmes, a veces desnudas con temperaturas bajo cero, durante horas (también algún día entero); superaron los ataques de los perros, que mataban a dentelladas a los niños; superaron las palizas de las guardianas y de las aún más temibles kapos, mujeres que disfrutaban golpeando a las reclusas; superaron las terribles “marchas de la muerte”, cuando recorrían decenas de kilómetros para huir de la llegada de los aliados y las compañeras iban muriendo por el camino; esquivaron las llamas de los crematorios; superaron el hambre y la enfermedad, superaron los terribles experimentos médicos de los doctores Karl Gebhardt i Carl Clauberg... Sobrevivieron. Pero las secuelas físicas y psicológicas les acompañaron hasta el final de sus días.
Muchas de ellas, cuando regresaron estaban aterrorizadas, el miedo las paralizó y prefirieron no hablar y crear un mundo de fantasía en el que todo estaba bien
“Muchas de ellas padecieron insomnio, tenían grandes pesadillas, incluso imaginaban que sus hijos eran ajusticiados en los campos de concentración -explica la autora del libro-, además de las secuelas de depresión, ansiedad, tristeza, y las secuelas físicas que derivaron en multitud de patologías y de enfermedades... El paso por los campos de concentración no fue gratuito, pese a que mujeres como Neus Català, Violeta Friedman, Mercedes Núñez sí fueron valientes en el sentido de que quisieron contar su historia para que no se vuelva a repetir”. ¿Y el resto? “No es que no quisieran hablar, sino que estaban aterrorizadas, el miedo las paralizó y prefirieron no hablar y crear un mundo de fantasía en el que todo estaba bien. Que también es aceptable y es lógico porque una tragedia así no todo el mundo sería capaz de superarla”.
A su vuelta, todas decidieron no educar en el odio; algunas fueron muy estrictas en el orden y el aseo personal y de la casa; los hijos sienten que fueron educados en un ambiente de respeto y libertad y de preocupación por lo público. “Todas las familias con las que hablé me valoraron lo mismo: la generosidad de sus madres, la fortaleza impresionante, la lucha constante contra el nazismo y el fascismo, contra todo tipo de totalitarismo, el levantar el puño como símbolo de la libertad. Es importante cómo ellas veían la libertad, y eso lo resume muy bien Mercedes Núñez cuando dice que la libertad es tener un mundo sin injusticias, un mundo donde no haya guerras, donde la gente no pase hambre... Muchas de ellas siguieron luchando después contra el franquismo, a favor de los derechos humanos... Por lo tanto, ellas, a día de hoy, están de actualidad”.
Once testimonios desgarradores 1